Primera Historia - El Palacio del Fuego

"El Tirano Mestizo" es una narración dividida en varias novelas, o 'historias'.
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Y así será mientras el castillo se vea en el fondo de pantalla.

jueves, 1 de noviembre de 2012

I. 6.- La esencia misma del fuego

Contrario a lo que habían visto al llegar, por la mañana Líbermond eratranquila y silenciosa. Las calles estaban casi vacías, sólo se veían algunos jornaleros paseando a los caballos o empujando carretillas con paja, toneles de leche o manteca. Las luces de las farolas se iban apagando, algunas emitían sólo un débil brillo intermitente.
Por recomendación del guardia, salieron del Distrito Arcano (‘si son extranjeros, no les conviene comer nada de por aquí’) y caminaron hacia el oeste. Pasaron frente a varias forjas y armerías y luego vieron algunos puestos de avanzada abarrotados de soldados que bebían algo que se calentaba en una hoguera. Más adelante, estaba el Ayuntamiento de Líbermond, un edificio largo de piedra rosada y lleno de ventanas altas.
Se metieron en una callejuela, buscando un lugar para comer algo pero las tabernas que no estaban cerradas rebosaban de los comensales del día anterior, que para esa hora dormían sobre sus tarros.
—Lo siento, la comida tardará aún un par de horas —les dijo el dependiente de “El Telar”.
—¿Es que no hay comida en ningún lugar? —preguntó impaciente Koríntur.
—No hable tan fuerte o va a despertar a alguien. No quiere ver a un enano con resaca.
—¿Conoce otro lugar en que podamos comer? —preguntó Hínodel con amabilidad.
—Yo tengo un lugar.
Un hombre cargaba con dificultad un bulto inmenso. Por las gotas que caían de la tela que lo envolvía, debía ser un animal muerto.
—Medio cerdo —dijo, poniéndolo sobre la barra de la taberna.
—He pedido uno completo —dijo el dependiente.
—¿Puedes darme un respiro? ¿Has intentado cargar una de estas cosas?
El hombre acomodó su cabello largo y negro, recogido en una coleta. No parecía la clase de hombre acostumbrado a cargar cerdos.
—Si quieren comer —les dijo respirando con dificultad—, del otro lado de la calle hay un lugar…
—No, no vayan ahí —dijo el dependiente enérgicamente—. Está asqueroso.
—Es sólo la primera impresión —dijo el hombre del cerdo—, no es tan malo como suena.
—Si no tienen problemas raciales.
—¿Quieres que estas amables personas mueran de hambre? —replicó impaciente—. Síganme, por favor.
—No te pagaré hasta que traigas el cerdo completo —dijo ya de mal humor el dueño de “El Telar”
—Vas a pagar ahora o el mismo Garulf va a querer venir a cobrarte —dijo el hombre con una sonrisa confiada—. Es dinero, sabes que lo hará.
Un minuto después, los elfos salían de “El Telar” y el hombre los guiaba mientras echaba varias monedas de oro en su bolso.
­—Gracias por su ayuda —dijo Telperion, contrariado por el aspecto del hombre. A su cabello largo se sumaba una barba de perilla que crecía irregularmente por sus mejillas. Un chaleco oscuro y desabotonado cubría una camisola larga que originalmente era blanca, pero el tiempo y la suciedad la habían vuelto amarillenta; las botas de hebilla estaban manchadas de lodo seco y toda la vestimenta estaba cubierta por varias correas y cinturones con bolsas pequeñas de cuero, entre ellas, la vaina de una daga diminuta; todo era retocado por el olor del tabaco, el sudor y el alcohol. Estrâik mantenía una mirada recelosa hacia él.
—No hay problema. Y no hagan caso de lo que les dijo, la primera impresión puede ser mala, pero la comida vale la pena. Bienvenidos.
Los había conducido a una callejuela húmeda y llena de cáscaras de fruta. Un fuerte olor a chiquero se esparcía por ahí y el hombre entró en la puerta que estaba bajo un letrero que sobresalía en la pared y colgaba de unas cadenas oxidadas. Más que letrero, era como una mesa rota donde alguna mano poco diestra había escrito: “eL hoJo de gRuuMsh”.
—No vamos a entrar ahí —dijo Hínodel respirando el olor del chiquero.
