Primera Historia - El Palacio del Fuego

"El Tirano Mestizo" es una narración dividida en varias novelas, o 'historias'.
Actualmente estás leyendo la Segunda Historia: el Reino de la Guerra.
Y así será mientras el castillo se vea en el fondo de pantalla.

martes, 10 de enero de 2012

I. 1 - El Gran Roble

Del bosque llegaba un leve rumor de hojas. A excepción de eso, dentro del Gran Roble sólo se escuchaban sus plegarias en voz baja; siempre las decía en la lengua Celestial, así lo hacía desde que era un aprendiz y ahora que el bosque y el templo que estaban a su cargo eran amenazados elevaba sus plegarias con más desesperación, pero nunca con menos fe.
Farbonta era un pequeño pueblo apenas percibido por los grandes reinos de los alrededores, pacífico y aislado, parecía ser una extensión más del bosque; las plantas que crecían entre los pocos adoquines en el suelo y las enredaderas que subían por las paredes de las casas o colgaban desde los techos de las más altas daban un aire rústico a las viviendas, como si el pueblo estuviese abandonado a la merced de la naturaleza. Los pobladores estaban acostumbrados a hacer de jardineros comunitarios, más que una responsabilidad o un trabajo, para ellos era una tradición cuidar la flora que los envolvía. Farbonta era el último lugar donde uno esperaría que la paz fuera perturbada.
Faunera era el bosque al este de Farbonta, aunque más conocido que su poblado vecino seguía siendo un santuario apartado del mundo, así lo querían los druidas que se habían asentado en él desde hace siglos pues el bosque era hogar las criaturas más místicas que han pisado esta tierra: los unicornios. Durante las noches más oscuras, cuando un viajero prestaba la atención suficiente, un brillo intermitente cruzaba entre los árboles galopando con tranquilidad.
Las leyendas cuentan que fue ahí donde Ehlonna, diosa de los bosques, dio muerte ella sola a un dragón verde usando solamente una flecha de su arco y que en el lugar donde el dragón había caído ella sembró el Gran Roble para ser un templo que protegiera al bosque de Faunera.

Las hojas volvieron a agitarse con el viento. Un par de siluetas caminaban desde el bosque y se acercaban al pueblo, un hombre y una bestia se movían con total serenidad entre las sombras que los árboles creaban aquella tarde soleada.
El hombre de aspecto tosco y salvaje contempló el pueblo por un momento con ojos serios. No era un bárbaro de las tierras del sur, como su vestimenta de pieles podía sugerir, su semblante era mucho más sereno y pese a sus brazos amplios y fuertes no parecía alguien violento. Ni siquiera el lobo que iba con él le daba un aspecto amenazante, ambos guardaban un silencio profundo en el que parecían entenderse y sus miradas mostraban la misma calma y los mismos pensamientos.
Farbonta estaba desierta. Dentro de las casas se escuchaba movimiento, de algunas chimeneas salía humo y las ranas croaban en los charcos, pero el aire estaba tenso y tanto el hombre como el lobo podían sentirlo. El único movimiento que se podía ver desde los límites del bosque era el de un hombre trabajando en un jardín al pie de un roble inmenso.
­—Vamos —le dijo el hombre al lobo y con la misma tranquilidad se acercaron al Gran Roble.
Desde fuera, el templo de Ehlonna parecía un roble enano en estatura pero amplio de tronco, dentro de un jardín con pequeñas flroes blancas rodeado de una cerca de madera. En él, un muchacho de cabello castaño claro canturreaba y se afanaba en el cuidado del jardín. Vestía una túnica verde olivo, lo que lo presentaba un clérigo de Ehlonna.
Cuando sintió la presencia del hombre, el muchacho dio un respingo y se quedó inmóvil un segundo. A pesar de haber estado cantando con aparente tranquilidad, el miedo se leía claramente en sus ojos. El hombre de las pieles levantó una mano en señal de calma sin quitar la vista del Gran Roble. El muchacho parpadeó confundido.
—Espera aquí afuera —dijo el hombre con una voz tan serena que era difícil distinguir si estaba molesto o tranquilo. Al oír la orden, el lobo se sentó sin dejar de contemplar a su amo.
El hombre entró en el templo. Algunas bancas estaban dispuestas a las orillas y al centro del recinto, frente a un altar lleno de hojas húmedas de rocío matutino. Todo en el lugar parecía surgido de la misma madera del roble excepto por un adorno en lo alto del altar, un inmenso círculo de plata del tamaño de un hombre en el que estaba tallada la figura de un unicornio encabritado. El cieno cubría las partes altas y bajas de las paredes y algunas hierbas pequeñas salían de entre las tablas del suelo, perfumando el aire con el aroma de la tierra recién mojada.
Sólo unas velas pequeñas iluminaban el lugar, aparte de la escasa luz que entraba por la puerta. El hombre aspiró profundamente, el aire estaba lleno de esa tranquilidad que el bosque no mostraba últimamente.
En la banca más cercana al altar, un clérigo oraba de rodillas y en voz muy baja, su concentración daba fe de la devoción con que hacía sus plegarias. El hombre de las pieles se acercó hasta el clérigo. Vestía la túnica verde olivo que caracterizaba a los clérigos de Ehlonna, su cabeza calva estaba inclinada sobre las manos entrelazadas alrededor de un largo bastón de roble. Teniendo respeto por la oración, el hombre de las pieles habló con completa calma.
—Buen día, hermano, estoy buscando a Telperion, el clérigo en jefe de este templo.
Pero el clérigo continuó orando sin inmutarse. Sintiéndose algo incómodo, el hombre repitió con más tosquedad.
—Busco a Telperion, el clérigo encargado de este templo.
Pero de nuevo no obtuvo respuesta. En el umbral de la puerta apareció la cabeza curiosa del muchacho. Con un dejo de impaciencia, el hombre se acercó y puso su mano pesadamente sobre el hombro del religioso.
—Estoy buscando a Telperion…
En el instante en que tocó al clérigo, éste giró el bastón en sus manos y la parte que estaba apoyada en el suelo apuntó a la cara del hombre, el bastón había sido tallado semejando el cuerno de un unicornio. Apenas un segundo duró esa tensión pues el clérigo no vio frente a él ninguna amenaza, al contrario, la serenidad del hombre que había interrumpido sus oraciones le daban la certeza de que era la respuesta a las mismas. Un tanto apenado, bajó el bastón y se levantó.
—Mis disculpas. No era mi intención, es la tensión de los últimos días. Yo soy Telperion, el clérigo en jefe del templo de Ehlonna.
Telperion sonrió a través de su larga barba blanca, un rasgo muy extraño para un elfo, pero que acentuaba la sabiduría que emanaba de sus ojos violetas; en ese momento su mirada transmitía una tranquilidad amistosa contraria a la fuerza que tenía cuando empuñó el arma.
—No hay problema, hermano, ninguno de nosotros ha tenido un momento de tranquilidad en días.
—Mucho menos ustedes, que viven rodeados del peligro —dijo Telperion señalando un tatuaje en el brazo del extraño, cerca del hombro, donde un árbol formaba un círculo completo, las hojas cerraban la parte superior y las raíces la inferior—, me alegra que los druidas se hayan decidido a cooperar con nosotros.
La Orden es demasiado cerrada, los ancianos tardaron en reconocer que no podíamos solos contra los incendios. Mi nombre es Estrâik.
El druida inclinó la cabeza hacia el clérigo, lo que hizo que Telperion se fijara en el tocado que llevaba en la cabeza, un gorro de piel adornado con ramas secas a manera de cornamenta, un signo distintivo entre los druidas. El cabello de Estrâik era largo y tan oscuro como sus ojos. En un rápido escrutinio, el clérigo encontró satisfecho que el druida parecía muy apto para la batalla, por las cicatrices en los brazos vio que era un combatiente resistente y por unos rasgos afilados ligerísimos en los ojos, la nariz y las orejas supo que no era totalmente humano.
—Semielfo, ¿no es así?
—De padre humano y madre elfa. Antiguos druidas de la orden.
—El hijo de Khôrven.
—¿Lo conoce?
—He oído sobre él. Veo que traes compañía, adelante, hazlo pasar.
Estrâik sonrió e hizo un leve gesto con la cabeza al lobo de la entrada, éste se levantó y entró en el templo con total serenidad, una bestia corpulenta con abundante pelaje blanco, sólo una franja grisácea que nacía desde el hocico le cruzaba la cabeza y el lomo e iba a perderse en la cola.
—Es Baltho, mi compañero. Hemos estado juntos desde que inicié mi entrenamiento en la orden. Es un lobo muy listo y bastante fuerte.
—Estoy seguro de que nos será de gran ayuda —dijo Telperion acariciando la cabeza del lobo y con una sonrisa que se desvaneció al mismo tiempo que terminó la frase. Estrâik pudo reconocer un gesto de dolor en Telperion y pensó que lo mejor era darse prisa con la misión que lo había llevado hasta ahí.
La Orden me encomendó apoyarte en todo lo que pueda, y soy consiente de los peligros que podemos correr. Estoy dispuesto a arriesgarme, así que en cuanto tengas un plan, podemos comenzar.
—Yo tengo la misma disposición, Estrâik, pero creo que si nuestros esfuerzos han fallado, todo se debe a la ignorancia. No sabemos contra qué estamos peleando.
—Los druidas que han sobrevivido cuentan que los incendios comienzan de la nada. Algunos aventuran ideas más extrañas en las que el fuego nace de la tierra, o baja del cielo.
—Ahora puedo creer lo que sea —Telperion se sentó en la banca en la que antes oraba—; los unicornios que hemos sanado hablan de que el fuego camina, dicen que corre y que embiste contra ellos.
—¿Han sanado a muchos unicornios? —preguntó Estrâik lentamente. Telperion tragó saliva y bajo la cabeza. Adivinando la respuesta, Estrâik se quitó el gorro en señal de duelo y Baltho soltó un lamento muy pequeño.
Días antes la tranquilidad del bosque se vio alterada por un incendio como Telperion jamás había visto. El fuego se inició en el lado norte y se movía rápidamente hacia su centro. No crecía, se movía. Se prendía repentinamente, carbonizaba varios metros de vegetación y con la misma velocidad se apagaba, avanzando hacia otro punto.
La noche que eso ocurrió los clérigos de Ehlonna salieron a los lindes del bosque para restaurar la vegetación que se pudiera. En el silencio de su labor pudieron escuchar a la distancia el relinchar de un unicornio, un llanto lastimero y fuerte que alertó a Telperion. Acompañado de una pequeña comitiva de clérigos y pobladores entraron al bosque para investigar qué había ocurrido. En su camino escucharon que algo galopaba hacia ellos, un momento después vieron salir de entre los árboles al unicornio herido cojeando de una de las patas traseras. Algo lo había quemado.
Desde esa noche los ataques a unicornios continuaron. A pesar de que el bosque estaba lleno de ellos, los pobladores de Farbonta no estaban acostumbrados a verlos tan seguido; pero ahora a cada momento llegaba algún unicornio herido al templo y otros más eran rescatados por los clérigos. Y de los incendios nadie podía ver nada, sólo que repentinamente se elevaban sobre los árboles largas columnas de humo negro. Ésa solía ser la señal de que pronto algún unicornio sería atacado.
Siendo los protectores del bosque, los druidas habían tratado de intervenir por su parte sin obtener buenos resultados. Los antiguos de la Orden de la Arboleda Verdeante acordaron que lo mejor era aliarse al templo de Ehlonna, apelando al respeto que el clérigo en jefe tenía en la localidad, y siendo los clérigos más comunicativos que los druidas, éstos pensaron que alguna otra alianza podría surgir y apoyarlos.
—¿Tenemos más aliados? —preguntó Estrâik, recordando lo hablado en la Orden.
—Es probable —dijo Telperion, la noticia parecía reconfortarlo—. He escrito a un viejo amigo en la ciudad de Líbermond, un mago muy sabio que en algo sabrá ayudarnos.
—Líbermond —repitió Estrâik con un pequeño gesto de disgusto—, la ciudad del norte, ¿no?
—La gran ciudad del norte —dijo Telperion sonriendo ante el desagrado de Estrâik—. Entre tanta gente debe haber alguien dispuesto a ayudar.
Telperion sabía que los druidas no gustaban de la presunción material o la vida ostentosa. Eran gente sencilla que vivía de lo que proveía la naturaleza, sin exigir más ni quejarse de alguna carencia, sólo viviendo en armonía con el entorno. Todo lo contrario a Líbermond.
—Tendremos que ir para allá. Además —el semblante de Telperion volvió a ensombrecerse—, cualquier ayuda en este momento es buena. Es necesaria.
Baltho alzó la cabeza y olfateó el aire. Estrâik también presintió que alguien se acercaba y un segundo después una voz femenina llegó desde la entrada del templo. Con la luz del atardecer sólo podía distinguirse una silueta delgada y de largo cabello hablar con el clérigo joven que afuera cuidaba las plantas, y un momento después avanzar algunos pasos dentro del templo.
—¿Hay visitas, maese Telperion? —preguntó. Telperion alzó la vista y sonrió con simpatía a la mujer.
—Sí, pequeña, y muy gratas. Él es Estrâik, un druida enviado de Faunera para ayudarnos con el misterio del fuego en el bosque. Hermano Estrâik, ella es Hínodel Berethani.
Hínodel se acercó hasta donde hablaban, la silueta se reveló como una hermosa elfa de piel muy clara con grandes ojos color miel. Una larga cabellera negra y lacia caía hasta la parte baja de su espalda, donde un cinturón de cuero sostenía una gruesa ballesta de madera, cosa que sorprendió a Estrâik pues con su baja estatura, su apariencia amable y la fragilidad de su paso, no se esperaba que Hínodel pudiera ser alguien preparado para el combate. Su atuendo era sencillo pero muy bien aliñado, botas de viaje y pantalón marrones y una blusa bordada blanca con detalles rosas, todo daba señas de haber sido usado en un largo viaje.
—Es todo un honor, hermana Hínodel —dijo el druida haciendo una reverencia.
—¿Alguna noticia nueva? —preguntó el clérigo.
—Encontré a otro que fue atacado. No es demasiado grave, él pudo encontrarme a mí. Aún así, necesita cuidados. Le he pedido a Valrya que lo ayude a lavarse en el estanque.
—Gracias, pequeña. Supongo que tendrán hambre. Hínodel, ¿por qué no buscas algo en la alacena mientras yo echo un vistazo al unicornio?
—Muy bien.
—Me gustaría acompañarte, hermano —dijo el druida y luego se volvió hacia el lobo—. Tú hazle compañía a Hínodel, Baltho.
El lobo movió la cola mientras Hínodel le rascaba detrás de las orejas.
Telperion condujo a Estrâik al lado derecho del altar, donde iniciaba un pasillo que se extendía por la parte trasera del templo, ahí estaban la puerta de la alacena, unas escaleras de caracol que conducían a un nivel superior y más al fondo otra puerta. Caminaron en silencio, acompañados solamente por el golpeteo del bastón de Telperion.
La puerta daba a un pequeño jardín en la parte trasera del Gran Roble; varias plantas, árboles pequeños y rocas daban cierta privacidad al lugar, sin hacerlo de ningún modo secreto. A Estrâik le recordó el modo en que los druidas marcaban sus santuarios.
En el centro del jardín había un estanque grande y poco profundo, de unos diez pasos de largo; por el brillo cristalino y el olor a césped, el druida supo que ese estanque era creado por el Río Verde, que alimentaba a la vegetación de Faunera.
Al otro lado del estanque, un unicornio se inclinaba a beber de él. Del mismo tamaño que un caballo pero menos voluminoso, tenía las patas fuertes y ligeras, el pelaje era muy blanco y en la cola y las crines era largo y abundante, como jirones de nube; unas pezuñas negras y hendidas se apoyaban con firmeza sobre la hierba, mientras el cuerno, de unos cuatro palmos de largo, reflejaba su brillo en la superficie del agua.
Era una visión tranquilizadora, hasta que giró un poco la cabeza. Tenía una quemadura que se extendía desde el cuello hasta la parte baja del ojo derecho, el pelaje estaba chamuscado y la carne blanca había enrojecido severamente.
Estrâik apretó los puños y tomó aire.
—Buenas tardes, amigo —dijo Telperion al unicornio, acercándose lentamente y tratando de esbozar una sonrisa tranquila—. Yo soy Telperion, el clérigo en jefe del templo de Ehlonna.
El clérigo más joven se acercó con una gran hoja de árbol en la mano que usaba para contener una pasta verdosa y brillante que se adivinaba estar hecha de distintas hierbas machacadas.
—Ya has conocido a Valrya —continuó el elfo—. Lo que te va a poner es solo un ungüento que preparamos para refrescar la piel y sanar la quemadura. Puede arder un poco al principio, pero te sentirás mejor.
El unicornio levantó sus grandes ojos grises hacia el clérigo. Telperion hizo una señal con la cabeza a Valrya y éste se puso al lado de la quemadura. Un tanto nervioso, tomó un poco de ungüento con los dedos y lo aplicó sobre la herida. El unicornio sólo se movió levemente hacia un lado y parpadeó.
—Gracias —dijo el unicornio, con una mirada que oscilaba entre la tristeza y el enojo.
—Para eso estamos —dijo Telperion tratando de reconfortarlo con la voz—. Sé que puede ser un poco rudo en este momento, pero me gustaría saber cómo fuiste atacado y qué fue lo que viste. Tratamos de descubrir qué está causando los incendios y detenerlo, queremos ayudarlos. Como puedes ver, somos amigos, a todos nos afecta de alguna u otra manera. ¿Cuál es tu nombre?
El unicornio alzó la cabeza y parpadeó un segundo, evaluando al clérigo. A pesar de que los unicornios sabían del clero de Ehlonna no tenían trato directo con él. En eso Estrâik comprendió al unicornio, los druidas también se volvían recelosos frente a todo aquel que fuera ajeno a su comunidad.
No esperaron mucho la respuesta del unicornio, pues el silencio fue interrumpido por un ruido muy fuerte cuyo eco se elevó en el cielo. Las aves cercanas alzaron el vuelo y todos se volvieron hacia el templo, sumidos en un súbito silencio. Algo había explotado.
—¿Otro incendio? —preguntó aterrado Valrya.
—No —dijo Telperion con mucha preocupación, y fue rápidamente hacia la puerta—. Eso vino del pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario