Dejaron a Valrya y al unicornio en el jardín y entraron al
templo. Estrâik silbó una y de la alacena Baltho salió gruñendo seguido de
Hínodel.
—Eso no fue en el bosque —dijo la elfa.
—No. Quédate aquí, pequeña —Telperion
corrió hacia el otro lado del altar, donde un arco largo y un carcaj
descansaban contra la pared.
—Ni pensarlo —dijo Hínodel tomando
ballesta—. ¿Quién te va a cuidar entonces?
Al salir del templo, vieron las ventanas
llenas de curiosos. Estrâik se asombró ante la cantidad de gente que ahora
aparecía en Farbonta. Los asustados pobladores se preguntaban entre ellos qué
había pasado; algunas mujeres gritaron a lo lejos y la confusión se volvió
pánico, todos señalaban una delgada línea de humo negro que venía de algún
punto en el centro del pueblo.
Telperion y Hínodel intercambiaron una
mirada de terror.
—¿Un incendio aquí? —Hínodel puso una
saeta en la ballesta.
Telperion fue el primero en correr hacia
el centro del pueblo. Aunque las pieles en que Estrâik se envolvían eran toscas
y pesadas, pudo correr a la par de Hínodel que era más ligera, con lo que el
druida dejó en claro su fuerza y resistencia. Baltho seguía a su amo de cerca,
ante los ojos extrañados de los pobladores.
La gente en las calles se apartaba del
camino del clérigo y a pesar de que su presencia era signo de tranquilidad para
todos, muchos volvieron a encerrarse en sus casas. Tan pequeño era el pueblo
que en apenas un minuto habían llegado a la fuente en el centro de éste, donde
un par de hombres con azadones se acercaron a Telperion.
—Vamos con usted, señor —dijeron. Telperion
agradeció con la cabeza y siguió corriendo. Conforme se acercaban a la columna
de humo, el clérigo reducía la velocidad hasta que se detuvo por completo a un
par de casas del origen del humo.
Frente al grupo, un letrero colgante
anunciaba “La Rama Torcida ”,
y la columna de humo salía de un agujero en el techo de la posada.
Telperion resopló entre sus jadeos, y
aunque menos preocupado, estaba más molesto que antes. Se secó el sudor con la
manga y avanzó hacia “La Rama
Torcida”. Hínodel soltó una risa irónica.
—Alguien se ha metido en problemas —y
negó con la cabeza. Ella, Estrâik, Baltho y los dos hombres siguieron de cerca
al clérigo.
La puerta de la taberna se abrió de
golpe, un hombre salió tosiendo y cubriéndose la boca entre una gran humareda.
Luego los gritos furiosos de otro llegaron desde dentro.
—¡Largo! ¡Largo he dicho! ¡No me importa
quién seas, fuera de aquí! —acto seguido, un hombre pequeño, corpulento y de
poco cabello salía arrastrando un bulto—. ¡Vete a enseñar tus trucos a otro
lado!
El posadero arrojó el bulto a la calle,
era un hombre que a primera vista estaba inconsciente, hasta que escucharon su
risa entre murmullos.
—¿Qué ha pasado aquí, Efriol?
—¡Señor Telperion, qué oportuno! Ése
imbécil ha hecho explotar tres toneles de cerveza y por poco incendia mi
posada. ¡Vea lo que le hizo a mi techo!
—¿Este hombre ha hecho eso? No me lo
explico.
—¡Pregúntele! ¡Pregunte a los demás!
Jugaba y presumía de sus capacidades. Unas chipas de colores brillantes salían
de sus manos y todos aplaudían. Pero no pudo controlarse. Es uno de esos bichos
raros.
Hínodel bajó la ballesta y carraspeó.
—Telperion, hay que calmar a los
pobladores.
—Tienes razón, pequeña —dijo Telperion
viéndola con seriedad. Estrâik tuvo la leve sospecha de que intercambiaban
algún secreto—. Aogust, Rique, por favor avisen por las calles que todo está
bien. Nada ha pasado aquí.
Los dos hombres de los azadones
asintieron y dando voces de que todo estaba bien se alejaron entre las
callejuelas.
—¡Exijo que se le castigue! ¡Esa clase
de gente no puede andar por ahí como si fueran normales!
—Efriol —habló Telperion en un tono lo
bastante alto como para callar al posadero en el acto—, este hombre estaba
bebiendo en tu posada, ¿no es así?