—Podríamos buscar otro lugar —dijo Telperion, pero Koríntur ya caminaba hacia la puerta
—¿Cuál es el problema? Tenemos hambre, aquí hay qué comer. Si nos tardamos más en lugar de desayunar, comeremos, y entonces nos perderemos la comida.
El hechicero abrió la puerta de la taberna e hizo una seña a sus amigos. Con clara resistencia Hínodel entró, Telperion le dirigió una mirada a Estrâik y éste, muy serio, entró sin soltar el mango de la cimitarra.
“El ojo de Gruumsh” era una taberna sucia, oscura y maloliente. Las mesas estaban hechas de forma desigual, e incluso algunas eran tocones de árbol que conservaban la corteza. En todo el lugar sólo había dos clientes: un par de enanos balbuceantes que parecían insultarse frente a una enorme cantidad de tarros y botellas.
Koríntur se había sentado a la barra mientras el hombre del cerdo iba tras ella.
—¡Garulf! ¡Clientes! ¿Sopa? —preguntó a los elfos.
—Lo que sea que tenga carne —dijo Koríntur sonriente.
—¡Cuatro platos de menudencias! —dijo el hombre. Del cuarto contiguo entró lo que faltaba para completar el cuadro de la taberna: el dependiente era un hombre corpulento y enorme, con la piel gris, los colmillos afilados y sobresalientes de la boca y con varios pelillos puntiagudos que le cubrían los hombros y la espalda, los rasgos típicos de un semiorco.
—¿Yo los voy a servir? —dijo Garulf de mala gana. El hombre tamborileo con los dedos en la barra, nervioso.
—O… puedo ir a servirlos yo… sí… lo haré yo —y entró por la puerta por la que había salido el semiorco.
—¿Cerveza? —preguntó el semiorco.
Telperion estaba a punto de señalar que era demasiado temprano para beber pero Koríntur accedió de inmediato. El porquero volvió y puso frente a ellos cuatro tazones de arcilla con un caldo incoloro de olor muy fuerte, lleno de trozos de carne tan pequeños que no se podía distinguir de qué animal provenían, o de qué parte de éste. Koríntur se atrevió a probarlo y descubrió con sorpresa que el sabor era todo lo contrario a la apariencia. Uno a uno probaron la comida de los tazones y cuando iban a la mitad comían y hablaban tan amenamente que olvidaron el olor y la apariencia del sitio en el que estaban.
Sin embargo, el recelo natural de Telperion le hacía vigilar a su alrededor. Temía en todo momento que los enanos ebrios fueran a pelear y no le causaba simpatía en absoluto el nombre de la taberna, pues Gruumsh era la deidad patrona de los orcos, conocida por su maldad; además desconfiaba del hombre que los había llevado hasta ahí, pues éste no dejaba de ver a Hínodel a cada oportunidad que tenía.
También notó que Estrâik compartía su recelo hacia él, pues cada vez que hablaban sobre Faunera o su misión en Líbermond frente al hombre, cambiaba el tema.
La ventaja de la comida en “El ojo de Gruumsh” fue que gastaron apenas unas monedas de cobre. Salieron de nuevo a la calle ya bien entrada la mañana cuando las calles volvían a llenarse de vida: comerciantes, carrozas, mujeres con cestas de víveres, yuntas de bueyes, hombres con perritos amaestrados, soldados, etc.
—Muy sabroso como para no saber qué había en ese plato —dijo Koríntur estirando los brazos.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Hínodel.
—Supongo que sólo esperar —dijo Telperion—. Creo que podemos conocer algo más de la ciudad.
—¿Necesitan guía? —dijo una voz tras ellos.
El mismo hombre de la taberna dejaba una pesada caja llena de deshechos de comida y se apartaba el cabello de la cara.
—Desde el otro lado de la calle se puede ver que no son de aquí. No pueden ir con esa expresión ingenua por esta ciudad. Son un blanco fácil.
—Podemos defendernos —dijo Koríntur.
—Un ladrón no va a pelear de frente, muchacho —dijo el hombre—,  tampoco creas que se van a intimidar por que seas un hechicero.
Koríntur no supo qué responder. Estrâik en un movimiento instintivo, llevó la mano a la cimitarra.
—No nos precipitemos, hermano —dijo el hombre levantando las manos—. Mis intenciones son amistosas.
—¿Por eso nos espiabas esta mañana? —preguntó Estrâik. El hombre enmudeció.
—¿Nos has estado siguiendo? —Telperion dio un paso adelante.
