Contrario a lo que habían visto al llegar, por la
mañana Líbermond eratranquila y silenciosa. Las calles estaban casi vacías,
sólo se veían algunos jornaleros paseando a los caballos o empujando
carretillas con paja, toneles de leche o manteca. Las luces de las farolas se
iban apagando, algunas emitían sólo un débil brillo intermitente.
Por
recomendación del guardia, salieron del Distrito Arcano (‘si son extranjeros,
no les conviene comer nada de por aquí’) y caminaron hacia el oeste. Pasaron
frente a varias forjas y armerías y luego vieron algunos puestos de avanzada
abarrotados de soldados que bebían algo que se calentaba en una hoguera. Más
adelante, estaba el Ayuntamiento de Líbermond, un edificio largo de piedra
rosada y lleno de ventanas altas.
Se metieron en
una callejuela, buscando un lugar para comer algo pero las tabernas que no
estaban cerradas rebosaban de los comensales del día anterior, que para esa
hora dormían sobre sus tarros.
—Lo siento, la
comida tardará aún un par de horas —les dijo el dependiente de “El Telar”.
—¿Es que no hay
comida en ningún lugar? —preguntó impaciente Koríntur.
—No hable tan
fuerte o va a despertar a alguien. No quiere ver a un enano con resaca.
—¿Conoce otro
lugar en que podamos comer? —preguntó Hínodel con amabilidad.
—Yo tengo un
lugar.
Un hombre cargaba
con dificultad un bulto inmenso. Por las gotas que caían de la tela que lo
envolvía, debía ser un animal muerto.
—Medio cerdo
—dijo, poniéndolo sobre la barra de la taberna.
—He pedido uno
completo —dijo el dependiente.
—¿Puedes darme
un respiro? ¿Has intentado cargar una de estas cosas?
El hombre
acomodó su cabello largo y negro, recogido en una coleta. No parecía la clase
de hombre acostumbrado a cargar cerdos.
—Si quieren
comer —les dijo respirando con dificultad—, del otro lado de la calle hay un
lugar…
—No, no vayan
ahí —dijo el dependiente enérgicamente—. Está asqueroso.
—Es sólo la
primera impresión —dijo el hombre del cerdo—, no es tan malo como suena.
—Si no tienen
problemas raciales.
—¿Quieres que
estas amables personas mueran de hambre? —replicó impaciente—. Síganme, por
favor.
—No te pagaré
hasta que traigas el cerdo completo —dijo ya de mal humor el dueño de “El
Telar”
—Vas a pagar ahora
o el mismo Garulf va a querer venir a cobrarte —dijo el hombre con una sonrisa
confiada—. Es dinero, sabes que lo hará.
Un minuto
después, los elfos salían de “El Telar” y el hombre los guiaba mientras echaba
varias monedas de oro en su bolso.
—Gracias por su
ayuda —dijo Telperion, contrariado por el aspecto del hombre. A su cabello
largo se sumaba una barba de perilla que crecía irregularmente por sus
mejillas. Un chaleco oscuro y desabotonado cubría una camisola larga que
originalmente era blanca, pero el tiempo y la suciedad la habían vuelto
amarillenta; las botas de hebilla estaban manchadas de lodo seco y toda la
vestimenta estaba cubierta por varias correas y cinturones con bolsas pequeñas
de cuero, entre ellas, la vaina de una daga diminuta; todo era retocado por el
olor del tabaco, el sudor y el alcohol. Estrâik mantenía una mirada recelosa
hacia él.
—No hay
problema. Y no hagan caso de lo que les dijo, la primera impresión puede ser
mala, pero la comida vale la pena. Bienvenidos.
Los había conducido
a una callejuela húmeda y llena de cáscaras de fruta. Un fuerte olor a chiquero
se esparcía por ahí y el hombre entró en la puerta que estaba bajo un letrero
que sobresalía en la pared y colgaba de unas cadenas oxidadas. Más que letrero,
era como una mesa rota donde alguna mano poco diestra había escrito: “eL hoJo
de gRuuMsh”.
—No vamos a
entrar ahí —dijo Hínodel respirando el olor del chiquero.
—Podríamos
buscar otro lugar —dijo Telperion, pero Koríntur ya caminaba hacia la puerta
—¿Cuál es el
problema? Tenemos hambre, aquí hay qué comer. Si nos tardamos más en lugar de
desayunar, comeremos, y entonces nos perderemos la comida.
El hechicero
abrió la puerta de la taberna e hizo una seña a sus amigos. Con clara
resistencia Hínodel entró, Telperion le dirigió una mirada a Estrâik y éste,
muy serio, entró sin soltar el mango de la cimitarra.
“El ojo de
Gruumsh” era una taberna sucia, oscura y maloliente. Las mesas estaban hechas
de forma desigual, e incluso algunas eran tocones de árbol que conservaban la
corteza. En todo el lugar sólo había dos clientes: un par de enanos
balbuceantes que parecían insultarse frente a una enorme cantidad de tarros y
botellas.
Koríntur se
había sentado a la barra mientras el hombre del cerdo iba tras ella.
—¡Garulf!
¡Clientes! ¿Sopa? —preguntó a los elfos.
—Lo que sea que
tenga carne —dijo Koríntur sonriente.
—¡Cuatro platos
de menudencias! —dijo el hombre. Del cuarto contiguo entró lo que faltaba para
completar el cuadro de la taberna: el dependiente era un hombre corpulento y
enorme, con la piel gris, los colmillos afilados y sobresalientes de la boca y
con varios pelillos puntiagudos que le cubrían los hombros y la espalda, los
rasgos típicos de un semiorco.
—¿Yo los voy a
servir? —dijo Garulf de mala gana. El hombre tamborileo con los dedos en la
barra, nervioso.
—O… puedo ir a
servirlos yo… sí… lo haré yo —y entró por la puerta por la que había salido el
semiorco.
—¿Cerveza?
—preguntó el semiorco.
Telperion estaba
a punto de señalar que era demasiado temprano para beber pero Koríntur accedió
de inmediato. El porquero volvió y puso frente a ellos cuatro tazones de
arcilla con un caldo incoloro de olor muy fuerte, lleno de trozos de carne tan
pequeños que no se podía distinguir de qué animal provenían, o de qué parte de
éste. Koríntur se atrevió a probarlo y descubrió con sorpresa que el sabor era
todo lo contrario a la apariencia. Uno a uno probaron la comida de los tazones
y cuando iban a la mitad comían y hablaban tan amenamente que olvidaron el olor
y la apariencia del sitio en el que estaban.
Sin embargo, el
recelo natural de Telperion le hacía vigilar a su alrededor. Temía en todo
momento que los enanos ebrios fueran a pelear y no le causaba simpatía en
absoluto el nombre de la taberna, pues Gruumsh era la deidad patrona de los
orcos, conocida por su maldad; además desconfiaba del hombre que los había
llevado hasta ahí, pues éste no dejaba de ver a Hínodel a cada oportunidad que
tenía.
También notó que
Estrâik compartía su recelo hacia él, pues cada vez que hablaban sobre Faunera
o su misión en Líbermond frente al hombre, cambiaba el tema.
La ventaja de la
comida en “El ojo de Gruumsh” fue que gastaron apenas unas monedas de cobre.
Salieron de nuevo a la calle ya bien entrada la mañana cuando las calles
volvían a llenarse de vida: comerciantes, carrozas, mujeres con cestas de
víveres, yuntas de bueyes, hombres con perritos amaestrados, soldados, etc.
—Muy sabroso
como para no saber qué había en ese plato —dijo Koríntur estirando los brazos.
—¿Qué haremos
ahora? —preguntó Hínodel.
—Supongo que
sólo esperar —dijo Telperion—. Creo que podemos conocer algo más de la ciudad.
—¿Necesitan
guía? —dijo una voz tras ellos.
El mismo hombre
de la taberna dejaba una pesada caja llena de deshechos de comida y se apartaba
el cabello de la cara.
—Desde el otro
lado de la calle se puede ver que no son de aquí. No pueden ir con esa
expresión ingenua por esta ciudad. Son un blanco fácil.
—Podemos
defendernos —dijo Koríntur.
—Un ladrón no va
a pelear de frente, muchacho —dijo el hombre—,
tampoco creas que se van a intimidar por que seas un hechicero.
Koríntur no supo
qué responder. Estrâik en un movimiento instintivo, llevó la mano a la
cimitarra.
—No nos
precipitemos, hermano —dijo el hombre levantando las manos—. Mis intenciones
son amistosas.
—¿Por eso nos
espiabas esta mañana? —preguntó Estrâik. El hombre enmudeció.
—¿Nos has estado
siguiendo? —Telperion dio un paso adelante.
—En realidad no
—dijo el hombre con risa nerviosa—. Sí pensaba seguirlos, pero tenía un asunto
que atender con Garulf. El cerdo estaba entero esta mañana.
—¿Entonces nos
encontraste por casualidad? —dijo Hínodel, cuyo humor no era el mejor después
del desayuno que habían tomado.
—Destino, diría
yo —dijo el hombre sonriéndole y acercándose a ella. Hínodel desenvainó su
espada.
—Tranquila,
Hínodel —Telperion puso su mano en el hombro de la elfa.
—Demasiado
agresivos para venir de un pequeño pueblo.
—También
demasiado corteses —sentenció el clérigo—. Haga el favor de dejarnos en… ¿cómo
sabe que venimos de un pueblo pequeño? ¿Quién es usted? ¿Cómo nos conoce?
Telperion soltó
a Hínodel y avanzó con molestia hacia el hombre quien levantó las manos por encima
de la cabeza.
—¡Calma, calma!
No tenemos por qué llegar a esto. Sólo quise ser amable y ofrecerme como guía.
—Responda
—ordenó Telperion y algo brilló en sus ojos. En respuesta, el hombre sólo
volvió a sonreír.
—Observando,
maese clérigo. Observando. El ave que trae su amigo, por ejemplo —dijo
señalando a Skrath—, es claro que no es un ave cualquiera. Con los ojos responde
a lo que ustedes hablan y sobre todo a lo que el elfo dice. Sólo un familiar hace eso. Ese cuervo es un familiar y es muy obvio que su dueño no
es un mago. No tiene esa pinta de erudito aburrido. ¿Y tú? Por favor, sólo los
clérigos andan por ahí tan llenos de símbolos religiosos.
—¿Por qué íbas a
seguirnos? —preguntó Estrâik amenazante.
—Bueno —balbuceó
el hombre—, de hecho, no los iba a seguir… a todos ustedes…
Y miró
fugazmente a Hínodel. Ésta sujetó con más firmeza el mango de la espada.
—¿Y nuestro
pueblo? —preguntó Telperion.
—Ese símbolo es
de Ehlonna —dijo el hombre bajando las manos—. Sólo hay dos pueblos con templos
dedicados a ella. Uno es en el norte, en el valle de Therut-Adur, pero esa es
tierra de gnomos y ustedes son demasiado altos. El otro es en un bosque aledaño
al paso de Axirk. Un bosque en el que dicen que se reúne la mítica Orden de la Arboleda Verdeante ,
cuyo símbolo lleva tatuado él en el brazo.
Estrâik bajó la
guardia. El hombre empezaba a intrigarlo.
—Conoces muchas
tierras —dijo Telperion.
—He viajado
—dijo el hombre, que sólo se preocupaba por el filo de la espada de Hínodel
frente a él.
—¿Qué pretendes?
—dijo el clérigo y bajó la mano de Hínodel, quien se resistió un segundo.
