Estrâik estiró las piernas en el jardín fuera del
templo, caminando en círculos. Había una promesa de por medio. Él también
estaba involucrado en el acto, y aunque así lo había querido no podía evitar el
peso sobre los hombros. Sin embargo, la Orden de los druidas se había expresado
claramente: “haz todo lo que sea necesario”.
—Paciencia —se dijo—.
Es lo que siempre dice padre. Paciencia.
Y la calma era
necesaria pues el druida cerraba los puños tan sólo de pensar que aquello había
sido un asesinato. Las causas se engendran en las pasiones y se pierden por
ellas, así que no podía ser tomado como una venganza. La promesa al unicornio
debía ser su fuerza.
La puerta del
Gran Roble se abrió.
—No seas injusto
con tu lobo —dijo Koríntur, dejando salir a Baltho—, no sabe abrir puertas.
¿Estás bien?
—Lo estaré en
cuanto encontremos a un responsable.
—Tranquilo,
estoy seguro de que lo encontraremos. Lo que me preocupa es enfrentarlo —la
simpatía del hechicero calló cuando Estrâik sólo respondió con un gesto seco.
Dentro del
templo, Hínodel y Valrya preparaban mochilas de viaje con lo necesario para
alimentarse en el camino. Telperion, inmóvil y en silencio, seguía pidiendo
perdón al gran símbolo de plata en el altar. En un paño muy limpio entre sus
manos guardaba un crimen y una esperanza. Hínodel se le acercó en silencio, le
sonrió y le tendió la mochila de viaje. Telperion acomodó dentro el paño con
cuidado y la colgó en su hombro.
El choque de las
placas de metal anunció a Valrya que cargaba la vieja armadura de su maestro,
un espaldar y peto muy sencillos de los que colgaba la cota de escamas como un
pez seco; aquí y allá se veían pintadas de naranja herrumbre. Telperion la
contempló con nostalgia, recordando viejas y sencillas aventuras. Sencillas,
pues pensó tal vez con cierto gusto, que ninguna había sido tan grande y tan
importante como ésta.
La edad no le
había mermado las fuerzas como para no poder calarse la armadura él solo,
ajustando cada pieza tranquilamente. Luego, ajustó el carcaj a la espalda y
echó el arco largo al hombro. Ya armado, el clérigo parecía rejuvenecido y más
fuerte, listo para los contratiempos.
Salieron del
templo y Hínodel tendió a Koríntur y Estrâik sus mochilas preparadas con las
raciones necesarias para el viaje, además aceite y paños para hacer antorchas y
pedernales para prenderlas. Y toda precaución parecía poca para la elfa, pues
no sólo llevaba su ballesta y el carcaj de saetas a la espalda, había agregado
en su cinto una espada larga en una vaina de cuero de color claro. Koríntur se
volvió hacia Estrâik quien sólo llevaba una cimitarra y se sintió reconfortado
de sólo llevar una maza pequeña y vieja al cinto. Recordaba haberla tomado de
un bandido en una refriega camino a Faunera. Después de todo tenía mejores
talentos que el de las armas.
—Bueno —dijo
Telperion tras un suspiro, sujetando las correas de la mochila con ambas
manos—, lo mejor es que nos pongamos en camino. Estás a cargo en mi ausencia,
Valrya —se volvió hacia el muchacho—. Iremos lo más rápido que podamos, confío
en que tú y los demás clérigos puedan hacerse cargo de todo. No desesperen.
Adiós.
No era siempre
tan frío el carácter del clérigo, pero sabía que las despedidas necesarias
deben ser rápidas.
—Que Ehlonna
cubra de hojas su camino, maestro —dijo Valrya ocultando el miedo que se
adivinaba en sus ojos. Le estrechó la mano a Telperion y luego el grupo de
elfos echó a andar calle arriba, con las callejuelas de Farbonta a su izquierda
y el bosque de Faunera a su derecha.
Estrâik y Baltho
encabezaban el grupo, en las tierras salvajes el sentido de orientación del
druida les ayudaría a no desviarse de la ruta más directa a la ciudad de
Líbermond; Telperion caminaba detrás de ellos apoyándose en su largo bastón de
madera con Hínodel a su lado. Koríntur cerraba la marcha, mientras jugueteaba
con un saquito de cuero que le colgaba del cinto.
El rumor del
viaje de Telperion corrió rápidamente por el pueblo. Después de unos minutos,
todas las ventanas de las casas por las que pasaban se abrían para dejar ver a
los asustados inquilinos que temían que el clérigo en jefe los estuviera
abandonando. Telperion trataba de no verlos. Con el ceño fruncido seguía
avanzando haciendo tintinear sonoramente su armadura, el único ruido claro en
el lugar.
De una de las
calles, muy bajo, la voz de una anciana se hizo escuchar.
—Sabe que no hay
esperanza. Sabe que este bosque está perdido y por eso se va.