—En realidad no —dijo el hombre con risa nerviosa—. Sí pensaba seguirlos, pero tenía un asunto que atender con Garulf. El cerdo estaba entero esta mañana.
—¿Entonces nos encontraste por casualidad? —dijo Hínodel, cuyo humor no era el mejor después del desayuno que habían tomado.
—Destino, diría yo —dijo el hombre sonriéndole y acercándose a ella. Hínodel desenvainó su espada.
—Tranquila, Hínodel —Telperion puso su mano en el hombro de la elfa.
—Demasiado agresivos para venir de un pequeño pueblo.
—También demasiado corteses —sentenció el clérigo—. Haga el favor de dejarnos en… ¿cómo sabe que venimos de un pueblo pequeño? ¿Quién es usted? ¿Cómo nos conoce?
Telperion soltó a Hínodel y avanzó con molestia hacia el hombre quien levantó las manos por encima de la cabeza.
—¡Calma, calma! No tenemos por qué llegar a esto. Sólo quise ser amable y ofrecerme como guía.
—Responda —ordenó Telperion y algo brilló en sus ojos. En respuesta, el hombre sólo volvió a sonreír.
—Observando, maese clérigo. Observando. El ave que trae su amigo, por ejemplo —dijo señalando a Skrath—, es claro que no es un ave cualquiera. Con los ojos responde a lo que ustedes hablan y sobre todo a lo que el elfo dice. Sólo un familiar hace eso. Ese cuervo es un familiar y es muy obvio que su dueño no es un mago. No tiene esa pinta de erudito aburrido. ¿Y tú? Por favor, sólo los clérigos andan por ahí tan llenos de símbolos religiosos.
—¿Por qué íbas a seguirnos? —preguntó Estrâik amenazante.
—Bueno —balbuceó el hombre—, de hecho, no los iba a seguir… a todos ustedes…
Y miró fugazmente a Hínodel. Ésta sujetó con más firmeza el mango de la espada.
—¿Y nuestro pueblo? —preguntó Telperion.
—Ese símbolo es de Ehlonna —dijo el hombre bajando las manos—. Sólo hay dos pueblos con templos dedicados a ella. Uno es en el norte, en el valle de Therut-Adur, pero esa es tierra de gnomos y ustedes son demasiado altos. El otro es en un bosque aledaño al paso de Axirk. Un bosque en el que dicen que se reúne la mítica Orden de la Arboleda Verdeante, cuyo símbolo lleva tatuado él en el brazo.
Estrâik bajó la guardia. El hombre empezaba a intrigarlo.
—Conoces muchas tierras —dijo Telperion.
—He viajado —dijo el hombre, que sólo se preocupaba por el filo de la espada de Hínodel frente a él.
—¿Qué pretendes? —dijo el clérigo y bajó la mano de Hínodel, quien se resistió un segundo.
—Serles útil —dijo el hombre haciendo una breve y actuada reverencia—, ustedes no son viajeros de paso. Vinieron por un motivo importante o sino, hubieran mandado a un mensajero. Yo les ofrezco mi talento y mi experiencia, si ustedes me honran con alguna moneda que sobre en sus bolsillos y su agradable compañía —remarcó señalando con la mano a Hínodel.
Telperion se volvió hacia sus compañeros y frunció el ceño jugueteando con el bastón en su mano.
—Ya tenemos a alguien que nos ayude en esta ciudad, muchas gracias. Y también le agradecería que no vuelva a seguirnos o la próxima vez no nos detendremos en cortesías.
El clérigo hizo un gesto con la cabeza y los elfos echaron a andar por la callejuela. Cuando ya se iban alejando, oyeron que el desconocido les gritaba.
—Es raro ver un druida por aquí. De hecho, sólo he visto a otro. Lleva dos días dando vueltas cerca de una posada llamada “El bicho”, al sur de aquí —Estrâik se detuvo un momento a escucharlo—. Sólo por si les interesa. Por cierto, soy Bélial.
Se despidió con un gesto de la mano y volvió a entrar al “Ojo de Gruumsh”.
Estrâik y Telperion intercambiaron una mirada. Como habían comprobado con Estrâik, los druidas sentían aversión por Líbermond y si alguno iba ahí debía ser por un motivo muy importante.
—¿Le van a creer? —preguntó Hínodel.
—Tenemos todo el día —dijo Telperion—, creo que sería conveniente ir a echar un vistazo.