—Serles útil
—dijo el hombre haciendo una breve y actuada reverencia—, ustedes no son
viajeros de paso. Vinieron por un motivo importante o sino, hubieran mandado a
un mensajero. Yo les ofrezco mi talento y mi experiencia, si ustedes me honran
con alguna moneda que sobre en sus bolsillos y su agradable compañía —remarcó
señalando con la mano a Hínodel.
Telperion se
volvió hacia sus compañeros y frunció el ceño jugueteando con el bastón en su
mano.
—Ya tenemos a
alguien que nos ayude en esta ciudad, muchas gracias. Y también le agradecería
que no vuelva a seguirnos o la próxima vez no nos detendremos en cortesías.
El clérigo hizo
un gesto con la cabeza y los elfos echaron a andar por la callejuela. Cuando ya
se iban alejando, oyeron que el desconocido les gritaba.
—Es raro ver un
druida por aquí. De hecho, sólo he visto a otro. Lleva dos días dando vueltas
cerca de una posada llamada “El bicho”, al sur de aquí —Estrâik se detuvo un
momento a escucharlo—. Sólo por si les interesa. Por cierto, soy Bélial.
Se despidió con
un gesto de la mano y volvió a entrar al “Ojo de Gruumsh”.
Estrâik y
Telperion intercambiaron una mirada. Como habían comprobado con Estrâik, los
druidas sentían aversión por Líbermond y si alguno iba ahí debía ser por un
motivo muy importante.
—¿Le van a
creer? —preguntó Hínodel.
—Tenemos todo el
día —dijo Telperion—, creo que sería conveniente ir a echar un vistazo.
Estrâik asintió
y comenzaron a caminar hacia el sur.
—No deberían
—dijo Hínodel, dando un último vistazo al “Ojo de Gruumsh”—, hay algo muy
extraño en ese hombre.
—¿De verdad?
—dijo Koríntur—, a mí me pareció un buen tipo.
Baltho olfateaba el camino, buscando el rastro del
druida. El olor de la naturaleza era característico en ellos y al lobo no le
resultaría difícil identificarlo en una ciudad tan llena de artificios.
Después de un
rato, encontraron “El bicho”, una posada pequeña y humilde pero con mejor pinta
que “El ojo de Gruumsh”.
Los huéspedes
también tenían un aspecto más normal y “El bicho” era un lugar concurrido a
pesar de la cantidad de telarañas que cubrían el techo. Se sentaron a la barra
y pidieron algo de beber. Estrâik llamó aparte al dueño del lugar, un hombre
pequeño y con mofletes.
—Disculpa,
hermano. ¿Ha venido por aquí algún druida?
—¿Druida?
—respondió el hombrecito con voz nasal—. Tu gente, dices. Sí, uno con un
halcón, ¿no? Sí, muy callado, sí. Ha salido, pero debe volver. Se la pasa dando
vueltas ansioso por la calle. Le avisaré cuando vuelva.
Estrâik
agradeció y el hombre se quedó parado frente a él, viéndolo fijamente. Estrâik
no entendió la espera; Koríntur tomó tres monedas de cobre de su bolso y las
puso en la barra.
—Gracias por la
información —dijo, y el tabernero tomó las monedas.
Después de un
par de tarros de hidromiel (el doble para Koríntur) el dueño se acercó y le
hizo una seña con la cabeza a Estrâik, señalándole una mesa en el rincón más
apartado del lugar. El druida se volvió y vio entre la concurrencia que un hombre
se acomodaba en el asiento sujetando en el brazo desnudo un halcón grande y de
plumaje muy oscuro.
Estrâik acarició
a Baltho y se levantó.
—Nosotros te
cubrimos —dijo Koríntur reprimiendo un eructo.
Estrâik se
acercó a la mesa del druida, pasando con dificultad entre la gente, que cada
vez era más y más ruidosa. Al llegar a la mesa apartada, el druida desconocido
alzó la mirada y al ver a Estrâik su rostro se crispó sin dar a entender si le
alegraba o le asustaba.