A las palabras
de la anciana siguió un rumor nervioso que crecía entre la población. Telperion
se detuvo apenas un segundo y sin volverse dijo con voz clara y decidida:
—Antes ardería
yo a permitir que otro unicornio fuera herido. Serenidad ante todo en los
tiempos difíciles. Va para todos —dijo y reanudó la marcha—. Volveremos en un
par de días y traeremos ayuda.
Aquellas
palabras no calmaron del todo a los curiosos que volvieron a levantarse en un
coro de desconfianza mientras los elfos se alejaban en dirección al norte. En
poco tiempo llegaron al límite norte del pueblo donde empezaba otra porción de
bosque y se perdieron entre los árboles. La anciana negó con la cabeza, aún
recelosa.
—Van a la ciudad
del norte —dijo mientras se revolvía en su capa—, nada bueno puede salir de ese
lugar.
Al silencio intimidante del pueblo siguió la quietud
abrumadora del bosque. Era como si toda la vida, advertida del peligro, hubiera
huido a un lugar más seguro. Sólo se oían sus pasos sobre la hierba y de vez en
cuando una que otra ramita que se rompía, siempre acompañados por el tintineo
de las armas y la armadura de Telperion.
—Usted sí sabe
organizar aventuras, señor Telperion —dijo Koríntur que veía receloso a todos
lados—. Nos dice que hay un peligro mortal en el bosque e inmediatamente
entramos en él.
—Puedo
asegurarte —dijo el clérigo— que no hay peligro en este punto del bosque. Desde
el primer ataque los clérigos han montado guardias en los terrenos cercanos.
—¿Cómo hallaron
a los unicornios heridos? —preguntó Koríntur. Telperion soltó un suspiro
profundo.
—Algunos llegan
buscando ayuda. A otros los han encontrado cuando hacemos alguna incursión más
profunda.
—Al sur del Río
Verde, supongo —dijo Estrâik sin volverse.
—El Río Verde es
el río que alimenta el bosque —explicó Telperion a Koríntur y Hínodel— y tiene
una única delta muy en lo profundo de éste. Esa delta es usada por los druidas
para sus ritos y congregaciones.
—Entonces tú
eres de ahí, ¿no es así? —preguntó Koríntur al druida, que no respondió—,
¿Estrâik?
—No vivimos en
ese punto —dijo el druida—, ni en ninguno en específico. Es sólo un punto de
reunión. Sin embargo lo usamos como refugio en los momentos de peligro.
—Pero esta vez
el refugio se volvió el peligro —dijo Hínodel pasando con dificultad entre las
gruesas raíces que sobresalían del suelo.
—Exactamente
—dijo despacio el druida—. Un par de miembros de la orden fueron atacados. Pero
el fuego también era infrecuente, por eso es que si su origen se oculta en las
profundidades del bosque no está cerca del río.
—Suena bastante
obvio —río Koríntur, de nuevo Estrâik le reprendió con su silencio.
—Aquí estamos
seguros —dijo el clérigo, mirando de soslayo los árboles a su alrededor.
La luz del sol los golpeaba desde el oeste cuando al
fin salieron a la pradera. Telperion se detuvo ante el amplio paisaje: un campo
sin árboles se abría ante él, la hierba crecía más que en el camino recorrido,
pero en un lugar tan amplio resultaba pequeña y compacta. Un sentimiento de
ansiedad embargó al clérigo. Hínodel se detuvo a su lado.
—¿Está todo
bien?
—Hace años que
no salía del bosque —dijo el clérigo tragando saliva con dificultad—, de hecho,
éste será el viaje más largo que jamás haya hecho.
—Dijiste tener
un amigo en Líbermond —dijo Estrâik.
—Lo conocí en
este mismo bosque. Desde entonces nos hemos comunicado por cartas, algunas
veces ha venido, pero yo… —dándose cuenta de que aquella turbación era inútil
en ese momento, respiró y echó a andar hacia el campo seguido por sus
compañeros.
El viento en el
campo olía muy diferente al del bosque, ahí no abundaban las hojas ni la savia,
ahí el pasto era tostado por el sol y el viento corría libre haciendo ondas
inmensas en la hierba, todo ante ellos se abría sin límites aparentes. Después
de caminar en silencio por mucho tiempo, Telperion miró hacia atrás y el bosque
de Faunera se había vuelto un punto verde detrás de él. Era una suerte que aún
lo viera, el campo era un terreno desigual lleno de elevaciones y depresiones
tan amplias que no se sentía cuándo se subía o cuándo se bajaba.
En ocasiones,
Estrâik y Baltho se adelantaban varios metros al grupo para comprobar que la
ruta hacia el norte fuera la correcta. El druida sabía que entre Farbonta y
Líbermond no había otra ciudad, así que lo primero que apareciera en el
horizonte como un gran asentamiento debía ser Líbermond. Varias veces se volvía
y mantenía la vista fija en el sur con la curiosa sensación de que alguien los
seguía. Pensó que tal vez era el miedo que tenía a los bárbaros del paso de
Axirk, aunque sus asentamientos se encontraban más al sur.