Estrâik asintió y comenzaron a caminar hacia el sur.
—No deberían —dijo Hínodel, dando un último vistazo al “Ojo de Gruumsh”—, hay algo muy extraño en ese hombre.
—¿De verdad? —dijo Koríntur—, a mí me pareció un buen tipo.

Baltho olfateaba el camino, buscando el rastro del druida. El olor de la naturaleza era característico en ellos y al lobo no le resultaría difícil identificarlo en una ciudad tan llena de artificios.
Después de un rato, encontraron “El bicho”, una posada pequeña y humilde pero con mejor pinta que “El ojo de Gruumsh”.
Los huéspedes también tenían un aspecto más normal y “El bicho” era un lugar concurrido a pesar de la cantidad de telarañas que cubrían el techo. Se sentaron a la barra y pidieron algo de beber. Estrâik llamó aparte al dueño del lugar, un hombre pequeño y con mofletes.
—Disculpa, hermano. ¿Ha venido por aquí algún druida?
—¿Druida? —respondió el hombrecito con voz nasal—. Tu gente, dices. Sí, uno con un halcón, ¿no? Sí, muy callado, sí. Ha salido, pero debe volver. Se la pasa dando vueltas ansioso por la calle. Le avisaré cuando vuelva.
Estrâik agradeció y el hombre se quedó parado frente a él, viéndolo fijamente. Estrâik no entendió la espera; Koríntur tomó tres monedas de cobre de su bolso y las puso en la barra.
—Gracias por la información —dijo, y el tabernero tomó las monedas.
Después de un par de tarros de hidromiel (el doble para Koríntur) el dueño se acercó y le hizo una seña con la cabeza a Estrâik, señalándole una mesa en el rincón más apartado del lugar. El druida se volvió y vio entre la concurrencia que un hombre se acomodaba en el asiento sujetando en el brazo desnudo un halcón grande y de plumaje muy oscuro.
Estrâik acarició a Baltho y se levantó.
—Nosotros te cubrimos —dijo Koríntur reprimiendo un eructo.
Estrâik se acercó a la mesa del druida, pasando con dificultad entre la gente, que cada vez era más y más ruidosa. Al llegar a la mesa apartada, el druida desconocido alzó la mirada y al ver a Estrâik su rostro se crispó sin dar a entender si le alegraba o le asustaba.
Estrâik se volvió alrededor y para identificarse, saludó en druídico, la lengua secreta de los druidas.
Buenas tardes, hermano.
El druida sonrió y cedió el asiento frente a él, mientras Baltho y el halcón se miraban reconociéndose.
Es un lugar muy raro para nuestra gente, ¿no?
Es el lugar perfecto para hablar —dijo el otro druida. Estrâik hizo un rápido reconocimiento: era un humano de cabello rubio y erizado en puntas, un rasgo que afinaba más su ya de por sí afilada cara. El cuerpo parecía contrito en comparación a Estrâik y sus ojos eran de un vivo color ámbar. A pesar de la delgadez de los brazos, Estrâik pudo notar con claridad el tatuaje en el brazo derecho bajo el hombro. No era el símbolo de la Orden que Estrâik llevaba, era un círculo azul, y dentro de él en la parte superior había una nube clara que se oscurecía hacia la mitad del tatuaje, la parte inferior era cruzada por unos trazos que semejaban un viento fuerte soplando y en el centro de todo había un relámpago amarillo surgiendo de la nube.
Eres de la Orden del Rugido Celeste.
En el norte —dijo el druida quien dirigió sus ojos al brazo de Estrâik. Éste notó que al identificarlo, sus ojos parpadearon confundidos un momento—. La Arboleda Verdeante, no me lo esperaba. Aunque tiene sentido, todo ese asunto del fuego…
¿Sabes algo de los incendios en Faunera? —dijo apresurado Estrâik.
¿Faunera?
El fuego misterioso que está matando a los unicornios.
¿El fuego está…? —el labio inferior del druida tembló levemente y la sonrisa se borró de su rostro—. ¿A qué has venido?
¿No están enterados? En el bosque de Faunera hay un misterioso fuego que amenaza el bosque y el pueblo aledaño. Creí que el Rugido Celeste sabía.
No, yo no me he… no me han… no sabía nada de eso —dijo el druida nervioso.