Estrâik se volvió
alrededor y para identificarse, saludó en druídico, la lengua secreta de los
druidas.
—Buenas tardes, hermano.
El druida sonrió
y cedió el asiento frente a él, mientras Baltho y el halcón se miraban
reconociéndose.
—Es un lugar muy raro para nuestra gente, ¿no?
—Es el lugar perfecto para hablar —dijo
el otro druida. Estrâik hizo un rápido reconocimiento: era un humano de cabello
rubio y erizado en puntas, un rasgo que afinaba más su ya de por sí afilada
cara. El cuerpo parecía contrito en comparación a Estrâik y sus ojos eran de un
vivo color ámbar. A pesar de la delgadez de los brazos, Estrâik pudo notar con
claridad el tatuaje en el brazo derecho bajo el hombro. No era el símbolo de la Orden que Estrâik llevaba,
era un círculo azul, y dentro de él en la parte superior había una nube clara
que se oscurecía hacia la mitad del tatuaje, la parte inferior era cruzada por
unos trazos que semejaban un viento fuerte soplando y en el centro de todo
había un relámpago amarillo surgiendo de la nube.
—Eres de la Orden del Rugido Celeste.
—En el norte —dijo el druida quien
dirigió sus ojos al brazo de Estrâik. Éste notó que al identificarlo, sus ojos
parpadearon confundidos un momento—. La
Arboleda Verdeante , no me lo esperaba. Aunque tiene sentido,
todo ese asunto del fuego…
—¿Sabes algo de los incendios en Faunera? —dijo
apresurado Estrâik.
—¿Faunera?
—El fuego misterioso que está matando a los
unicornios.
—¿El fuego está…? —el labio inferior del
druida tembló levemente y la sonrisa se borró de su rostro—. ¿A qué has venido?
—¿No están enterados? En el bosque de Faunera
hay un misterioso fuego que amenaza el bosque y el pueblo aledaño. Creí que el
Rugido Celeste sabía.
—No, yo no me he… no me han… no sabía nada de
eso —dijo el druida nervioso.
—He venido en busca de ayuda. Tal vez tú
podrías…
—No, lo siento —dijo el druida en tono
cortante—, estoy aquí por otros asuntos,
lo lamento.
—No necesitas venir, pero si pudieras
ayudarme en esta ciudad, tal vez si has escuchado algo…
—Lo siento. Como te dije, recién me entero de
los incendios.
—Pero hablaste del fuego. Sabías que yo venía
por los incendios.
El druida guardó
silencio, cada vez más nervioso. El halcón empezó a aletear y Baltho retrocedió
gruñendo.
—Athor, basta —le ordenó el druida al
halcón—. Creo que será mejor que te
vayas.
—Tú sabes algo —dijo Estrâik en tono
amenazante—, y es tu deber decírmelo.
—Te lo estoy diciendo —dijo el druida
bajando inusitadamente la voz—, te
recomiendo que te vayas.
—Me iré esta noche…
—No, no de aquí. De Faunera. Si esos
incendios crecen nada sobrevivirá. Sálvate.
—¿Qué clase de guardián eres? —dijo
Estrâik molestó por la cobardía del druida—. ¿El bosque está amenazado y me dices que lo deje morir?
El druida se
frotó las manos y volteó a su alrededor. Luego bajó la cabeza y habló apresuradamente
en un tono aún más bajo.
—No es un fuego natural y no aparece por
accidente. Tampoco está atacando sin control. Ese fuego es maligno, alguien lo
crea, lo controla y lo extingue; alguien con un corazón podrido. Él lo trae
desde el lugar de donde proviene la esencia misma del fuego y lo vuelve más
letal y más abrasador. Ahora vete. No te puedo decir más.
—Si tú sabes quién es, debes decírmelo.
—No te puedo decir más —repitió el druida
acentuando cada sílaba.
—Si no me lo
dices demostrarás que tu corazón está igual de podrido.