—Suficiente
—dijo Koríntur deteniéndose cuando habían llegado a una elevación—, me he
portado bien todo el día, he soportado con una sola comida porque vi que nadie
quería detenerse, pero el sol ya se está metiendo. ¿Nadie está cansado ni tiene
hambre?
Estrâik lo vio
un momento y sonriendo negó con la cabeza.
—La verdad, creo
que tiene razón —dijo Hínodel—, si queremos mantener un ritmo constante mañana,
lo mejor será descansar bien por ahora.
—La dama ha
hablado —dijo triunfal Koríntur. Estrâik interrogó con la mirada a Telperion.
—Me parece justo
—dijo el clérigo—, pero mañana nos levantaremos con el primer brillo del sol y
reanudaremos la marcha.
—Totalmente de
acuerdo —dijo Hínodel quitándose la mochila.
—Mujeres —musitó
Koríntur.
Estrâik echó un
último vistazo al sur antes de sentarse a cenar con los demás.
Llegó la noche y con ella la necesidad de repartir las
guardias. Originalmente Koríntur sería el primero, pero al terminar la cena
bostezaba tan sonoramente que Telperion tomó la sabia resolución de ser él
quien cuidara al grupo. Además estaba acostumbrado a las noches de vigilia,
orando con los ojos cerrados pero con el resto de los sentidos muy atentos ante
cualquier movimiento.
Pasada la medianoche
Estrâik despertó para relevar a Telperion. Baltho dormitaba a su lado, siempre
haciéndole compañía. El druida se recostó sobre la hierba y contempló las
estrellas; cada cierto tiempo se levantaba y daba una vuelta alrededor del
grupo, observando el campo desde la elevación que habían elegido para el
campamento.
Cuando el cielo
empezaba a aclararse en el este, Estrâik se levantó de golpe al mismo tiempo
que Baltho. Algo venía del sur. Un ruido agudo y rasposo se había anunciado,
sin embargo Estrâik no desenvainó su arma ni alertó a sus compañeros, bastante
instruido estaba en el canto de las aves como para saber que ése era el
graznido solitario de un cuervo.
—Sabía que no
eran ilusiones mías —le dijo al lobo—, alguien nos seguía.
Y efectivamente,
el cuervo comenzó a descender, pero mientras se acercaba soltó un graznido
fuerte y prolongado, muy parecido a un grito. El cuervo, más que aterrizar, se
dio un golpe contra el suelo, rebotó, volvió a caer y giró, todo entre
graznidos entrecortados que Estrâik entendió como “¡ay!”.
No le parecía
alguien de temer, pero sí había sospechado que un espía alado viajaba tras
ellos, podía oír los aleteos débiles. El cuervo se levantó, agitándose; las
plumas se le erizaron y volvieron a peinarse. Estrâik sonrió al ave que entre
pasitos y aleteos llegó a la altura de la cabeza del hechicero y con mucha
delicadeza quitó la tela de la capucha que le cubría la cara. Estrâik quiso
prevenir al hechicero pero el cuervo levantó el pico al cielo y movió la cabeza
como si contara hasta tres.
Un grito de
dolor resonó en el campo.
Telperion y
Hínodel despertaron sobresaltados y se levantaron lo más rápido que pudieron,
Estrâik no sabía exactamente qué hacer mientras Baltho gruñía. El cuervo
picoteaba de manera insistente el rostro de Koríntur mientras este trataba, en
vano, de defenderse.
—¡Basta! ¡Basta!
¡Ya es suficiente! —el hechicero se levantó de golpe y encaró al cuervo— ¿Qué
demonios te pasa?
Para sorpresa
del grupo, el cuervo le contestó.
—¡Tres pintas de
cerveza! ¡Un trueque por tres mugrosas pintas de cerveza! —le espetó el cuervo.
—¿De qué estás
hablando?
—¿De qué estoy
hablando? —y el cuervo se lanzó de nuevo contra la cara del hechicero. Éste,
como pudo, lo tomó de las patas y le sujetó el pescuezo.
—¿Dónde estabas?
—le preguntó.
—¿Dónde me
dejaste?
—¿No estabas en
la mochila?
—¡Y ni siquiera
te acuerdas! —y el cuervo trató de picarle las manos.
—Pequeño
problema —dijo Kortíntur tratando de esbozar una sonrisa al resto del grupo—,
en un momento… lo… resolveré.
—¡Suelta al pájaro!
—gritó Telperion, a quien no le había caído nada bien la manera tan brusca de
despertar. De súbito el hechicero y el cuervo se detuvieron.
—¡Sí, suéltame!
—dijo el cuervo volviéndo a picotear las manos de Koríntur.
—Este
desagradable animal —dijo Koríntur con dificultad— es Skrath, es… debería ser
una compañía mágica, pero, ¿dónde te metiste?
—¡Me cambió por
tres pintas de cerveza! —gritó el cuervo a los demás elfos—. Me tomaron por un
ave cualquiera de ornamento. Tuve que escapar y luego averiguar donde estabas y
luego te metiste a ese árbol grande y luego te tuve que seguir por el bosque y
luego hasta aquí y luego…
—¿Y por qué no me llamaste?
—¡Porque quería esperar a que te
durmieras! —dijo el cuervo enojado—. ¿Y qué clase de amo desobligado eres? ¡No
te diste cuenta que no estaba contigo!
—Creí que estabas en la mochila.
—¡Estaba en la mochila!
—¿Y entonces?
—¡También la dejaste!
Koríntur levantó la mochila de viaje,
recordando que no era la suya. Luego le sonrió al cuervo.
—Pero me encontraste.
—¿Creías que no? —dijo el cuervo
soltándose y dando un último picotazo en la frente del hechicero.
—Bueno, al menos ya estamos levantados
—dijo Telperion sacando las raciones para un breve desayuno.
Los rayos del sol coronaron el
horizonte. Mientras comían contemplaron un amanecer limpio de nubes. Hínodel
limpiaba con un paño húmedo las ligeras heridas que el cuervo había hecho en la
cara de Koríntur, quitando los pequeños rastros de sangre entre los quejidos
aislados del hechicero.
A media mañana ya habían recorrido otra
porción de camino. Skrath ahora seguía a la comitiva dando vueltas sobre sus
cabezas, su aleteo acompañaba el zumbido del viento contra la hierba y era todo
el ruido en la pradera que no venía de los elfos. Cada uno guardaba silencio
ocupado en distintos pensamientos.
Telperion trataba de armarse de
paciencia y levemente apretaba el paso, mientras más pronto volvieran a
Farbonta con una solución, mejor. Estrâik, más que preocuparse por la solución
le inquietaba el problema, los incendios tenían, de alguna u otra manera,
inteligencia; sabían atacar de manera precisa y se esfumaban sin hacer el mayor
daño a su paso, él hubiera querido internarse en las profundidades del bosque y
descubrir el secreto pero ese pensamiento ya había hecho desaparecer a otros
miembros de la orden.
Koríntur y Hínodel, por el contrario, se
entretenían en pensamientos más tranquilos aunque sin quitar la atención del
problema central. Hínodel tenía un espíritu arrojado, pensaba que el ansia de
aventuras debió ser la razón por la que abandonó las Arboledas del Olvido y la
mejor aventura, pensó, era aquella que ayudaba a alguien más. Koríntur sonreía
ante la cantidad de coincidencias que había entre sus sueños, las cosas que
ocurrían en el bosque y sus nuevos amigos. Además, sentía que incluso aquel
campo le era familiar.
Recién pasaba el mediodía cuando el
camino empezó a poblarse de árboles bajos con denso forraje, sin embargo éstos
tenían un comportamiento extraño: cada cierto tiempo, las hojas se agitaban,
como si el árbol sufriera un pequeño espasmo de frío. Aquella era una visión
encantadora para Telperion a pesar de que había pasado su vida entera en el
bosque y había visto árboles extraños, mágicos y comunes.
Una plancha inmensa en la pradera se
adornaba de esas ramas temblorosas, los troncos estaban separados entre sí por
varios metros. Debido al camino que seguían, los elfos no cruzaron entre ellos,
sólo los veían extenderse hacia el oeste pasando cerca de unos cuantos.
—Qué día más curioso, parece que hoy los
árboles están particularmente friolentos —dijo Koríntur viendo los espasmos de
un árbol solitario que era el más cercano a ellos.
—Fascinante —dijo Telperion sonriendo—,
nunca había visto que algo así pasara. ¿Por qué temblarán?
—No creo que sean los árboles —dijo
Estrâik sin detener el paso, tratando de que los demás lo siguieran, pero
Telperion ya se estaba acercando al árbol próximo a ellos. Hínodel río del
impulso infantil del clérigo ante un mundo nuevo para él.
El clérigo se acercó al árbol y tocó el
delgado tronco. Las hojas del árbol volvieron a convulsionarse, con un ruido
seco como el aire golpeando las ramas. Levantó la mirada para ver si veía algo
entre las hojas pero a pesar de que el tronco era delgado y pequeño, el verdor
del árbol era abundante, con trabajos la luz del sol podía pasar. Estrâik
suspiró y tuvo que detenerse.
El clérigo levantó su bastón y trató de
apartar las hojas con él, algo de color rojizo colgaba entre las hojas, como
una flor o un capullo.
—Lo mejor es continuar —gritó desde lo lejos
Estrâik—; ya habrá tiempo para ver árboles, hermano.
—Sólo un momento —dijo Telperion
apartando las hojas. Súbitamente el capullo rojo se movió y el árbol sufrió una
violenta convulsión. Telperion bajó el bastón de golpe pero las convulsiones
del árbol no se detenían, el clérigo se alejó del árbol mientras contemplaban
cómo algunas hojas caían debido a las sacudidas.
—Telperion, aléjate de él —dijo Hínodel
mientras quitaba el seguro que ataba la ballesta al cinto.
Cuando el clérigo dio un paso hacia atrás,
del árbol surgió lo que él había visto como un capullo rojo. Una especie de
zancudo del tamaño de la cabeza de cualquiera de ellos pero con un cuerpo
hinchado, carnoso y rojo brillante; cuatro alas iguales a las de un murciélago
se agitaban rápidamente y lo mantenían en el aire mientras unos ojos amarillos,
pequeños y bulbosos se centraban en Telperion, apuntándolo con un largo aguijón
en el frente de la cabeza.
Todo pasó en un segundo, la criatura se
lanzó sobre Telperion y éste alcanzó a agacharse a tiempo para evitar el
aguijón en el momento en que una saeta disparada por Hínodel atravesaba al
bicho por completo.
Algunos árboles aledaños se agitaron con
enojo mientras de ellos emergían más de los bichos. Seis aguijones planearon
hacia ellos con toda la intención de clavárseles.
Hínodel recargó aprisa la ballesta pero
ahora el vuelo de las criaturas era errático y desigual, aunque muy ágil;
Telperion siguió corriendo hasta estar en una distancia prudente para disparar
con el arco mientras Estrâik usaba su cimitarra para asustar a los bichos, pero
no cortaba más que el aire.
Skrath volaba alrededor confundiendo a
los bichos mientras Koríntur sonreía confiado. Levantó el puño a la altura de
la cabeza y éste se cubrió de un resplandor azul claro y, como si arrojará una
piedra muy fuerte, dio un paso hacia delante.
—¡Jactum
magicus! —gritó y se escuchó una explosión como un latigazo. De su mano
surgió un destello del mismo azul claro que cruzó los aires con un zumbido
armónico, volando en zig-zag entre las cabezas de sus compañeros, describió un
arco sobre ellos y golpeó al bicho más cercano a Telperion, derribándolo.
La sorpresa que se llevó Estrâik al ver
el conjuro del hechicero le hizo bajar la guardia y otra de las criaturas se
pegó a su espalda. Baltho gruñía y amagaba mordiscos pero no podía atacar
directamente, el bicho escalaba la espalda de su amo y se preparaba a clavar su
aguijón. Los demás evitaban verse en la misma situación mientras los bichos
simulaban abrazos grotescos con las extremidades puntiagudas. Hínodel, quien se
mantenía más atenta a lo que pasaba a su alrededor, corrió hacia el druida
sujetando en una mano la ballesta mientras con la otra desenvainaba la espada.
—¡Abajo! —le gritó a Estrâik, éste se
encorvó levantando la espalda al mismo tiempo que la criatura clavaba su
aguijón y Hínodel cortó éste y sus cuatro patas, dejándolo aturdido en el suelo
y listo para que Baltho lo rematara.
Telperion demostraba tener una habilidad
con el arco insospechada en él. Aunque no todos sus tiros acertaban, ponía en
aprietos a los enemigos mientras varias flechas zumbaban en el aire acompañadas
de la vibración de otro conjuro de Koríntur. Cada vez que uno de los bichos era
rebanado por una espada o una flecha, una sangre oscura y casi purpúrea caía al
suelo o bañaba los filos.
Koríntur soltó un grito ahogado de dolor
mientras se retorcía, en un descuido uno de los bichos se le había pegado al
cuello y clavaba su largo aguijón en su pecho. Al querer quitárselo con las
manos, las patitas se le aferraban a la carne cada vez con más fuerza y en la
determinación de no soltarlo abrían heridas con las pequeñas ganzúas. Entonces
empezó a sentir que perdía aire y un cosquilleo desagradable en el pecho: el
bicho le bebía la sangre.
Estrâik se deshizo de uno más en un
golpe acertado y corrió hacia el hechicero, pidiéndole que se detuviera. Antes
de que Estrâik llegara, algo cruzó su hombro rápidamente haciendo vibrar el
aire: alrededor de Koríntur un destello rosado giraba sin control hasta que se
estrelló cerca de la cabeza del hechicero.
Al verse superadas, dos solitarias
criaturas levantaron el vuelo asustadas y fueron a refugiarse de nuevo en sus
árboles. Koríntur se incorporó y vio al bicho muerto en el suelo. Estrâik
miraba con ojos muy abiertos a Hínodel que había dejado caer la espada y aún
seguía con la mano extendida en dirección a él.
—¡Pudiste darme a mí! —reclamó el
hechicero a Hínodel en medio de su sorpresa.
—Sabes que no —dijo la elfa levantando
su espada—. He apuntado bien.
—Lo mejor será que sigamos adelante
—dijo Telperion, colgándose el arco de nuevo—, podrían venir más.
—No mientras uses ese bastón sólo para
apoyarte —dijo Koríntur antes de tambalearse hacia atrás.
—¿Estás bien? —preguntó el clérigo
avanzando hacia él y Koríntur se descubrió una incisión sangrante en el pecho—.
Le han drenado sangre. Necesitas descansar pero lo haremos más adelante, donde
estemos fuera de peligro. Apóyate en mí.
—Estoy bien —dijo Koríntur soltándose de
Telperion justo antes de tambalearse por un nuevo mareo—. Pero… quédate cerca.
—Hechicera —dijo Estrâik asintiendo con
la cabeza mientras Hínodel se colgaba su ballesta de nuevo. La elfa le guiñó un
ojo.
—¿Qué creías? ¿Qué sólo sonreía y
disparaba saetas?
Aún con la debilidad de Koríntur tuvieron que caminar por
mucho tiempo, solamente lo dejaron comer algo mientras avanzaban a pesar de
tener las provisiones contadas. Estrâik y Baltho se adelantaban al grupo en las
elevaciones del terreno para comprobar que fueran por una ruta que les hiciera
el camino más corto y esta vez Skrath los apoyaba desde el aire.
Sólo se detuvieron cuando el sol ya no
los favoreció y nuevamente buscaron acampar en terreno elevado. Koríntur se
dejó caer sobre la hierba respirando con dificultad mientras Estrâik prendía
una fogata pequeña.
Debido al estado del hechicero,
nuevamente quedó relegado de la guardia. Hínodel se ofreció a hacerla pero a
Telperion no estuvo de acuerdo, así que repetirían los turnos del día anterior.
—¿No viste que puedo defenderme bien?
—preguntó Hínodel mientras Telperion se acomodaba con su arco en el punto más
elevado.
—No dije que no pudieras. Dije que no
quería.
El día siguiente fue más tranquilo, el
sol calentaba el campo, algunas nubes claras recorrían el cielo creando sombras
intermitentes sobre la hierba y un aire fresco y constante les secaba el sudor
de la frente. Telperion, sin embargo, se sentía intranquilo. En primer lugar
por la distancia, repasaba en su cabeza el camino recorrido y se sorprendía de
lo rápido que se había alejado tanto de su pueblo; en segundo lugar la prisa,
en cualquier momento podía desatarse otro incendio y él no estaría ahí para
hacer algo al respecto.
Lo mejor era mantener la mente ocupada
en el camino.
Koríntur, que había recuperado el color
por la noche, silbaba una canción para acompañar la silenciosa caminata, que
empezaba a incomodarle.
—¿Alguien sabe una canción? —sólo
Hínodel se volvió hacia él, pero negó con una sonrisa—. ¿Una historia? ¿Nada?
No me quiero quejar pero… esto se pone aburrido.
—No viajamos por diversión, Koríntur —dijo
Telperion que no podía apartar la mente de sus reflexiones.
—Sí, lo sé. Pero si la situación ya es
bastante grave, ¿por qué dejar que la tristeza nos consuma? Ni la resolvemos
con caras largas ni la ignoramos con sonreír.
Estrâik se volvió hacia Telperion que
marchaba tras él. Aunque Koríntur llegaba a desesperarlo, no podía negarle la
razón.
—Muy bien —dijo Telperion—. Conozco una
historia, pero si la cuento tú harás la guardia esta noche.
—Sólo si está bien contada —dijo el
hechicero señalándolo como una advertencia amistosa.
Estrâik sonrió mientras Baltho volvía a
adelantarse al grupo y Skrath empezó a volar más bajo. Telperon caminó con la
vista en el horizonte recordando la historia unos momentos. Luego empezó a
relatar.
—Hace tiempo, había un hombre que era
conocido por su mal genio y las peculiaridades de éste. No le molestaba que la
gente fuera a comer a su casa, ni que alguien le echara un vistazo a las flores
de su jardín, la gente lo llamaba por apodos y hablaba mal a sus espaldas pero
eso no le molestaba; lo que de verdad lo enojaba eran cosas más triviales,
pequeñas e irracionales.
“Le molestaba, por ejemplo, que se le
terminara la comida del plato cuando aún tenía hambre, o quedar satisfecho
cuando aún tenía comida; le molestaba que la gente guardara silencio demasiado
tiempo o que no supiera cuándo terminar una conversación; se enojaba cuando una
historia no se contaba completa o cuando ésta se hacía demasiado larga y
aburrida; se sentía molesto cuando ninguno de sus amigos estaba en casa cuando
él iba a visitarlos y se molestaba si alguno lo iba a visitar cuando él no
estaba.
“Una vez incluso se enojó bastante con
su vaca cuando se le ocurrió dar leche de más, pues eso significaba tener que
trabajar más tiempo del destinado a ordeñarla.
“Tenía, en fin, un mal genio bastante
particular, pues donde el resto del mundo se molestaba, él parecía no enterarse
de nada y lo que al mundo le parecían tropiezos comunes para él eran errores en
su contra.
“Un día recibió la visita de una amiga
suya, la cual se había hecho un nuevo vestido de lana largo y fresco, que a
cada paso que daba era como un jirón de nube que bailaba. ‘Es un vestido muy
lindo’ dijo el hombre tranquilamente. ‘¿Lindo? ¡Si me ha quedado perfecto!’
dijo su amiga saltando de alegría. Sin embargo, el hombre había reparado en un
pequeñísimo hilo de lana que salía de la parte baja del vestido. Otra cosa que
le molestaba muchísimo eran los hilos sueltos de la ropa, pues éstos se
atoraban en todos lados y le parecía que la ropa se veía vieja y fea cuando los
hilos empezaban a desprenderse. Un hilo suelto era algo que no podía tolerar en
la ropa nueva.
“Su amiga se ofendió cuando él le hizo
ver éste detalle como un mal incurable, pues sentía que él veía sólo la calidad
de la prenda y no el trabajo que había invertido haciendo el vestido. Sin hacer
ninguna pregunta, en un arrebato que tomó por sorpresa a su amiga, el hombre se
arrodilló y tomó el vestido por la parte baja. Ubicó el pequeño hilo que salía
y trató de jalarlo para quitarlo, pero el hilo no se rompió de inmediato, sino
que se deshilachó e hizo un pequeño corte en el vestido.
“Su amiga, horrorizada y ofendida, se
llevó las manos a la boca y el hombre se quedó con un largo hilo en la mano,
contemplando la rasgadura de dos palmos que había hecho en el vestido de su
amiga. Inmediatamente el hombre se ruborizó. Con el afán de arreglar algo que
no lo necesitaba, había dañado algo que su amiga valoraba. Ofendida, la mujer
salió camino a su casa para ponerse a trabajar de nuevo en el vestido.
“Llegó la noche y el hombre seguía
pensando en lo que había ocurrido. La culpa que sentía le hizo variar de
emociones, desde la vergüenza hasta el enojo. ‘Si ella hubiera hecho el vestido
perfecto desde el inicio, esto no hubiera pasado’, pensó mientras jugueteaba
con el hilo en las manos. Para aclarar su mente, decidió salir a caminar al
bosque.
“Caminó y caminó mientras aún pensaba en
lo que había pasado y mientras aún jugaba con el hilo. Después de andar mucho
camino se detuvo. ‘Debería volver y disculparme’ pensó, ‘aunque ella debería
entender que yo tenía la mejor intención’ dijo tratando de convencerse de que
no había hecho mal. ‘Quisiera no tener que regresar’ dijo finalmente derrotado
por sus acciones. Entonces un ruido lejano le hizo apartarse de sus
pensamientos.
“Era música, una música alegre y
juguetona, flautas, laúdes y tambores sonaban en las profundidades del bosque.
Intrigado por la música, caminó con mucha cautela para ver si podía hallar la
fuente del ruido. Se internó en el bosque en zonas cada vez más profundas e
inexploradas, pero nada le preocupaba que no fuera la música maravillosa que
oía. Después de caminar sin saber cuánto y por cuánto tiempo, vio una luz en un
claro.
“No dio crédito a sus ojos cuando vio la
fantástica imagen: al menos dos docenas de hadas bailaban en círculo.
Hombrecillos de barba verde del tamaño de manos tocaban los diminutos
instrumentos mientras otros con forma de grillos hacían sonar sus patas; en el
centro las haditas de forma femenina y de varios colores bailaban alegremente
mientras que otras volaban alrededor; todas las criaturas brillaban y
alumbraban su pequeña fiesta.
“El hombre sintió miedo un segundo, no
sabía si le estaba permitido estar en ese círculo de hadas. Además, las
historias que había oído sobre las hadas del bosque iban desde cuentos
maravillosos hasta leyendas aterradoras. Hay que recordar que las hadas son,
ante todo, seres enigmáticos.
“Entonces una de ellas lo vio, y cuán
grande fue su sorpresa al ver que ésta lo llamaba a entrar al baile. El hombre
dudó un momento, pero los hombrecillos de barba verde tocaron con más rapidez y
entusiasmo sus flautas. Cuando menos se dio cuenta, el hombre se encontró
moviendo los pies dentro del círculo de hadas con sus diminutos anfitriones.
“La mayor de las hadas, grande como una
liebre y de un brillante color violeta le preguntó: ‘¿Qué haces aquí, tan lejos
de tu casa y tan cerca de la nuestra?’ ‘He querido alejarme de mi casa’ dijo el
hombre. ‘¡Alejarte! ¿Pues por qué?’ preguntó el hada. ‘Porque en mi hogar sólo
molesto a la gente, no logro ayudar a nadie, me enojo con facilidad por cosas
sin sentido y además he molestado a mi mejor amiga por eso’ dijo el hombre ya
sin fuerzas para mover los pies. ‘No te preocupes’ dijo el hada sonriente,
‘aquí no tienes que recordar tus problemas, ni te preocuparás por regresar,
sólo bailarás, feliz y alegre’, entonces las flautas empezaron un baile
distinto, los duendes en forma de grillo tocaron alegres sus patas y las hadas
revolotearon en chispas de colores.
“Y el hombre bailó y siguió bailando. Y
no se dio cuenta por cuánto tiempo bailó. A veces sus piernas no le daban para
más y seguía bailando. Sintió ampollas y que éstas se reventaban y él no dejaba
de bailar y la hierba pisoteada por las hadas se tiñó con la sangre de los pies
del hombre, pero éste no dejó de bailar.
“Rendido y sintiéndose desfallecer, se
desmayó. Y aún inconsciente, algo le hacía pensar que seguía bailando. Cuando
despertó, el bosque se había aclarado y las hadas se habían ido. Lo único que
lo convencía de que no había soñado lo ocurrido fue el círculo de hierba
pisoteada que las hadas formaron en su fiesta. Después sintió una picazón en la
barbilla. ¡Qué sorpresa al descubrir que ahora una poblada y larga barba le
había crecido! Sus zapatos estaban destrozados y sus ropas estaban rotas en
varias partes, además estaba más delgado de lo que recordaba.
“Y a pesar de todo eso se sentía más
tranquilo, su mente estaba más despejada, así que decidió volver al pueblo y
buscar a su amiga para pedirle finalmente disculpas. Pero al llegar a su casa
vio que ésta lucía tétrica y extraña y se asustó al creer que lo habían robado
pues la puerta no estaba. Pero en el interior todo estaba en su lugar, sólo que
cubierto con una gruesa capa de polvo.
“Pensó que tal vez el viento había
soplado fuertemente en la noche y que eso había arrancado la puerta y llenado
de polvo todas sus pertenencias. Buscó unos zapatos distintos, se calzó y salió
en busca de su amiga, pero al llegar a su casa recibió una nueva sorpresa al
ver que quien le abría la puerta no era ella, sino una anciana pequeña y
encorvada. Al preguntar por su amiga la anciana lo vio confundida. ‘Yo he
vivido aquí por casi diez años’ dijo al hombre, al cual le flaquearon las
piernas con la noticia. ‘La mujer que usted busca se fue del pueblo a comerciar
sus vestidos y se hizo muy rica con ellos, dicen que ahora vive en la ciudad’.
Sobrecogido por la sorpresa, el hombre
volvió a su casa. Caminó lleno de cansancio hasta su cama y al dejarse caer en
ella algo sonó bajo la almohada. Metió la mano y sacó un pequeño sobre. Lo
abrió y leyó la sencilla nota: ‘Por si llegas a regresar: perdóname por la
forma en que me fui, pero entiende que estaba muy triste, así que yo te perdono
por la forma en que te fuiste. Mis vestidos ya no tienen hilos sueltos,
gracias.’
“El hombre estrechó la carta contra su
pecho y fue lo último que supo de su amiga. Había deseado no volver para no
tener que enfrentar la vergüenza que le causaba haber ofendido a su amiga y lo
había logrado, pero con eso sólo logró ofenderla más. El hada le había dado una
gran lección.
“Revolvió su mano y se dio cuenta de
que, a pesar de que había pasado diez engañosos años con las hadas, aún tenía
el hilo del vestido en la mano.”
Telperion carraspeó mientras subían la pendiente,
Koríntur lo miraba con atención.
—¿Y después? —preguntó el sorprendido
hechicero.
—Pues ya, es todo —dijo Telperion un
tanto ofendido.
—Vaya… —dijo el hechicero y agitó los
hombros en un escalofrío—, no es precisamente un cuento alegre.
—Es un cuento —dijo Telperion.
—Y ha hecho que el viaje más tranquilo
—dijo Hínodel levantando la vista, el cielo se había oscurecido.
—Cuando lleguemos a lo alto, acamparemos
—dijo Estrâik cansado. Era la elevación más pronunciada que habían subido pero
eso le daba una buena señal, Líbermond estaba dentro de un valle, así que
sentía que debían estar bastante cerca. Sus sospechas fueron confirmadas casi
de inmediato por Skrath.
—¡Luces! —graznó el cuervo que había
levantado el vuelo en cuanto el relato de Telperion había terminado—, ¡veo
luces adelante!
Se apresuraron a llegar a la cima del
pequeño cerro. Al otro lado del valle otro cerro se elevaba aún más alto y en
las faldas de éste una gran mancha de luces centelleantes anunciaba un poblado
grande y lleno de vida, algo visible aún a la distancia.
—Una noche más —dijo Telperion
satisfecho. Estrâik respiró y contempló la mancha urbana con desconfianza.