He venido en busca de ayuda. Tal vez tú podrías…
No, lo siento —dijo el druida en tono cortante—, estoy aquí por otros asuntos, lo lamento.
No necesitas venir, pero si pudieras ayudarme en esta ciudad, tal vez si has escuchado algo…
Lo siento. Como te dije, recién me entero de los incendios.
Pero hablaste del fuego. Sabías que yo venía por los incendios.
El druida guardó silencio, cada vez más nervioso. El halcón empezó a aletear y Baltho retrocedió gruñendo.
Athor, basta —le ordenó el druida al halcón—. Creo que será mejor que te vayas.
Tú sabes algo —dijo Estrâik en tono amenazante—, y es tu deber decírmelo.
Te lo estoy diciendo —dijo el druida bajando inusitadamente la voz—, te recomiendo que te vayas.
Me iré esta noche…
No, no de aquí. De Faunera. Si esos incendios crecen nada sobrevivirá. Sálvate.
¿Qué clase de guardián eres? —dijo Estrâik molestó por la cobardía del druida—. ¿El bosque está amenazado y me dices que lo deje morir?
El druida se frotó las manos y volteó a su alrededor. Luego bajó la cabeza y habló apresuradamente en un tono aún más bajo.
No es un fuego natural y no aparece por accidente. Tampoco está atacando sin control. Ese fuego es maligno, alguien lo crea, lo controla y lo extingue; alguien con un corazón podrido. Él lo trae desde el lugar de donde proviene la esencia misma del fuego y lo vuelve más letal y más abrasador. Ahora vete. No te puedo decir más.
Si tú sabes quién es, debes decírmelo.
No te puedo decir más —repitió el druida acentuando cada sílaba.
Si no me lo  dices demostrarás que tu corazón está igual de podrido.
Un brillo cruzó los ojos del hombre. Las ventanas del lugar temblaron con un potente trueno. Un rayo había caído muy cerca de la posada. Los comensales se quedaron en silencio un segundo y luego algunos rieron. Estrâik miró fijamente al otro druida quien no le devolvía la mirada.
Gracias —y se levantó.
Detenlo —dijo el druida antes de que Estrâik se fuera—, haz todo lo posible por detenerlo.
Estrâik y Baltho se alejaron en dirección a la puerta del Bicho. Telperion los había estado viendo todo el tiempo y cuando vio salir a su compañero asintió. Pagaron lo que habían tomado y unos segundos después estaban fuera de “El bicho” con él.
—Deberíamos volver y hacerlo confesar —dijo Koríntur tras escuchar el breve relato de Estrâik.
—De nada serviría —dijo Telperion—. Alguien lo tiene intimidado y estoy seguro de que tiene tan pocos escrúpulos que podría hacerle cosas peores de lo que le haríamos nosotros. Pero al menos tenemos información.
—El fuego es controlado por alguien —dijo Estrâik— y lo está dirigiendo en contra de los unicornios, sólo esperemos que no empiece a dirigirlo en contra de… maldición —dijo interrumpiéndose y levantando la cara, olfateando el aire—. No puede ser.
Detrás de ellos, de “El bicho” salía un hombre envuelto en una capa negra, de cuya capucha salía un particular olor a hierbas aromáticas quemándose y una voluta de humo claro se disolvía en el aire.
—Entonces sí es una misión importante —dijo el hombre y se quitó la capucha, descubriendo la sonrisa confiada de Bélial.
—¡Te advertí que no nos siguieras! —dijo Telperion irguiéndose y Hínodel tomó su ballesta.
—Ése no es modo de agradecer los favores —dijo Bélial—. Al menos ahora sabemos el origen de su problema.
—¿Cuál origen? —preguntó Telperion irritado.
—Por lo que dijo el druida, debe venir del Plano Elemental del Fuego.

Por recomendación de Bélial se alejaron de “El bicho”, buscando un lugar más tranquilo para hablar. Si el druida con el que Estrâik había hablado sabía algo, lo mejor era que no los oyera discutir sobre el tema. Ni Hínodel ni Telperion estaban totalmente de acuerdo en que Bélial los acompañara, sin embargo para Estrâik y Koríntur resultaba interesante la cantidad de información que les podía proporcionar. Mientras andaban, Bélial les mostraba las calles de la ciudad y les hablaba de los lugares más interesantes.
—Y una de las mejores cosas que he visto (después de la revelación matutina de la Academia Rólegard) —dijo cuando llegaban a la plaza— es el Coliseo de Líbermond. Es la atracción principal de la ciudad, los combates de gladiadores son comunes y cuando atrapan a algún par de bestias salvajes en las afueras de la ciudad, se hacen apuestas con sus peleas.
—Suena a barbarie —dijo Hínodel sin ocultar su desagrado.
—Es lo que la gente pide —dijo Bélial dando otra bocanada a su pipa—. Además, cada tres años se realiza el torneo más emocionante que puedan imaginar. Los mejores combatientes de las tierras más lejanas vienen a poner a prueba sus habilidades, en busca de fama, respeto y… —añadió con sonrisa avariciosa— el premio.
—¿Permiten las peleas de gladiadores? —preguntó Telperion.
—¿Permitir? ¡Las promueven! Sin el espectáculo, esta ciudad no existe.
—Interesante —dijo Koríntur—. Poner a prueba tus habilidades contra guerreros de tierras lejanas.
—Sólo por divertir a un centenar de desconocidos —refunfuñó Telperión—. No gracias. Tengo mejores maneras de demostrar mis habilidades.
—¿Cuándo es el próximo torneo? —preguntó Koríntur.
—El año entrante, justo al terminar el invierno…
—Creo que ya estamos bastante lejos de “El bicho” —interrumpió Telperion impaciente—. ¿Qué sabes del Plano Elemental del Fuego?
—¿Qué saben de los planos? —dijo Bélial rellenando de tabaco su pipa. Los elfos intercambiaron una mirad confusa y guardaron silencio. A pesar del desagrado que podía inspirarle el hombre, Hínodel tuvo que aceptar que lo que dijera sería útil, así que sólo podía confiar en que no les mintiera.
—Eso pensé —le extendió la pipa a Koríntur y este le dio una bocanada, al mismo tiempo que con el dedo encendía el tabaco—, la mayoría de la gente puede pasar su vida entera creyendo que éste es el único mundo que existe. Los planos son... ¿cómo decirlo? Realidades distintas, mundos alternos. Tierras en otras dimensiones. Este mundo en el que vivimos, con todas sus excentricidades y magias, resulta ser el más normal de todos; para términos prácticos se le llama Plano Material. Imaginen que la realidad es una rueda inmensa, un cosmos infinito que une a los diferentes mundos. Cerca de nuestro plano existen cuatro planes elementales, cuatro universos distintos formados enteramente por uno de los cuatro elementos primordiales: aire, agua, tierra y fuego. Por lo que oí de la plática de los druidas, el fuego al que se enfrentan está en un estado tan puro que se controla a sí mismo y parece ser más violento que el fuego normal. Flamas como esas sólo las he visto en el Plano Elemental del Fuego.
—¿Has estado ahí? —preguntó con interés Estrâik. Bélial dio varias bocanadas a la pipa.
—Sí… lo he visto pero yo… estar ahí, no. Lo vi a través de un portal. Además, ¡no es un lugar en el que querrán entrar! —agregó al ver la sonrisa burlona de Hínodel—. A dondequiera que mires sólo verás una luz roja e incandescente, el aire caliente se agita con furia sobre un mar infinito de llamas. Ahí donde el suelo no es de cenizas, es un río de lava que fluye constantemente, y todo se consume a sí mismo con violencia, nada en ese plano se está quieto. Hay tantas hogueras que ya no puedes ver de dónde surgen y hasta pareciera que las mismas llamas se han vuelto sólidas. El calor es tan inmenso que no te deja respirar y de sólo ver el humo los ojos empiezan a llorar. No hay maldad en el plano o en el fuego, pero su fiereza es suficiente para hacerlo una fuerza destructiva.
Una corriente de aire disolvió el humo de su pipa. Esta vez Telperion sentía un miedo genuino.
—¿Es posible que ese fuego… haya llegado hasta aquí?
—Si alguien ha abierto un portal, lo es —dijo Bélial mirando alrededor.
—O podría ser otra cosa —dijo Hínodel, como convenciéndose—. Puede ser sólo una criatura de ese plano que se ha perdido en el nuestro.
­—Una criatura fuera de su plano, sin saber cómo regresar ya habría quemado su bosque por completo —dijo Bélial suavizando la voz, pero reconociendo el desafío de la elfa.
—Te agradezco la información, Bélial —dijo Telperion tratando de ocultar su miedo—. Nos has sido de gran ayuda.