Un brillo cruzó
los ojos del hombre. Las ventanas del lugar temblaron con un potente trueno. Un
rayo había caído muy cerca de la posada. Los comensales se quedaron en silencio
un segundo y luego algunos rieron. Estrâik miró fijamente al otro druida quien
no le devolvía la mirada.
—Gracias —y se levantó.
—Detenlo —dijo el druida antes de que
Estrâik se fuera—, haz todo lo posible
por detenerlo.
Estrâik y Baltho
se alejaron en dirección a la puerta del Bicho. Telperion los había estado
viendo todo el tiempo y cuando vio salir a su compañero asintió. Pagaron lo que
habían tomado y unos segundos después estaban fuera de “El bicho” con él.
—Deberíamos
volver y hacerlo confesar —dijo Koríntur tras escuchar el breve relato de
Estrâik.
—De nada
serviría —dijo Telperion—. Alguien lo tiene intimidado y estoy seguro de que
tiene tan pocos escrúpulos que podría hacerle cosas peores de lo que le
haríamos nosotros. Pero al menos tenemos información.
—El fuego es
controlado por alguien —dijo Estrâik— y lo está dirigiendo en contra de los
unicornios, sólo esperemos que no empiece a dirigirlo en contra de… maldición
—dijo interrumpiéndose y levantando la cara, olfateando el aire—. No puede ser.
Detrás de ellos,
de “El bicho” salía un hombre envuelto en una capa negra, de cuya capucha salía
un particular olor a hierbas aromáticas quemándose y una voluta de humo claro
se disolvía en el aire.
—Entonces sí es
una misión importante —dijo el hombre y se quitó la capucha, descubriendo la sonrisa
confiada de Bélial.
—¡Te advertí que
no nos siguieras! —dijo Telperion irguiéndose y Hínodel tomó su ballesta.
—Ése no es modo
de agradecer los favores —dijo Bélial—. Al menos ahora sabemos el origen de su
problema.
—¿Cuál origen?
—preguntó Telperion irritado.
—Por lo que dijo
el druida, debe venir del Plano Elemental del Fuego.
Por recomendación de Bélial se alejaron de “El bicho”,
buscando un lugar más tranquilo para hablar. Si el druida con el que Estrâik
había hablado sabía algo, lo mejor era que no los oyera discutir sobre el tema.
Ni Hínodel ni Telperion estaban totalmente de acuerdo en que Bélial los
acompañara, sin embargo para Estrâik y Koríntur resultaba interesante la
cantidad de información que les podía proporcionar. Mientras andaban, Bélial
les mostraba las calles de la ciudad y les hablaba de los lugares más
interesantes.
—Y una de las
mejores cosas que he visto (después de la revelación matutina de la Academia Rólegard )
—dijo cuando llegaban a la plaza— es el Coliseo de Líbermond. Es la atracción
principal de la ciudad, los combates de gladiadores son comunes y cuando
atrapan a algún par de bestias salvajes en las afueras de la ciudad, se hacen
apuestas con sus peleas.
—Suena a
barbarie —dijo Hínodel sin ocultar su desagrado.
—Es lo que la
gente pide —dijo Bélial dando otra bocanada a su pipa—. Además, cada tres años
se realiza el torneo más emocionante que puedan imaginar. Los mejores
combatientes de las tierras más lejanas vienen a poner a prueba sus
habilidades, en busca de fama, respeto y… —añadió con sonrisa avariciosa— el
premio.
—¿Permiten las
peleas de gladiadores? —preguntó Telperion.
—¿Permitir? ¡Las
promueven! Sin el espectáculo, esta ciudad no existe.
—Interesante
—dijo Koríntur—. Poner a prueba tus habilidades contra guerreros de tierras
lejanas.
—Sólo por
divertir a un centenar de desconocidos —refunfuñó Telperión—. No gracias. Tengo
mejores maneras de demostrar mis habilidades.
—¿Cuándo es el
próximo torneo? —preguntó Koríntur.
