Un zumbido constante se elevaba en el aire de la
noche, agudo y fino como el eco de dos espadas que han chocado. Los guardias
caminaban envueltos en sus capas y apoyándose sobre largas lanzas. No podía
verse la cara de ninguno y lo único que revelaba la luz que despedía la lanza
del primero eran unos gruesos lentes redondos y oscuros que les cubrían media
cara.
Los destellos
que habían visto flotar de lejos ahora giraban sobre sus cabezas y zumbaban con
más fuerza; los brillos más pequeños giraban rápidamente con un constante ruido
agudo y tenue, mientras que el más grande de ellos provocaba un zumbido como el
de un abejorro inmenso.
Los guardias se
pararon en seco y las sombras confundieron por un momento a los elfos. Una
silueta inmensa recién se había hecho visible, pero era claro que siempre había
estado ahí, aún Estrâik acostumbrado a aguzar su vista entre las sombras de los
árboles del bosque tuvo que esforzarse para notar que una oscuridad distinta a
la de la noche se alzaba imponente en el centro de las luces plateadas, como
una torre hecha enteramente de sombras.
Un ruido les
anunció que una puerta acababa de abrirse frente a ellos, y en el umbral que se
elevaba algunos pasos sobre el suelo, apareció la figura alta de un hombre
envuelto en una túnica que brillaba como reflejando la luz que venía de ningún
lado; la barba y el bigote eran blancos y tan largos que llegaban hasta la
altura de su vientre y las cejas pobladas se fruncieron debajo de un sombrero
ancho y puntiagudo que cubría un abundante cabello plateado.
—Es él —le dijo
uno de los guardias señalándo a Telperion. El hombre de la túnica salió por
completo y toda su vestimenta fue visible a pesar de ser tan oscura como la
noche. Telperion sonrió ampliamente y el hombre le devolvió la sonrisa.
—Bueno, que
todos los sapos croen —y bajó unas escaleras invisibles hasta quedar a la
altura de todos—, si es nada menos que el clérigo en jefe del templo de Ehlonna.
—Hola, Mirdin
—dijo Telperion y se abrazaron como dos viejos amigos
—Todo está bien,
caballeros —dijo Mirdin a los guardias—, pueden volver a sus posiciones.
—¿Los conoce a
todos? —dijo el guardia, aún con sospecha.
—Por supuesto
que no —dijo Mirdin sin dejar de sonreír—, pero un amigo de Telperion es
también un amigo mío. Yo me haré cargo.
La luz de la
lanza se apagó de golpe, entre las sombras se escucharon varios pasos veloces y
los elfos y Mirdin quedaron solos.
—Adelante,
adelante —dijo mientras les indicaba las escaleras, aún invisibles en la
noche—, si nos demoramos, la puerta podría cerrarse y no quisiera pasar la
noche buscándola.
Al cruzar el
umbral el grupo quedó paralizado. Acababan de entrar en un amplio recibidor,
decorado de blanco y dorado, muy
iluminado por decenas de candelabros y enormes arañas colgadas del techo y
rebosantes de velas. El centro del recibidor contenía un jardín protegido por
una cerca de oro pulido, donde se exhibían plantas hermosas y exóticas, con
flores de radiante violeta o ardiente rojo, mientras el ruido de un riachuelo
que lo cruzaba hacía aún más apacible el ambiente.
El techo del
lugar se sostenía sobre amplias columnas de mármol decoradas con grabados de
distintas criaturas mágicas, en su mayoría dragones; las paredes estaban
tapizadas con lienzos que representaban magos de tiempos antiguos, paisajes de
lugares lejanos y escenas que parecían salidas de cuentos de viaje; el piso,
perfectamente brillante, reflejaba la imagen de los elfos que contemplaban atónitos
el lugar.
A Hínodel y
Koríntur les encantó la idea de un lugar que combinaba la riqueza y el arte en
una manera tan armoniosa, pero Estrâik se sentía más fuera de lugar que nunca.
—No te esperaba
tan pronto —dijo alegre Mirdin detrás de ellos, quitándose el sombrero y tendió a Telperion el anillo con que el
clérigo se había identificado. Ya con iluminación, la túnica del archimago era
aún más brillante y elegante, los fulgores amarillos se reflejaban en sus
hombros amplios e imponentes. La túnica estaba decorada con hilos de morado
intenso que recorrían el largo de los brazos y del costado del cuerpo, además
de alrededor de la cintura y varios giros en el pecho.
—Supongo que
estarán cansados —dijo con cordialidad—, además de hambrientos.
—No quisiéramos molestar
—dijo Telperion. Koríntur le dirigió una mirada de ruego—. Es tan tarde…
—Ninguna
molestia —dijo Mirdin agitando la mano—. ¿Hace cuánto que no nos vemos?
—Fuiste a
Faunera buscando variedades de cieno ácido. Deben ser diez o quince años de
eso.
—Por poco me
atraviesa el cogote con una flecha —dijo el mago al resto de los elfos, riendo
con ganas—. No sabía que alguien protegía ese bosque con tanto celo. Menos mal
que te has decidido a salir de él, por una vez en tu vida. ¿Quién te acompaña?
—Él es Estrâik,
hijo de Khôrven, druida protector del bosque de Faunera. Ella es Hínodel
Berethani y él, Koríntur de Winbern, ambos hechiceros.
—Pude sentirlo
en cuanto entraron. Sean bienvenidos. Pero busquemos algo para que puedan
comer, deprisa. Además —añadió endureciendo el semblante— supongo que no
debemos retrasar el asunto que los ha traído hasta aquí.
Telperion
asintió sin quitar la sonrisa del rostro. Koríntur observó al mago de aspecto
amable y reparó en el único detalle siniestro en él: el broche de la capa era
un cráneo minúsculo que no parecía falso.
Acompañaron al
mago escaleras arriba, Telperion caminaba a su lado mientras el resto de los
elfos se rezagaban contemplando el lugar, el lobo cerraba la comitiva, siempre
silencioso. Las escaleras eran amplias como el jardín del recibidor y estaban
cubiertas con una elegante alfombra café decorada con un intrincado diseño.
—Creí que nos
habíamos equivocado —decía Telperion evitando levantar la voz—, como no vimos
nada al llegar.
—La Torre de Rólegard tiene varios
métodos para defenderse de los ladrones —explicó Mirdin, mientras encendía una
flama en su mano para iluminar el nivel superior—. Las cofradías de ladrones
abundan en Líbermond y el Distrito Arcano es un lugar muy peculiar para el
latrocinio. Así como hay métodos de prevención mágicos bastante eficaces, los
mismos ladrones han aprendido a usar algunos trucos y objetos mágicos para sus
cometidos.
—¿Intentan robar
en una escuela de magia?
—Les es
especialmente atractiva —dijo el mago mientras subían otro nivel más—. Aquí
estamos reunidos los Archimagos de Líbermond, tenemos libertad de experimentar
nuestros conjuros y objetos mágicos. La torre guarda además tomos de saber
arcano invaluables. Dudo que alguno de esos pícaros sepa leer, pero saben que
obtendrían muy buen dinero por ellos en el mercado negro. Muy bien, llegamos.
El archimago se
detuvo ante una puerta de roble muy brillante. En una placa de oro podía leerse
escrito en la lengua común “Mirdin Boquor. Nigromancia”
—Mi despacho
—dijo con una sonrisa a los elfos. Puso la mano completamente extendida sobre
la placa de oro, se acercó, murmuró una palabra que no pudieron oír y la puerta
se abrió.
El despacho de
Mirdin era un estudio abarrotado de libros de magia, gruesos tomos arcanos
forrados de cuero o encuadernados en pastas de hierro se amontonaban sobre el
escritorio, las sillas, la cama y arriba de la chimenea. Era un cuarto bastante
amplio y aún así, parecía pequeño por el espacio que los libros dejaban.
El único lugar
que parecía estar completamente libre era una porción del suelo frente a la
chimenea, donde con tiza se había trazado un pentagrama con varias
inscripciones en una lengua y un alfabeto desconocido para los elfos.
Tanto de las
paredes como del techo colgaban distintas piezas de esqueletos de toda clase de
criaturas, parecía tener un gusto en especial por las alas de murciélago o
aquellas que se le parecieran. Por ejemplo, la enorme ala que cruzaba sobre la
puerta del despacho parecía la de un dragón.
—Pónganse
cómodos. Iré por algo para la cena. Además, me parece que la señorita requerirá
un cuarto para ella, ¿no es así?
—Gracias
—Hínodel sonrió y Mirdin salió del despacho.
—Demasiado
cálido para ser un nigromante —dijo Koríntur mientras bajaba su mochila.
—Es un buen
hombre —dijo Telperion, aflojando las piezas de su armadura—. A pesar de su
condición humana, no ha dejado que el poder le corrompa el corazón.
—No dudo que sea
alguien de confianza —dijo Estrâik mientras Baltho miraba con recelo el círculo
de tiza del suelo—. Pero dudo que su magia sea de confiar.
—La magia no tiene personalidad —dijo Hínodel—, sólo
tiene poder. El que éste sea bueno o malo depende de quien la tiene.
Diez minutos después, Mirdin había vuelto acompañado
de una muchacha somnolienta con ropas de servidumbre que empujaba un carrito de
plata. Con un movimiento de su mano, el mago apartó los libros del escritorio y
dispusieron la cena en él. Antes de volver a dormir, la mucama le informó a
Mirdin de un dormitorio para estudiantes que estaba vacío, en el cual Hínodel
podría descansar.
—Se supone que
no deberían estar aquí —dijo Mirdin con una sonrisa amistosa—, pero es un caso
especial.
—No quería
causar problemas —dijo Telperion, extrañamente apenado.
—¡Ningún
problema! —dijo Mirdin mientras olía una jarra de vino—. Son mis invitados.
Adelante, está caliente.
Todos
agradecieron y empezaron a comer. Para Koríntur la comida resultó el mejor
premio a un viaje tan largo, pues al fin comía algo distinto a la fruta y el
pan. Ahora había aves asadas y estofado de cabra, y lo más parecido a lo que
comían en el camino eran las rebanadas de zanahoria que flotaban en una crema
que comían con hogazas de pan con ajo.
Mientras comían,
Mirdin escuchaba atentamente de boca de Telperion los problemas que afectaban
el bosque de Faunera y cómo los asustados pobladores de Farbonta se escondían
en sus casas temiendo un ataque en cualquier momento. Le habló de que los
unicornios eran los más afectados, de cómo habían tenido que curarlos y de
aquel que no habían podido salvar. Telperion tomó su símbolo sagrado y lo besó.
—Entonces nos
encargaremos de que no haya dado su vida en vano —dijo el nigromante mirando
profundamente a Telperion. Éste asintió y dirigió otra mirada a Hínodel, quien
fue a buscar la mochila del clérigo.
—Tengo entendido
que la nigromancia no tiene muy buena reputación —dijo Estrâik dando a Baltho
una gran pieza de perdiz—; porque francamente, eso de la magia de la muerte…
—Entiendo a qué
se refiere, Estrâik —dijo Mirdin sin enojo—. En esta misma Academia se piensa
que todos los estudiantes de Nigromancia se volverán algún día magos oscuros.
Le puedo asegurar que si la maldad está plantada en el corazón de un mago, lo
mismo valdrá que estudie Nigromancia o Transmutación.
“La nigromancia
es la magia de la vida y la muerte, usa el poder de la energía vital que hay en
todo. Un objeto muerto contiene aún una pequeña porción de vida. Esta energía
puede arrancarse de golpe, y entonces la nigromancia se habrá usado para matar.
Puede infundirse vida en algo que no puede sostenerla, como un muerto viviente,
y la nigromancia se habrá usado para corromper. Pero a la vez, puede tomar una
pequeña porción de vida y hacerla crecer, darle una utilidad, aprovechar su
última veta de poder o incluso curar con ella, y entonces la nigromancia habría
mostrado su lado benéfico.
“Conozco todos
los lados de la nigromancia, y no niego haber usado durante mi aprendizaje la
energía de la muerte, Estrâik; y hay conjuros que ni yo me he atrevido a
utilizar, aunque los conozco a la perfección, pero eso es sólo por el enorme
respeto que tengo de la vida y la muerte. Por eso he querido comprenderlos. Y
de esa manera, ayudaremos a la familia de éste amigo.
Telperion había
sacado de su mochila el largo paño que había guardado en el templo y se lo
entregó a Mirdin. Éste lo puso sobre la mesa con mucho cuidado, en un gesto de
profundo respeto. Apartó los platos de alrededor y metió los dedos en su copa
de vino, luego lo frotó en sus manos. Con cuidado desdobló el paño. Los elfos
dejaron de comer.
Sobre el paño,
el cuerno del unicornio muerto brillaba con la luz de la chimenea, su
superficie lisa y nacarada reflejaba todo su esplendor, aunque la visión fuera
ciertamente sombría. Era el cuerno cortado a un unicornio muerto, un objeto
hermoso a la vista y a la vez cargado de tristeza.
—La energía
vital palpita en él… es muy fuerte —dijo Mirdin palpando el aire alrededor del
cuerno—. El unicornio que lo perdió está molesto… quiere vengarse… y está
preocupado por sus hermanos… su alma llora…
—¿Hicimos mal?
—preguntó Telperion con la mirada fija en su comida. Era como si la pregunta la
hiciese para sí mismo.
—No —dijo
convencido Mirdin—. Él conoce sus objetivos. Pero deben cumplirlo, o si no el
alma de este unicornio quedará intranquila. Me llevará todo el día de mañana.
Cancelaré mis clases, me dedicaré enteramente a esto, para que puedan salir en
cuanto anochezca. No hay tiempo que perder, así que si han terminado, lo mejor
será ir a dormir, mi trabajo debe empezar antes de que el sol salga.
—Quisiera tener
cómo pagarte este favor —dijo Telperion profundamente agradecido.
—No hay nada que
agradecer —dijo Mirdin cubriendo el cuerno—. Por aquí, señorita Hínodel.
Nosotros… creo que podremos acomodarnos bien aquí.
Hínodel hizo una
seña con la cabeza a sus amigos y salió del despacho con Mirdin.
Telperion volvió
a ver el paño con el cuerno y se levantó del escritorio. Baltho sollozó
tenuemente. Koríntur se levantó con una copa de vino en una mano y la otra la
puso en el hombro de Telperion.
—No te preocupes
—dijo y dio un trago al vino—. Ya nos falta poco.
* * *
El gusto de tener un lugar dónde dormir sin las
molestias de la intemperie duró poco. Tuvieron que despertar antes de la salida
del sol para que Mirdin comenzara su tarea con el cuerno del unicornio.
—Haremos que la resistencia
con la que se defendió perdure —dijo el archimago, leyendo un tomo con la pasta
forrada de cartílagos—. Será un arma infalible.
Antes de
comenzar, acompañó a los elfos a la puerta, más ligeros de equipaje. Al salir
al atrio de la torre, el cielo en el horizonte se teñía de gris claro y un frío
matutino terminaba de despertarlos, colándoseles entre los ojos calentados por
el sueño. Mirdin se veía muy apenado y nervioso.
—No saben cuánto
lamento no poder ofrecerles nada en este momento, pero lo mejor será comenzar
cuanto antes y la Academia
es una comunidad muy cerrada. Ven con mucho recelo a los extranjeros. No, lo
mejor será que salgan y conozcan la ciudad. Vuelvan antes del anochecer, espero
haber terminado para entonces.
—No te preocupes
—dijo Telperion deteniéndose ante la reja de hierro—, ya has hecho bastante por
nosotros y no quisiéramos causar más molestias.
—De cualquier
modo, queríamos echar un vistazo a la ciudad —dijo Koríntur con un amplio
bostezo al mismo tiempo que su estómago soltaba un sonoro rugido—. Por cierto,
hay dónde comer a esta hora, ¿no?
—¡Es verdad!
—dijo Mirdin rebuscando entre su túnica y sacando un pequeño saco de tela—, por
las molestias ocasionadas, lo menos que puedo ofrecerles es algo de oro.
—No hace falta
—dijo Telperion—, traemos nuestro oro…
—Si conozco esta
ciudad, créanme que lo necesitarán —dijo el mago tomando la mano de Telperion y
dándole a la fuerza el saco—. Tómenlo como si les invitara la comida, ¿de
acuerdo?
—No sé cómo
podremos pagar… —comenzó Telperion avergonzado, pero de inmediato lo
interrumpió Mirdin.
—Déjate de
tonterías. Relájense este día, que después se harán cargo de las
preocupaciones. Yo empezaré enseguida.
Y la reja volvió
a abrirse como lo había hecho la noche anterior. El mago los despidió con la
mano y los elfos salieron del atrio de la Torre.
Tan sólo un parpadeo y Mirdin se esfumó de dónde estaba, sólo
quedaron las sombras de los guardias que custodiaban la torre, la cual, aún con
los primeros brillos de la mañana, seguía sin verse.
—Podremos ver la
ciudad, después de todo —dijo Hínodel tratando de reconfortar a Telperion, era
obvio que el hecho de pensar en tener que esperar todo un día le afectaba.
—Justo como él
ha dicho —dijo Koríntur sobándose el vientre—, después nos haremos cargo de las
preocupaciones, ahora nuestra única ocupación es esperar.
—Silencio —dijo
Estrâik y desenvainó la cimitarra, los demás levantaron la mirada y
escudriñaron su alrededor—. Alguien nos observa.
Todos se
pusieron en guardia y se replegaron contra la reja. Estrâik podía oler en el
ambiente que alguien se ocultaba y los observaba, había tenido esa sensación
desde que entraron a Líbermond.
—Ahí —dijo el
druida apenas moviendo los labios y todos encontraron lo que veían sus ojos. En
un callejón, detrás de unos toneles con agua, una voluta de humo blanco subía
hasta el techo de una tienda de anillos mágicos. Estrâik llevó la otra mano
hasta la cabeza de Baltho, quien no quitaba los ojos de su presa.
—Relájense —dijo
una voz ronca tras ellos y todos se sobresaltaron. Era el guardia de la noche
anterior—. Ese hombre viene a menudo a ver la aparición de la torre.
—¿La aparición
de la torre? —preguntó Hínodel sin dejar de ver hacia donde se ocultaba el
hombre.
—Aquí viene
—dijo el guardia y se volvió al horizonte.
El disco solar
se asomó sobre los montes que rodeaban Líbermond y una mancha de luz corrió por
el valle peinando la hierba, el cielo se volvió anaranjado intenso y en cuanto
el primer rayo de luz tocó la explanada ocurrió un efecto curioso en el centro
de ésta, como si la luz descubriera miles de gotas de rocío suspendidas en el
aire. Los destellos plateados de la noche anterior se volvieron inmensas
esferas de cristal opaco y la sombra que tanto desconcertaba la vista se volvió
una enorme torre de piedra gris de varios niveles de alto, rodeada de ventanas
con vitrales y tejas de un negro iridiscente que reflejaban hermosamente la
luz. Las esferas de cristal flotaban alrededor de ella haciendo su zumbido
particular, desde la más grande al centro de la torre, hasta una esfera pequeña
que giraba muy rápido en la punta más alta.
Nunca antes
habían visto espejismo semejante creado por la mano de los hombres. Cuando se
recuperaron de la impresión no pudieron volver a hallar la figura del hombre en
el callejón.
—¿Sabe dónde
podemos encontrar un desayuno? —fue lo único que atinó a preguntar Telperion al
guardia.