—Aún puedo ser de más ayuda —dijo Bélial—. Sé usar un poco la espada y…
—Gracias, pero ya nos has ayudado lo suficiente —dijo Telperion.
Bélial pasó la mirada por todos ellos, un tanto preocupado y después sonrió.
—Entiendo. Bueno, igual fue un placer. ¿Me permitirían acompañarlos hasta el Distrito Arcano?
Telperion pudo ver cómo sus ojos se desviaban hacia Hínodel. La elfa parpadeó con indiferencia.
—Muy bien —dijo el clérigo.
Cruzaron la plaza mientras Bélial le contaba a Koríntur algunas historias sobre las batallas que había visto en el Coliseo y los gladiadores más sorprendentes. Por recomendación del mismo Bélial buscaron otra taberna cercana para comer y aprovechándose del buen gusto de Koríntur por la cerveza, logró hacer que se quedarán más tiempo del que tenían contemplado. A Hínodel cada vez le incomodaba más la compañía de Bélial, sin embargo empezaba a ganarse la simpatía de Telperion. Les enseñó a jugar a los dados y a las cartas, revelándoles las trampas más comunes con las que se ganaba en el juego, algo que les fue de mucha utilidad, pues Bélial se había dispuesto a pagar todo lo que bebieran.
Bastaron un par de manos contra unos enanos de una mesa contigua para obtener el suficiente oro para repetir la ronda.
Entre historias de gladiadores, juegos y tarros de cerveza las ventanas se volvieron púrpuras. Pagaron la comida y la bebida y volvieron al aire frío de la calle, la cual estaba más llena de gente que cuando habían entrado a la taberna.
De las historias de gladiadores pasaron a historias del propio Bélial, las cuales él y Koríntur encontraban muy divertidas, Telperion y Estrâik penosas y Hínodel demasiado simples. Así caminaron hasta que los edificios cambiaron su aspecto y la luz de colores variados, lo que les anunciaba que de nuevo estaban en el Distrito Arcano.
—…y no me di cuenta que la había dejado en el chiquero —dijo Bélial en una última carcajada con Koríntur—. Bueno, hasta aquí llego. Garulf estará enojado, tengo un montón de trabajos que hacer.
—Una vez más, gracias por la información —le dijo Telperion—. Así sabemos contra qué nos enfrentamos.
—Es una teoría en la cual espero equivocarme —dijo Bélial estrechando las manos de todos—. Si llegan a necesitarme, sólo vuelvan al “Ojo de Gruumsh”, siempre estoy ahí. Siempre —agregó con un último gesto amargo. Luego se acercó a Hínodel e hizo una profunda reverencia—. Verdaderamente encantado de conocerla, lamento que las condiciones no hayan sido las más adecuadas pero… la vida da muchas vueltas.
Y le guiñó un ojo. Hínodel, como pudo, se soltó de su mano. Al final, Bélial se despidió de Telperion, con un fuerte apretón con ambas manos y una reverencia aún más profunda.
—Quedo a sus órdenes, maese clérigo.
—Gracias, Bélial, y esperamos devolverte algún día el favor.
—Seguro que lo harán —dijo Bélial soltando al clérigo y alejándose por la calle—. Buena suerte.
Y se alejó silbando por la calle, desapareciendo rápidamente en la oscuridad.
—Si es verdad que se ha abierto un portal al Plano Elemental del Fuego —dijo Estrâik—, Faunera corre un riesgo mayor al que creía.
—Aún puede equivocarse —dijo Hínodel, limpiándose la mano en la ropa.
—Esperemos que esté equivocado —dijo Telperion—, pero no está de más estar prevenidos.
—Espero que Mirdin haya encontrado una solución —dijo Koríntur—, sino, no sé cómo vamos a enfrentarnos al fuego.
—La tendrá —asintió Telperion confiado—, es el mejor mago que conozco.
—Aquí va otra vez —dijo Hínodel sonriendo de nuevo. El sol se terminaba de ocultar y con la desaparición de la luz, la Academia Rólegard se disolvía entre un millar de chispas blancas. Sólo el zumbido de las esferas les señalaba que el edificio seguía ahí. Telperion se frotó las manos.
—Maldición…
—¿Qué pasa? —preguntó Estrâik. A pesar de la penumbra, pudo ver cómo el rostro de Telperion se enrojecía.
—Ese desgraciado me robó el anillo de Ehlonna.

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