—El año
entrante, justo al terminar el invierno…
—Creo que ya
estamos bastante lejos de “El bicho” —interrumpió Telperion impaciente—. ¿Qué
sabes del Plano Elemental del Fuego?
—¿Qué saben de
los planos? —dijo Bélial rellenando de tabaco su pipa. Los elfos intercambiaron
una mirad confusa y guardaron silencio. A pesar del desagrado que podía
inspirarle el hombre, Hínodel tuvo que aceptar que lo que dijera sería útil,
así que sólo podía confiar en que no les mintiera.
—Eso pensé —le
extendió la pipa a Koríntur y este le dio una bocanada, al mismo tiempo que con
el dedo encendía el tabaco—, la mayoría de la gente puede pasar su vida entera
creyendo que éste es el único mundo que existe. Los planos son... ¿cómo
decirlo? Realidades distintas, mundos alternos. Tierras en otras dimensiones.
Este mundo en el que vivimos, con todas sus excentricidades y magias, resulta
ser el más normal de todos; para términos prácticos se le llama Plano Material.
Imaginen que la realidad es una rueda inmensa, un cosmos infinito que une a los
diferentes mundos. Cerca de nuestro plano existen cuatro planes elementales,
cuatro universos distintos formados enteramente por uno de los cuatro elementos
primordiales: aire, agua, tierra y fuego. Por lo que oí de la plática de los
druidas, el fuego al que se enfrentan está en un estado tan puro que se
controla a sí mismo y parece ser más violento que el fuego normal. Flamas como
esas sólo las he visto en el Plano Elemental del Fuego.
—¿Has estado
ahí? —preguntó con interés Estrâik. Bélial dio varias bocanadas a la pipa.
—Sí… lo he visto
pero yo… estar ahí, no. Lo vi a través de un portal. Además, ¡no es un lugar en
el que querrán entrar! —agregó al ver la sonrisa burlona de Hínodel—. A
dondequiera que mires sólo verás una luz roja e incandescente, el aire caliente
se agita con furia sobre un mar infinito de llamas. Ahí donde el suelo no es de
cenizas, es un río de lava que fluye constantemente, y todo se consume a sí
mismo con violencia, nada en ese plano se está quieto. Hay tantas hogueras que
ya no puedes ver de dónde surgen y hasta pareciera que las mismas llamas se han
vuelto sólidas. El calor es tan inmenso que no te deja respirar y de sólo ver
el humo los ojos empiezan a llorar. No hay maldad en el plano o en el fuego,
pero su fiereza es suficiente para hacerlo una fuerza destructiva.
Una corriente de
aire disolvió el humo de su pipa. Esta vez Telperion sentía un miedo genuino.
—¿Es posible que
ese fuego… haya llegado hasta aquí?
—Si alguien ha
abierto un portal, lo es —dijo Bélial mirando alrededor.
—O podría ser
otra cosa —dijo Hínodel, como convenciéndose—. Puede ser sólo una criatura de
ese plano que se ha perdido en el nuestro.
—Una criatura
fuera de su plano, sin saber cómo regresar ya habría quemado su bosque por
completo —dijo Bélial suavizando la voz, pero reconociendo el desafío de la
elfa.
—Te agradezco la
información, Bélial —dijo Telperion tratando de ocultar su miedo—. Nos has sido
de gran ayuda.
—Aún puedo ser
de más ayuda —dijo Bélial—. Sé usar un poco la espada y…
—Gracias, pero
ya nos has ayudado lo suficiente —dijo Telperion.
Bélial pasó la
mirada por todos ellos, un tanto preocupado y después sonrió.
—Entiendo.
Bueno, igual fue un placer. ¿Me permitirían acompañarlos hasta el Distrito
Arcano?
Telperion pudo
ver cómo sus ojos se desviaban hacia Hínodel. La elfa parpadeó con
indiferencia.
—Muy bien —dijo
el clérigo.