—Sí —respondió confundido el posadero.
—Entonces, bebió de tu cerveza.
—Pues… sí.
—Si realmente este hombre de aquí, que
en este momento no es capaz ni de tenerse en pie, fue el que ocasionó la
explosión, entonces fue un accidente que inició por los efectos de una bebida
que tú mismo le diste. Por lo tanto, parte de la responsabilidad es tuya. ¿No
es tu deber medir lo que beben tus comensales?
—Supongo… sí —tartamudeó Efriol—. Pero
cualquiera ha bebido un poco más de la cuenta y no ha pasado a mayores. ¡Pero
uno no espera que uno de estos bichos aparezca y…!
—Te pido que en mi presencia hables de
manera más cortés, Efriol —dijo Telperion con una voz tan tranquila que
asustaba. El posadero parpadeó confundido, tragó saliva y luego asintió—. Este
hombre tendrá que pagar por los daños ocasionados, pero debes tener en cuenta
las cosas que pasan cuando hay bebida de por medio, así sea una discusión, una
pelea o esto. En el estado en que está este joven no puede responder por sus
actos, así que se quedará en el Gran Roble para mantenerlo vigilado. Mientras
tanto limpia este lugar, ya has perdido tres toneles de cerveza, si no te das
prisa perderás la clientela de esta noche. Deberías dar gracias a Ehlonna de
que nadie resultó herido.
Efriol dio un paso hacia atrás aún
confundido y sintiéndose culpable, aunque no atinara a decir de qué. El hombre
que salió antes que él de la posada se le acercó, le palmeó la espalda y con
una voz que indicaba que también había estado bebiendo, le recomendó que
empezaran a limpiar.
Telperion se inclinó sobre el bulto
ebrio que en ese momento rascaba la tierra entre los adoquines. Le dio la
vuelta. Un muchacho joven y de rasgos afilados se reía mientras murmuraba cosas
incompresibles. Estaba totalmente envuelto en su capa escarlata y mantenía los
ojos cerrados, como si estuviera a punto de dormir.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Telperion de
mal humor—. ¡Oye! ¿Cuál es tu nombre?
Desde la puerta de la taberna, Efriol
volvió a dirigirse hacia el clérigo.
—Tenga cuidado, señor Telperion. Podría
ponerse violento…
—Gracias, nosotros podemos con él —dijo
muy seca Hínodel. Efriol entró a la taberna y el resto de los pobladores
volvieron a refugiarse en sus casas.
—Es un hechicero —dijo Telperion a
Estrâik y chasqueó la lengua—. No son totalmente desconocidos para mí, pero no
es nada común que uno de ellos llegue a este pueblo tan pequeño. ¡Oye!
¡Despierta!
Telperion levantó la cabeza del muchacho
y su capucha cayó, descubriendo un alborotado cabello corto castaño, pero lo
que más sorprendió a Telperion fue la forma de sus orejas.
—¡Es un elfo! —dijo el clérigo con
sorpresa.
—¿Otro elfo? —Hínodel se inclinó sobre
el hechicero.
—Son demasiadas coincidencias —dijo
Telperion—, llevémoslo al templo. Estrâik, ¿podrías echarme una mano?
Regresaron al templo mientras el día iba oscureciendo.
Pocos eran los que se atrevían a asomarse por sus ventanas para comprobar los
rumores sobre un ataque dentro del pueblo. A pesar de lo que les habían dicho,
algunos creían que el clérigo en jefe les escondía algo para evitar que el
miedo creciera en el pueblo. Y aunque no veían señales de que algo más grande
hubiera ocurrido, sí se extrañaron al ver la compañía de Telperion. Se habían
acostumbrado a verlo acompañado de Hínodel, pues hacía poco menos de un mes que
había llegado al Farbonta, pero nadie conocía al hombre salvaje que llevaba un
bulto sobre los hombros. El lobo que los acompañaba de cerca acentuaba el
misterio.
—Bueno, creo que ahora sí nos caerían
bien algunas viandas —dijo Telperion cuando entraron al Gran Roble. Valrya
cerró la puerta tras ellos y encendió varias velas gruesas. Estrâik dejó al
elfo sobre una de las butacas y se quedó muy quieto, escuchando. Estaba seguro
de que algo los había seguido desde la posada.
Entraron a la alacena de paredes llenas
de estanterías bien abastecidas con frascos de frutas secas, sacos de harina y
ramilletes de trigo. Los rodeaban barriles pequeños, los abiertos con agua
fresca del bosque y los cerrados con vino oloroso de especias. Ramilletes de
frutas con la piel cubierta de rocío colgaban del techo y los estantes. Todo lo
demás eran tarros, platos y vasijas de barro, cucharones de madera y uno que
otro brillo metálico de cuchillos y algunas copas. Sobre una pequeña mesa de
madera seguían las frutas, los panes y la garrafa de jugo que Hínodel había
preparado antes del incidente.
—Fresas, manzanas y pan. Sírvete lo que
quieras, amigo —dijo la elfa sentándose a la mesa—. Espero que sean de tu
agrado.
—Tal como en casa —dijo Estrâik con una
amplia sonrisa, se sentó y tomó un puñado de fresas.
—Jugo de arándanos —dijo Telperion con
una ligera risa después de revisar la garrafa—. Lo mejor para quitar un mal
sabor de boca, pero creo que empezaré con un poco de leche.
Valrya se sentó con ellos después de
encontrar algo de carne para Baltho.
—¿Un hechicero? —preguntó Valrya después
de que Telperion contara lo ocurrido en la posada—. ¿Qué cree que signifique,
maestro?
—Lo descubriremos mañana que esté en
condiciones de hablar —dijo Telperion examinando una frambuesa.
—Tú no eres de este pueblo, ¿verdad
hermana? —soltó Estrâik.
—No —respondió amablemente Hínodel—.
Llegué hace poco tiempo por accidente. O más bien, por fortuna. Tuve un
problema cerca de aquí, en el paso de Axirk. Un grupo de orcos venía
siguiéndome y yo ya no podía correr más, creí que al entrar al bosque podía
perderlos pero eran insistentes. Fue una suerte que Telperion estuviera dando
un paseo por el bosque en ese momento.
—Tampoco fui de tanta ayuda —dijo el
clérigo tapándose la boca al masticar—. Sólo pude despachar a dos de ellos,
pero conozco el bosque y sé que puede ser engañoso. No dejé que me vieran.
Seguramente creyeron que era el bosque el que los atacaba porque se asustaron y
huyeron.
—Tengo una gran deuda con Telperion
—dijo Hínodel—. Me rescató y me dio asilo en este templo. Me aceptó.
Hínodel bajó la mirada y echó un par de
fresas en un cuenco con leche. Estrâik tuvo la sensación de que no terminó su
frase.
—¿Y qué hacías en el paso de Axirk?
—preguntó.
Valrya se volvió hacia Hínodel como si
también le intrigara la pregunta. Telperion sonrió y no quitó la vista del
plato.
—No tengo idea —dijo Hínodel con una
sonrisa extraña—. Es decir, creo saber de dónde vengo, pero no sé por qué salí
de ahí ni hacia dónde voy.
—Sólo hay dos lugares donde viven los elfos
—dijo Telperion—. En Levecäesin, el bosque cerca de las montañas del norte, y
el bosque de Vientoverde que protege la mítica ciudad de Winbern.
Estrâik miró con mucho interés a la
elfa.
—Vienes de las Arboledas del Olvido.
—Es la muestra viva de que las Arboledas
del Olvido existen —dijo el clérigo.
—No recuerdo nada de mi vida ahí —dijo
Hínodel como si eso fuera muy común—, no sé con qué motivo salí. Pero de algo
estamos seguros: nadie cruza las Arboledas del Olvido a menos que sea por algo
muy importante.
—Son demasiadas coincidencias —dijo
Telperion viendo hacia el techo—. Hace un mes, te encontré a ti, pequeña.
Después, los incendios inician en el bosque. Y ahora, ese hechicero ha
aparecido en este pueblo que suele ser tan ignorado. Algo grande está por
pasar.
Aunque Telperion no era partidario de la
cerveza, no se negó a una compartir una copa de vino con sus invitados mientras
hablaban de las virtudes del bosque y de sus posibles enemigos, sin llegar a
ninguna conclusión. Cuando terminaron, la noche se había hecho profunda.
—Iré a ver a Halvaradian, el unicornio
—dijo Valrya levantándose—. Le prepararé un buen lugar para dormir.
—Mañana volveré a hablar con él —dijo
Telperion—, por ahora es mejor que descanse. Todos necesitamos descansar.
Cuando salieron de la alacena se abrió
la puerta principal y varios clérigos que terminaban la jornada entraron
buscando descanso. Todos ellos hicieron una reverencia a Telperion y sus
invitados e informaron al clérigo de sus patrullajes en el bosque.
—Nada en el noreste, señor —dijo un
clérigo de poblada barba castaña.
—Tampoco en los límites del sur —dijo
una mujer de piel clara y cabello rojizo.
—Fui río arriba unas cinco millas,
señor, pero no vi nada extraño —dijo un clérigo alto y corpulento.
—Creí ver una hoguera muy grande, pero
era el sol que se estaba metiendo —dijo un muchacho rubio.
—Había unos círculos pequeños de hojas
quemadas en un claro en el sureste —dijo otro clérigo de piel oscura y formó
con las manos un círculo del tamaño de su cabeza—. Algo así. No hacían ningún
patrón, aparecieron de la nada. Había al menos diez en todo el claro.
Los clérigos guardaron silencio mientras
Telperion pensaba. Luego los vio y les sonrió.
—Buen trabajo, a todos. Ahora vayan a
descansar, lo merecen.
Telperion levantó el símbolo sagrado de
Ehlonna que colgaba de su cuello, en señal de bendición a los clérigos. Todos
hicieron una pequeña reverencia y se retiraron a sus habitaciones, en el nivel
superior. Hínodel también subió, no sin antes acariciar de nuevo a Baltho
detrás de las orejas. Por más que Telperion insistió en ofrecer una de las
habitaciones para que Estrâik y su lobo descansaran, el duida dijo que el mejor
lugar para ellos era a la intemperie. Lo menos que Telperion podía ofrecer era
el jardín trasero del templo.
Afuera, el druida se recostó al lado de
su compañero lobo sobre la hierba fría y suave y contempló el cielo estrellado.
En poco tiempo Baltho roncaba a su lado. Luego el druida se volvió hacia el
bosque pensando en lo que podía estar ocasionando los incendios. Seguía
teniendo la sensación de que algo los observaba. Llevó la diestra a la vaina de
su cinturón y al ponerla en la empuñadura de la cimitarra se sintió lo bastante
tranquilo como para conciliar el sueño.
En lo alto del Gran Roble un aleteo
movió las hojas, unos ojillos negros y muy pequeños contemplaban el jardín. Un
cuervo caminó por una de las ramas del templo.
Telperion se sentó en la butaca más cercana al altar y se
apoyó en su bastón, calmando sus ideas. Miró al elfo acostado cerca de él, se
revolvía en su capa y roncaba sonoramente. Fijos en el gran símbolo de plata,
los ojos violetas del clérigo rogaban a la diosa de los bosques por una señal
de ayuda.
Un chillido llegó de la puerta.
Telperion se volvió hacia donde la figura diminuta que trataba de entrar por
debajo de la puerta. “Es sólo un ratón” pensó, pero un momento después la
pequeña sombra logró entrar y alzó el vuelo. Un murciélago voló de forma
irregular hacia el clérigo.
Se posó al lado de él. Era un murciélago
grande, demasiado grande para haber pasado tan fácil. El pelaje debajo de su cabeza
era completamente blanco, y seguía así hasta el vientre, contrastando con el
color negro del resto del cuerpo. Además, tenía un diminuto chaleco de cuero
con algo abultado en el lomo.
Telperion sonrió. El murciélago se quedó
muy quieto cuando el clérigo quitó el broche del bulto en su chaleco y sacó un
pequeño trozo de pergamino enrollado. Al desenrollarlo, unas letras muy
elegantes en tinta púrpura le dieron la certeza de que era la respuesta que
esperaba.
Creo que puedo
hacer algo, pero debes darte prisa. Tendrás que venir a Líbermond. Sabes lo que
necesitaré. Es el hueso más valioso. Lamento pedirte eso. Saludos.
PD.
Áldan puede regresar de inmediato.
Telperion volvió a enrollar el
pergamino, tomó al murciélago entre sus manos y fue hasta la puerta.
—Muchas gracias, amigo. Dile a tu amo
que estoy en camino y que también le estoy muy agradecido —abrió la puerta y se
apartó un poco de ella—. Suerte.
El murciélago alzó el vuelo y su aleteo
se perdió en la noche. Antes de entrar, Telperion alzó la vista a las hojas del
Gran Roble, donde le pareció escuchar un curioso sonido. Él no lo supo, pero un
cuervo lo vio entrar en el templo y cerrar la puerta.
No se acordaba de nada del día anterior. Aunque en general,
no había mucho de qué acordarse. Sentía la boca seca y la cabeza un tanto
mareada. Se talló los ojos y los abrió lentamente, sólo vio un techo de madera
muy alto. Parpadeó un par de veces y respiró con fuerza. Cerca de él, alguien
hablaba en voz baja y muy rápido. Volvió a cerrar los ojos y respiró haciendo
un ruido por la nariz. No sabía dónde se había metido esta vez, pero no quería
averiguarlo de inmediato.
—¿Skrath? —llamó, pero no obtuvo
respuesta. Hizo un ruido gutural de pereza antes de volver a llamar alargando
la voz—. Skrath…
Y justo cuando empezaba a llamar por
tercera vez, una horrible sensación de frío le hizo atragantarse. Alguien le
había dejado caer en la cara un chorro de agua helada.
—Buenos días —dijo una voz muy amable.
—¿Qué te pasa? —dijo incorporándose y
secándose la cara con su capa. Mientras seguía jadeando de frío vio a un elfo
de larga barba blanca y cabeza sin cabello, vestido con una túnica verde olivo.
Llevaba en la mano un tazón de barro grande.
—Estabas diciendo palabras sin sentido.
Creí que tenías una pesadilla —respondió el viejo. A pesar de su simpatía,
tenía cierto tono de reproche.
—¿Dónde estoy? —preguntó el nuevo elfo
respirando con dificultad.
—En el Gran Roble, el templo de Ehlonna,
señora de los bosques.
—Oh, no, ¿me uní a su orden?
—No, amigo —dijo Telperion molesto, pero
sin dejar de sonreír—; ayer te rescatamos de un pequeño problema que tuviste en
la taberna del pueblo. Parece que bebiste más de lo que esa cabeza hueca
aguanta y tus aptitudes se salieron un poco de control.
—Rayos —dijo el hechicero mirándose las
manos, luego le sonrió al clérigo—. Bueno, eh… gracias.
—No agradezcas —dijo Telperion
sonriendo—, aún hay que pagar todos los daños de la taberna.
—Eh…
Mientras que el elfo pensaba, la puerta
al fondo del altar se abrió y Estrâik y Baltho llegaron del jardín trasero.
—Buenos días, hermano.
—Buenos días, Estrâik.
—Veo que ya se ha levantado, ¿cómo se
siente?
—En este momento, un poco confundido
—dijo el elfo, nervioso de ver al lobo al lado del druida—. ¿Quiénes son
ustedes?
—Telperion, el clérigo en jefe de este
templo. Él es Estrâik, un druida del bosque de Faunera y él es Baltho, su
compañero.
—Eh… qué tal, mucho gusto —dijo
sonriéndoles, luego guardaron silencio, esperando otra respuesta, el elfo los
miró confundido antes de entender lo que esperaban—. ¡Oh, sí! Mi nombre. Soy
Koríntur, Koríntur Ohimne de Winbern.
Telperion y Estrâik dejaron de sonreír.
—¿Winbern, dijiste? —preguntó Telperion.
—Sí, ahí nací —dijo Koríntur sin
entender el por qué de la sorpresa de sus anfitriones—. Oigan, ¿no han visto a
Skrath? Es mi…
Pero los pasos en el piso superior
interrumpieron a Koríntur. Los clérigos y Hínodel comenzaban a bajar de sus
habitaciones, hablando alegremente entre ellos. Era su costumbre levantarse,
salir al jardín trasero a lavarse la cara y luego dar un paseo por el bosque
antes de desayunar.
—Vayan ustedes —dijo Telperion cuando lo
saludaron y le preguntaron si estaba listo—, hoy necesito quedarme aquí.
Después de hacer una reverencia, los
clérigos salieron en dirección al estanque del templo. Hínodel también se
despidió de ellos y se acercó a los elfos.
—Veo que se siente mejor. Vaya problema
del que te libraste ayer, el posadero estuvo a punto de…
—¡Yo la conozco! —dijo Koríntur tan
sorprendido como los demás al oír esto—. Es decir… no sé quién es usted, ¡pero
la conozco! ¡La he visto antes!
—¿Dónde? —preguntó Telperion.
—En un sueño.
La respuesta resultó aún más
desconcertante para todos.
—¿Un sueño? —preguntó Hínodel, mientra
Koríntur asentía enérgicamente.
—Demasiadas coincidencias —dijo Telperion
atónito—. Él también viene de las Arboledas del Olvido, pequeña.
—¿Cómo que también? —preguntó Koríntur—
¿Es decir…tú? ¿Tú también? —y luego soltó una carcajada—. ¡Esto sí que es raro!
Dos elfos originarios del poblado de Winbern cruzan las Arboledas del Olvido y
van a encontrarse en el mismo pueblito. ¡Tal vez hasta nos hayamos visto alguna
vez antes y no nos recordemos! ¿No les parece gracioso?
Los demás intercambiaron miradas
confusas. Alguna relación debía haber entre los dos elfos, no había duda, y la
llegada de Koríntur no era fortuita. De hecho, después de pensarlo un momento a
Telperion le pareció que habían tenido suerte, después de todo no cualquiera
podía abrir un boquete en el techo de una taberna sólo usando la mitad de la
consciencia. “La divinidad obra de formas inesperadas” pensó el clérigo,
Koríntur podía ser la respuesta a una de sus tantas plegarias.
—Y supongo que tampoco recordarás por
qué saliste de Winbern, ¿no? —preguntó Estrâik.
—De hecho, sí —contestó Koríntur,
resultando cada vez más sorprendente—. Es, creo, lo único que recuerdo; fue
justamente por un sueño. Todo está aquí —dijo señalándose la cabeza, y luego
carraspeo—. Tengo la garganta un tanto seca, ¿no podríamos beber algo?
—Buena idea —dijo Telperion, viendo en
Koríntur un potencial aliado—, vayamos a la alacena a tomar el desayuno.
Fue una suerte que esa mañana Valrya decidiera hacer una
sopa con las hortalizas que cultivaba en el jardín, pues el hechicero dio
muestras de los estragos de su hambre. Bebía grandes cantidades de agua y
remojaba el pan en la sopa. Después de repetir el plato, comía puñados de
fresas silvestres cuyo jugo le remojaba la barbilla.
—Mucho le agradezco, señor Telperion
—dijo Koríntur con los dientes rojos—, es la mejor comida que he tenido en días.
Estaba harto de la fruta seca.
—Me alegra que te guste —dijo Telperion
forzando un poco su sonrisa—. Y… bien. ¿Qué sueño es ése que te ha hecho salir
de Winbern?
—Ah, sí, el sueño —tomó un gran trago de
agua y un hilillo le resbaló desde la comisura antes de secarse con la manga—.
No me negaría si tienen algo más fuerte que ofrecer.
Valrya dudó un momento y se volvió hacia
su maestro. Telperion asintió con la cabeza y el aprendiz fue a buscar el vino.
Koríntur había tomado una actitud reflexiva, tapándose la boca con la mano; era
la primera vez que podían observarlo con calma. Su cabello castaño estaba
siempre levantado, como agitado por el viento. El pantalón de color pardo tenía
varias bolsas pequeñas, era notorio que habían sido agregadas de manera improvisada
pues algunas eran de colores muy distintos a la tela original; a parte del
cinturón de cuero en la cintura, llevaba otros más en los brazos, formando unos
brazales gruesos que sostenían las mangas de la camisa verde olivo sucia de
tierra y hierba. La capa escarlata era una manera de anunciar que no era un
elfo común, y al ver sus grandes ojos castaños podía sentirse que algo emanaba
de su mirada, un poder que luchaba todo el tiempo por liberarse.
—Primero veía el mar —dijo—. Un mar
amplio y muy quieto que luego empezaba a revolverse. Yo iba volando, y estaba
rodeado por unas esferas que brillaban. Era un cielo muy azul lleno de nubes.
Luego caía un rayo, el cielo se volvía rojo y las nubes negras, y el mar
también se oscurecía, como en una tormenta. Del mar salía un enorme ejército de
armadura negra y se oían sus pisadas y gruñidos. Yo daba la vuelta hacia el
cielo y cuando me daba cuenta ya estaba en el suelo, los miles de guerreros que
corrían hacia mí. De entre todos ellos se levantaba un hombre siniestro, con
ojos que brillaban en varios colores a través de su yelmo, no se le veía la
cara. Me volteaba y entonces veía un bosque con un árbol inmenso y grueso que
empezaba a quemarse. Yo me repetía “busca al Tirano Mestizo, busca al Tirano
Mestizo”, pero las flechas empezaban a llover. Cuando volvía a ver al ejército
para defenderme una risa muy fría me llenaba de miedo y la figura siniestra se
quitaba el yelmo. Entonces desperté.
—¿Ese sueño te hizo venir hasta aquí?
—preguntó Estrâik—. No dudo que sea sombrío, pero no dice mucho, ¿o sí?
—¿Y dónde estoy yo? —preguntó Hínodel
interesada.
—Eso es lo importante —dijo Koríntur
mientras Valrya le servía un poco de vino—. Tengo muchos sueños, pero creo que
los más importantes siempre inician con el mar y yo volando, después veo al ejército negro. En uno de esos
sueños había otro ejército, uno de armadura blanca, tú estabas en medio de los
dos ejércitos pero vestías una larga túnica plateada y apuntabas con un arco
hacia el cielo. El cielo se empezaba a oscurecer y la flecha en tu arco
empezaba a brillar. Luego los dos ejércitos chocaban contra ti al mismo tiempo
y la flecha se disparaba. Ahí terminaba el sueño —dijo animado mientras Valrya
le rellenaba la copa—. Estoy seguro que eres tú quien está en ese sueño pues me
veías con mucha profundidad. Aunque en el sueño te veías muy malencarada, en
realidad me pareces una buena persona.
—Gracias —dijo Hínodel, intimidada ante
la idea de que un extraño soñara con ella.
—¿Y tienes muchos sueños de ese tipo? —preguntó
Telperion.
—Más o menos, a veces se repiten sin que
cambie ni una sola nube. Hay veces que despierto y estoy seguro de haber tenido
otro de esos sueños, pero por desgracia no puedo recordarlo. ¿Hay más vino?
—Creo que es suficiente —dijo Telperion
deteniendo a Valrya con la mirada—. Escucha, Koríntur, ya no creo en las
coincidencias. Creo que no llegaste por accidente a este pueblo, y tampoco fue
fortuito que llegaras a este templo (aunque fuera de esa forma). En estos
momentos estás dentro de un árbol como el que describiste en tu sueño y el
bosque de este pueblo está sufriendo una serie de misteriosos incendios. No
puedo obligarte a nada, sin embargo, toma en cuenta que aquí hay varias señales
que unen tu destino con el nuestro. Hínodel es muestra de ello. Y no te voy a
mentir, necesitamos ayuda con esto y tú puedes dárnosla.
Telperion vio profundamente al
hechicero. Koríntur frunció un poco el ceño, luego vio a Estrâik y a Hínodel.
Se encogió de hombros con tranquilidad.
—Por supuesto —dijo Koríntur, Telperion
parpadeó con sorpresa—. Yo salí de Winbern con para cumplir una misión, sin
saber cuál. Y aquí estoy, en un lugar donde necesitan ayuda. Parecen buenas
personas, así que deben luchar por una buena causa. Además, les debo una.
Y volvió a sonreír. Telperion y Hínodel
se sonrieron y Estrâik analizó al elfo, no creyó que resistiera mucho tiempo
dentro de una batalla, aunque también se decía que él no había conocido nunca
el poder de los hechiceros. Telperion hizo una seña con la cabeza a Valrya y
éste salió.
—Muy bien, éste es mi plan. Ayer por la
noche recibí la confirmación que esperaba. Un viejo conocido nos prestará su
ayuda. Es un mago muy poderoso y muy sabio también, a pesar de que se dedica a
algunas artes consideradas oscuras, es un hombre de buen corazón, pero tenemos
que ir hasta donde él está, en Líbermond, la metrópolis del norte.
Valrya volvió con un gran pergamino que
desenrolló en la mesa, revelando un mapa de la zona del paso de Axirk. Al este
del paso, se encontraba el bosque de Faunera y al norte, varios centímetros
arriba, estaba el dibujo de una ciudad al menos veinte veces más grande que el
pequeño pueblo de Farbonta.
—No podemos perder tiempo, así que lo
mejor será partir hoy mismo a mediodía. Así ganaremos bastante tiempo antes de
tener que acampar. Viajaremos ligeros, sólo llevaremos nuestras ropas, nuestras
armas y algo de conservas y agua. Calculo que llegaremos en tres o cuatro días,
una vez allá volveremos a abastecernos para el regreso.
—Qué pena —dijo Koríntur tomando otro
puñado de fresas—, de vuelta a la fruta seca.
—¿Y qué clase de ayuda va a darnos ese
mago, hermano? —preguntó Estrâik. Telperion lo miró y frunció la boca como
suele hacerse cuando uno recuerda algo que no quiere, pero que es necesario. Se
pasó una mano por la cabeza calva y después dijo:
—Tengo que mostrarles algo.
Valrya bajó la mirada y salió del
cuarto, esperándolos. Luego él y su maestro los guiaron hasta la puerta del
jardín trasero. Salieron y rodearon un poco el estanque hacia una parte donde
la vegetación se hacía más poblada. Ahí unas escaleras anchas de piedra
ayudaban a bajar a una depresión en el terreno, como un foso. Hínodel sintió un
escalofrío. Sobre ellos, las ramas de los árboles creaban una bóveda que
oscurecía el lugar. Empezaron a sentir frío e inquietud, a pesar del olor a
hierba fresca y húmeda que despedía el lugar.
Entonces llegaron hasta un cúmulo de
ramas y hojas.
Telperion y Valrya se miraron. En los
ojos de Valrya era notoria la angustia, y a pesar de que Telperion compartía la
sensación, le sonrió a su aprendiz para inspirarle confianza.
Empezaron a tomar las ramas y a hacerlas
a un lado, revelando lo que cubrían. Estrâik dio un paso hacia atrás y Hínodel
se cubrió la boca con ambas manos.
Era el cadáver de un unicornio. Su
pelaje antes blanco, estaba totalmente oscurecido y chamuscado, en el mejor de
los casos. En los lugares donde las heridas eran más profundas había grandes
llagas de carne aún brillante por la sangre, el sólo verlas producía escozor.
Las crines abundantes y la cola gruesa no eran más que mechones de pelo rígido,
el cuerno ya no se alzaba majestuoso y plateado, sino torcido y negro. Sin
embargo, la hierba a su alrededor estaba cubierta de diminutas florecitas
blancas. Era un marco demasiado hermoso para un acto tan despiadado.
—Esto… —dijo Estrâik conmocionado—, esto
no es fuego común. Ése fuego no es de este mundo.
—¿Qué clase de criatura haría esto?
—dijo Koríntur, mostrando por primera vez un gesto de enojo.
—Fue al único al que no pudimos rescatar
—dijo Telperion con un nudo en la garganta. Hínodel soltó una lágrima.
Entonces Estrâik, recordando lo hablado
en la mesa, se volvió hacia Telperion.
—¿Por qué hemos venido aquí? —preguntó
muy seco. Telperion le devolvió la mirada profundamente y luego bajó los ojos.
—Este mago que nos ayudará es… un
Nigromante.
—¿La magia de la muerte? —preguntó
Koríntur.
—Hará que su muerte no haya sido en vano
—dijo Telperion apretando los puños.
—Pero, maestro —dijo Valrya con una voz
muy tímida—, aun siendo por un buen motivo, eso sería… profanarlo.
—Ya lo sé —dijo Telperion relajándose—,
pero Ehlonna sabrá perdonar mis acciones.
Se arrodilló ante el cadáver del
unicornio, respirando con mucha agitación. Tomó el símbolo sagrado que colgaba
de su cuello y lo besó tres veces. Acercó la mano. Hínodel seguía tapándose la
boca y contenía la respiración.
Un ruido de cascos se escuchó en las
escaleras. Halvaradian, el unicornio del día anterior bajaba lentamente, la
herida le fue cubierta con varias vendas que Valrya había puesto la noche anterior.
Se acercó hasta el cadáver de su compañero mirando profundamente a Telperion.
—¿Prometes que evitarás que algo como
esto vuelva a pasar? —le preguntó lentamente y con una voz tan profunda que el
clérigo no sabía si aquello era honorable u hostil.
—Te doy mi palabra —dijo tomando su
símbolo sagrado.
—Entonces estás perdonado de antemano
—dijo el unicornio—. Yo llevaré la responsabilidad de tus actos, así que más te
vale no decepcionarme. De fallar, cargarías con dos de nosotros en tu
consciencia.
Esta vez Telperion estuvo seguro de oír
una nota de miedo en la voz de Halvaradian.
—Déjame ayudarte —dijo Estrâik y llevó
la mano a la vaina de la cimitarra. Halvaradian asintió y cerró los ojos.
Telperion pasó los ojos por sus compañeros, tomó aire, se decidió y comenzó con
Estrâik la penosa tarea.
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