Cruzaron la
plaza mientras Bélial le contaba a Koríntur algunas historias sobre las
batallas que había visto en el Coliseo y los gladiadores más sorprendentes. Por
recomendación del mismo Bélial buscaron otra taberna cercana para comer y
aprovechándose del buen gusto de Koríntur por la cerveza, logró hacer que se
quedarán más tiempo del que tenían contemplado. A Hínodel cada vez le
incomodaba más la compañía de Bélial, sin embargo empezaba a ganarse la
simpatía de Telperion. Les enseñó a jugar a los dados y a las cartas,
revelándoles las trampas más comunes con las que se ganaba en el juego, algo
que les fue de mucha utilidad, pues Bélial se había dispuesto a pagar todo lo
que bebieran.
Bastaron un par
de manos contra unos enanos de una mesa contigua para obtener el suficiente oro
para repetir la ronda.
Entre historias
de gladiadores, juegos y tarros de cerveza las ventanas se volvieron púrpuras.
Pagaron la comida y la bebida y volvieron al aire frío de la calle, la cual
estaba más llena de gente que cuando habían entrado a la taberna.
De las historias
de gladiadores pasaron a historias del propio Bélial, las cuales él y Koríntur
encontraban muy divertidas, Telperion y Estrâik penosas y Hínodel demasiado
simples. Así caminaron hasta que los edificios cambiaron su aspecto y la luz de
colores variados, lo que les anunciaba que de nuevo estaban en el Distrito
Arcano.
—…y no me di
cuenta que la había dejado en el chiquero —dijo Bélial en una última carcajada
con Koríntur—. Bueno, hasta aquí llego. Garulf estará enojado, tengo un montón
de trabajos que hacer.
—Una vez más,
gracias por la información —le dijo Telperion—. Así sabemos contra qué nos
enfrentamos.
—Es una teoría
en la cual espero equivocarme —dijo Bélial estrechando las manos de todos—. Si
llegan a necesitarme, sólo vuelvan al “Ojo de Gruumsh”, siempre estoy ahí.
Siempre —agregó con un último gesto amargo. Luego se acercó a Hínodel e hizo
una profunda reverencia—. Verdaderamente encantado de conocerla, lamento que
las condiciones no hayan sido las más adecuadas pero… la vida da muchas
vueltas.
Y le guiñó un
ojo. Hínodel, como pudo, se soltó de su mano. Al final, Bélial se despidió de
Telperion, con un fuerte apretón con ambas manos y una reverencia aún más
profunda.
—Quedo a sus
órdenes, maese clérigo.
—Gracias,
Bélial, y esperamos devolverte algún día el favor.
—Seguro que lo
harán —dijo Bélial soltando al clérigo y alejándose por la calle—. Buena
suerte.
Y se alejó
silbando por la calle, desapareciendo rápidamente en la oscuridad.
—Si es verdad que
se ha abierto un portal al Plano Elemental del Fuego —dijo Estrâik—, Faunera
corre un riesgo mayor al que creía.
—Aún puede
equivocarse —dijo Hínodel, limpiándose la mano en la ropa.
—Esperemos que
esté equivocado —dijo Telperion—, pero no está de más estar prevenidos.
—Espero que
Mirdin haya encontrado una solución —dijo Koríntur—, sino, no sé cómo vamos a
enfrentarnos al fuego.
—La tendrá
—asintió Telperion confiado—, es el mejor mago que conozco.
—Aquí va otra
vez —dijo Hínodel sonriendo de nuevo. El sol se terminaba de ocultar y con la
desaparición de la luz, la Academia Rólegard
se disolvía entre un millar de chispas blancas. Sólo el zumbido de las esferas
les señalaba que el edificio seguía ahí. Telperion se frotó las manos.
—Maldición…
—¿Qué pasa? —preguntó
Estrâik. A pesar de la penumbra, pudo ver cómo el rostro de Telperion se
enrojecía.
—Ese desgraciado
me robó el anillo de Ehlonna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario