Bajaron sin decir una palabra, con su sola mirada como
apoyo. Tomaron algunos frascos de agua, se mojaron la ropa y la cabeza y descendieron
despacio, buscando con los pies el terreno más firme antes de dejar caer todo
su peso; un paso en falso y podían caer indefensos en un valle del que no
sabían con exactitud qué esperar.
El agua que habían usado se
mezcló con el sudor y pronto sintieron la ropa húmeda y pegada a sus cuerpos,
el esfuerzo y el enorme calor que se sentía en el valle empezaban a
incomodarlos y a abotagarles los sentidos. La sed no se hizo esperar, contenían
la presión de las gargantas apretando los dientes, detrás de los agrietados
labios.
Por varios minutos bajaron en
silencio, sin que alguna amenaza se hiciera visible o interrumpiera el
trayecto. La simple visión del Palacio y el calor eran suficientes para obligar
a cualquiera a dar vuelta sobre sus pasos. Cuando Estrâik puso el primer pie en
terreno firme, se quitó el sudor de los ojos con el antebrazo y se quedó
contemplando la inmensa hoguera sólida.
—¿Eso es un portal? —la voz
apenas y podía salir de tan seca que tenía la boca.
—Debe ser —dijo Bélial, un poco
más alto. El flujo del río de lava, el aire caliente agitándose y el mismo
Palacio emanaban un rumor constante, bajo y grave, pero suficiente para
estorbar al oído.
—Pues bien, hay que cerrarlo
—dijo Telperion bajando la mochila y dispuesto a tomar una de las flechas de
plata de unicornio.
—¿Y si intentas primero con una
flecha normal? —le dijo Koríntur—. No es que dude de ti… es que a veces no eres
tan ágil.
Telperion no supo si molestarse
más del comentario del hechicero o de que éste fuera secundado.
—Creo que tiene razón —dijo
Bélial—. Sólo por intentar, al menos.
El clérigo tomó una flecha normal
y la disparó sin prestar mucha atención a la puntería, ésta silbó con fuerza en
el silencio del valle y siguió firme su camino hasta que cruzó el río de lava,
entonces empezó a tambalearse, perdió altura y se clavó en el suelo, a unos
metros del Palacio.
—Habrá que acercarse más —dijo
el clérigo tomando otra flecha y avanzando hasta quedar cerca del río de lava,
donde la intensidad del calor irritaba los ojos e inundaba la garganta, sin
dejarlos respirar. Aún así, el clérigo disparó el proyectil; no oyeron ningún
zumbido y la flecha se tambaleó en el aire antes de hundirse de lleno en el
Palacio.
Se alejaron unos pasos para
evitar el calor del río.
—Qué sencillo —dijo Koríntur—.
Dispara la flecha y larguémonos de…
Un quejido se escuchó en todo el
valle, lento y doloroso, un rugido que surgía del Palacio, que estremeció la
tierra y agitó la lava. La temperatura comenzó a ascender. El aire se agitó y
se hizo más pesado.
Entre el humo que salía del río,
Estrâik pudo ver una pequeña figura incandescente surgir del Palacio.
—¡Telperion! —gritó el druida
empujando al clérigo a un lado. Un segundo después, una lanza humeante caía en
el mismo lugar.
—Atentos —el bardo tomó su
flauta y se secó el sudor con la manga—. Ya saben que estamos aquí.
Los elfos desenvainaron las
armas y cada uno se espabiló a su modo, el calor entorpecía los sentidos, no
podían ver o escuchar nada con claridad. Ellos mismos tenían que hablar en voz
muy alta para pasar sobre el rumor del fuego. Aún así, notaron que el azer que
había salido del Palacio les hablaba en su lengua nativa.
—Bélial, ¿qué dice? —preguntó
Telperion. El bardo murmuró en sus manos las mismas palabras que dijo estando
en el río y luego se tocó las orejas.
—Dice que no somos bienvenidos,
que este valle les pertenece —tradujo el bardo.
—Dile que este bosque pertenece
sólo a Ehlonna, y que nosotros nos empeñaremos en defenderlo —respondió
Telperion.
—Perdón, pero no puedo —se
excusó Bélial—. Sólo entiendo lo que dicen, no puedo… ¿qué?
—¿Qué pasa? —el bardo se había
callado súbitamente cuando el azer volvió a hablar.
—Nos está advirtiendo —le dijo a
Telperion—. Si no nos vamos, arderemos como los árboles que solían habitar este
lugar.
—¿Qué es lo que quieren?
—preguntó molesto Estrâik, el bardo sólo se encogió de hombros.
—¡Queremos que se vayan de aquí!
—le gritó Koríntur al azer y luego se volvió a sus compañeros—. Algo debe
entender.
—Son nuestras tierras —dijo el azer—, porque ustedes no pueden entrar aquí. Atrévanse a cruzar el umbral y
responderán ante la Flama errante.
—¿Qué dijo ahora? —preguntó
Koríntur.
—Lo que dijeron los unicornios
—respondió el bardo—. Habló del fuego que camina. Nos retan a cruzar el río.
Hínodel apuntó con la ballesta y
disparó, pero tan denso era el aire sobre el río que la elfa perdió puntería,
la saeta pasó muy cerca del azer, quien ni siquiera se preocupó por esquivarla.
—No podemos pelear desde aquí
—dijo Estrâik.
—Hay que obligarlos a salir
—dijo Hínodel cargando otra saeta.
—No lo harán —dijo Bélial—.
Están seguros en el portal.
—Puedo disparar desde aquí
—Telperion mostraba el arco para intimidar al azer.
—Cualquiera de ellos preferiría
recibir el disparo antes que dejar que dañaras el Palacio —respondió el bardo—.
Habrá que cruzar.
—¿Alguna idea? —dijo Koríntur
asomándose al río que no era demasiado ancho. La lava corría a ras de la
tierra.
—Sólo hay un modo —Hínodel dio
unos pasos hacia atrás antes de empezar a correr. Sin dar tiempo a alguno para
protestar, saltó sobre el río con más destreza que aquella con la que aterrizó.
—¿Estás bien? —preguntó
Telperion. Hínodel se había arrodillado al otro lado.
—Sin problemas —contestó la
elfa.
—Sólo se te olvidó una cosa
—dijo Bélial elevando la voz sobre el rumor del río—; eres la más ágil y ligera
de nosotros.
Y luego señaló a Telperion.
—No es tan difícil —les gritó la
elfa.
—De cualquier modo, no tenemos
muchas opciones —dijo Koríntur señalando un punto detrás de la elfa. Del
Palacio del Fuego surgían otros tres azer, armados todos con pesados martillos
de guerra que ardían al rojo vivo. Hínodel dio un paso hacia delante,
levantando el puño que ya empezaba a brillar con un destello rosado.
—¡Deprisa!
—Tus deseos son órdenes, linda
—dijo Bélial y tomando el mismo impulso saltó sobre el río para ir a reunirse
con su compañera. Koríntur se volvió a los que se habían quedado.
—Adelante —le dijo Estrâik—.
Necesitan más manos de aquel lado.
—¿Y cómo va a pasar Telperion?
—¡Ya se las arreglará, de prisa!
—le gritó Bélial. Los azer echaban a correr hacia ellos levantando sus armas.
Koríntur saltó también, pero
cuando cayó perdió el equilibrio. Bélial tuvo que sostenerlo mientras Hínodel
lanzaba el proyectil de luz rosada contra uno de los hombres de fuego. No había
recuperado por completo el equilibrio, cuando el hechicero también levantó la
voz.
—¡Jactum magicus! —sus dos proyectiles azules golpearon al mismo que
Hínodel había elegido como blanco y así quedaron tres contra tres dentro del
aro de fuego.
—Salta tú —le dijo Telperion al
druida—. Me ayudarás a llegar desde el otro lado.
El druida, esgrimiendo ambas
cimitarras, asintió y luego saltó él también, acompañado de su ágil lobo;
mientras saltaba no vio que Telperion tomaba el símbolo sagrado entre sus
manos.
—Resitere ignis —y se hubría visto cómo un ligero halo rojizo surgía
del símbolo y le envolvía el cuerpo de no confundirse éste con la luz que
emanaban el río y el Palacio del Fuego.
Estrâik aterrizó pesadamente del
otro lado y a pesar de ser más grande y corpulento, la fuerza que lo impulsaba
lo hizo caer con total seguridad. Hínodel disparó contra los azer, pero la
saeta ardió apenas tocó la piel de bronce fundido de uno de ellos. El druida
debía intervenir, giró las cimitarras en sus manos y pasó entre Bélial y
Koríntur.
—Ayuden a Telperion —les dijo
sin voltear a verlos; Telperion gritó del otro lado del río para sacar fuerza y
echó a correr antes de saltar. Sus compañeros, apenas lo vieron, le tendieron
las manos y el clérigo llegó a tomarlas pero sin llegar al otro lado. Sus pies
cayeron en la lava. Aterrados, Bélial y Koríntur jalaron al clérigo que cayó de
cara sobre la tierra; luego cada uno vació rápidamente un frasco de agua sobre
las botas metálicas de su compañero y vieron que la lava escurría como barro
fresco.
Telperion se incorporó sin
ningún gesto de dolor, solo una gran preocupación en los ojos.
—¡Hínodel!
Estrâik combatía a dos de los
azer, haciendo gala de una gran destreza con las cimitarras; en esto le ayudaba
Baltho a distraer a los adversarios mientras que Hínodel sólo se las ingeniaba
para ir de un lado al otro esquivando los ataques del otro azer.
Koríntur y Bélial tomaron sus
armas y se lanzaron en auxilio de su compañera.
—Telum magicus —murmuró Telperion mientras tensaba una flecha en el
arco y éste empezó a brillar como si toda la madera hubiera sido bañada en
aguas plateadas, la cuerda parecía un hilo de hierro, fino y firme y toda el
arma estaba revestida de un nuevo poder nacido de la fe del clérigo.
Tal era éste poder que la
primera flecha que disparó fue a encajarse certera en el pecho de un azer antes
de que pudiera dejar caer su martillo contra Estrâik.
Y es que no habían pasado en
vano las anteriores batallas de los elfos, cada una les había dejado enseñanzas
en el combate y el mejor modo de usar sus habilidades, y podía notarse esto en
la diferencia del encuentro contra las estirges, más pequeñas y débiles que los
azer, a éste otro del que los elfos obtuvieron rápida ventaja.
Quedaba el último azer en pie
cuando decidió abandonar la batalla y darle la espalda a su contrincante para
huir hacia el Palacio del Fuego. Estrâik no desaprovechó que había bajado la
defensa y corriendo tras él dejó caer toda la fuerza de su poderoso brazo en
una estocada que derribó al hombre de fuego; luego éste gritó algo en su lengua
antes de que el druida sacara la espada con tal violencia que remató a su oponente.
Un nuevo silencio reinó dentro
del aro de fuego y todos supieron que la batalla distaba de haber terminado.
—“Libérenlo” —dijo Bélial a sus
compañeros—. Él dijo “libérenlo”.
—Que venga, entonces —dijo
Telperion con un brillo en los ojos.
Las paredes del Palacio del
Fuego se agitaron y las torretas se balancearon como si hubieran perdido
firmeza; empezó a soplar una corriente de aire caliente que les golpeaba la
cara y les empañaba los ojos, respirar era difícil y el sudor insoportable.
De una de las paredes, a cierta
altura sobre las cabezas de los elfos, se desprendió una flama larga y continua
como si el fuego saliera a presión; luego salió otra flama parecida. Ambas se
torcieron sobre sí mismas y las puntas se apoyaron en el Palacio y luego se
abrieron en varios filos punzantes, como garras. Muy pronto entendieron que
eran brazos.
—Apuesto a que estar con Garulf
ya no suena tan mal ahora, Bélial —Koríntur tragaba saliva y destensaba los
dedos, preparando el siguiente conjuro. El bardo se limpió el sudor de nuevo y
se humedeció los labios.
—Es fuego que camina —dijo
Estrâik. Hínodel tosió un par de veces y Telperion tomó otra flecha del carcaj.
Los grandes brazos de fuego
obligaron a una tercer flama a despegarse del Palacio, gruesa como el tronco de
un árbol y de llamas oscuras y pesadas. Le costaba despegarse del portal; las
raíces de esa hoguera inmensa se separaron en dos, formando el último apoyo del
Elemental de fuego, dos piernas largas y trémulas que cuando se quedaban juntas
se fundían en una sola columna ardiente.
Tan alto como tres hombres uno
sobre otro, todo el Elemental bullía con fuerza devastadora y cuando se vio
libre del portal, lanzó un rugido como cientos de carbones ardientes
quebrándose al mismo tiempo. Habían encontrado el fuego que camina, la Flama
errante.
Y entre el rumor constante del
fuego, rompiendo la pesadez del calor, se escuchó música, una música clara y
fresca que invitaba al combate. Bélial tocaba su flauta, notas largas que
cambiaban con rapidez mientras giraba la espada en la diestra.
Estrâik, Baltho y una flecha de
Telperion salieron al mismo tiempo, todos animados por la melodía. Pero apenas
estaban por comprobar el poder del Elemental. Éste columpió los largos brazos y
balanceó uno de ellos frente a él, descargando todo su calor sobre los
atacantes. Druida y lobo fueron envueltos por el fuego que golpeaba con una
fuerza que podía palparse, pero que escapaba al tacto, como el golpe del viento
o de las olas del mar. Tal fue el impulso que ambos cayeron hacia un lado después
del golpe.
Telperion dio vuelta sobre sí y
disparó hacia el río, había advertido una nueva amenaza: de la lava empezaron a
desprenderse pequeñas figuras humanoides que se sacudían la roca fundida entre
risillas agudas, justo antes de desplegar sus alas de murciélago. Eran como los
méfits que habían encontrado, pero no había ni una hembra entre ellos y estos
no estaban envueltos en flamas, sino que su piel rocosa se agrietaba mostrando
ranuras llenas de magma, cada hendidura liberaba un chorro de vapor oscuro. Si
Telperion no hubiera derribado a uno de ellos con el arco, hubieran sido tres
los Méfits que se acercaban aleteando pesadamente.
—¡Jactum magicus! —gritaron Hínodel y Koríntur. Tres destellos
mágicos cruzaron el valle y golpearon a la Flama errante en distintos puntos.
Cada golpe producía una pequeña explosión que hacía al Elemental retraer el
miembro golpeado momentos antes de que éste surgiera en algún punto cercano.
Con terrible agilidad, el Elemental separó sus piernas y caminó a grandes pasos
por el valle. Los hechiceros corrieron rodeando el Palacio y aunque lo hacían
por salvarse a sí mismos, también sabían que así lo alejaban de Estrâik que no
se había levantado.
—¡Bélial, por aquí! —Telperion
corría para revisar las heridas de su compañero alejándose de los méfits. El
bardo varió la melodía de su flauta y no perdió de vista a uno de los
diablillos, que empezó a aletear perezosamente antes de caer sumido en un
profundo sueño.
Estrâik aún estaba consciente y
el clérigo sólo lo ayudó a levantarse.
—Cuida a Baltho —le dijo antes
de tomar las cimitarras y rodear el Palacio corriendo. Los hechiceros ya habían
dado la vuelta y el Elemental los seguía de cerca, balanceando sus enormes
brazos y levantando la tierra a cada golpe fallido. Los hechiceros abrieron
paso al druida y éste se lanzó a la Flama errante con ambas cimitarras, pasando
entre sus piernas y atravesando el fuego con los dos filos que de inmediato se
calentaron. Una vez que estuvo detrás del Elemental volvió a levantar el muérdago.
—Crearis aqua —una gruesa cortina de vapor se elevó y por un momento
Estrâik pensó que le había causado un gran daño a su enemigo, pues la flama se
redujo a la mitad de su tamaño, pero vibró tímidamente antes de volver a crecer
y a arder con toda su fuerza.
Bélial se defendía con la espada
contra el méfit, pero le costaba mantener la melodía que ayudaba a sus
compañeros y al mismo tiempo manejar el arma. En medio de su confusión una
segunda canción lo reanimó. Era la misma melodía pero improvisada por la dulce
voz de Hínodel y que al mezclarse con la del bardo, imitaba su efecto en el
corazón de los guerreros. Sin dejar de entonar esta melodía, la elfa soltó otro
destello rosado para eliminar al último de los méfits. El valor que ambos
músicos prestaban a sus compañeros obligó a Koríntur a lanzarse contra un nuevo
enemigo, un par de azer que se habían separado del Palacio.
Todos hacían gala de una gran
habilidad y fuerza, pero no podrían durar mucho tiempo; el portal seguía
abierto y mientras no lo cerraran, las criaturas de fuego seguirían surgiendo y
atacando, justo como en ese momento otro méfit más salía del río. Es por eso
que apenas Hínodel empezó a cantar, Telperion rebuscó en la mochila y tomó una
de las flechas de plata de unicornio, luego se alejó de Baltho unos pasos y la
tensó en el arco. Se tomó apenas un segundo para apuntar directamente al
Palacio del Fuego, pero fue suficiente para descuidar el terreno bajo sus pies.
Cuando iba a soltar la cuerda,
un thoqqua surgió de la tierra, golpeando al clérigo y obligándolo a disparar
la flecha que pasó muy lejos del Palacio, rozó la cabeza de Koríntur y se clavó
en el azer contra el que peleaba. Apenas lo impactó, se escuchó una explosión
como de cristales y un viento frío sopló sobre todos; la piel del azer quedó
cubierta de escarcha y el destello ardiente de su carne era suplantado por un
brillo azul plateado; lo había congelado. La sorpresa de Koríntur y el otro
azer ante el impacto no duró mucho, la flecha se quebró en cientos de cristales
de plata y acto seguido el azer congelado explotó en una potente ráfaga de
hielo que derribó al hechicero y terminó con el otro enemigo.
Todas las criaturas de fuego
contemplaron con horror la escena. Ese viento gélido no podía pasar
desapercibido y aunque para Koríntur esta intrusión había sido oportuna,
también le había costado a los elfos una de sus flechas mágicas.
Telperion había perdido el arco
y huía a gatas del thoqqua que lo acosaba. Koríntur se levantó reponiéndose de
la explosión y corrió hacia su compañero, pero fue a cruzarse entre Estrâik y
el Elemental. El druida esquivó por muy poco el golpe que el hechicero no vio.
Después de un grito agudo de
dolor, Koríntur se desmayó con la mitad de la cara llena de pequeñas ámpulas.
El druida provocó al Elemental
para que lo siguiera y Telperion vio fugazmente que en algunas partes la carne
de su compañero, cuando no tenía grandes manchas oscuras, tenía un brillo
sanguinolento. Estrâik esquivaba lo mejor que podía los ataques de la Flama
errante y conjuraba agua sobre éste para ver si así lo debilitaba, pero el
enemigo no daba muestra alguna de ceder y el calor era una de las ventajas más
obvias que tenía.
Telperion corrió hacia Koríntur
y le extendió el símbolo sagrado.
—Sanavi levis vulneris —y después de un brillo verde, el ardor de
la cara desapareció y el hechicero abrió los ojos, pero un grito de sufrimiento
les anunció que el enemigo ganaba ventaja. Al ver a Koríntur desmayado, Hínodel
había corrido a enfrentarse contra el gusano de fuego, pero había sido golpeada
por la ardiente cabeza del thoqqua y ahora yacía inconsciente en el suelo, a
merced del monstruo. Koríntur se levantó de inmediato.
—Jactum magicus —dijo y apenas unas chispas azules le salieron de
las manos.
—¿Qué pasa? —preguntó Telperion
asustado.
—Nada. Es el cansancio —el elfo
recobró el aire, estaba agotado—. Jac… ¡Jactum
magicus!
Los destellos fueron suficientes
para hacer retroceder al thoqqua. Telperion, mientras tanto ayudó con el arco a
Bélial a terminar al último méfit. El bardo ya no podía seguir tocando, le
faltaba el aire.
—Hay que terminar esto —dijo
Telperion y los tres corrieron rodeando el Palacio, a donde Estrâik se había
llevado al Elemental que en ese momento volvía a golpear al druida con toda su
furia; éste ya no se levantó por el resto del combate. Bélial, Koríntur y
Telperion se quedaron inmóviles un segundo, a la vista de la Flama errante.
Ésta volvió a rugir.
—Corran —murmuró Bélial y los
tres regresaron sobre sus pasos, a tiempo para esquivar otro golpe del
Elemental. Mientras huían de él, pudieron ver en la pendiente por la que habían
llegado, un pequeño brillo, una luz muy clara que resaltaba entre el paisaje
nublado. A su lado aparecieron algunos brillos semejantes y otras figuras más
oscuras y rústicas.
—Y tú querías que se quedaran
—dijo Bélial con voz cansada.
Los unicornios habían llamado a
los pocos druidas que quedaban en Faunera y formando un reducido grupo, habían
acudido para ayudar a los elfos, quienes los recibieron como un anuncio de
esperanza. Pero su intromisión sólo consiguió enfurecer más a la Flama errante.
De su mismo núcleo hizo nacer un nuevo rugido, más feroz y doloroso y más azer,
méfits y thoqquas respondieron al llamado.
—Déjenselos —dijo Telperion—. La
Flama errante es nuestra.
Halvaradian, a la cabeza de los
unicornios fue el primero en relinchar, le siguieron los otros unicornios a
coro; los druidas levantaron las cimitarras con un clamor de guerra. Ambos
grupos echaron a correr uno contra el otro, dos pequeños batallones que juntos
no superaban las treinta unidades, pero aún así tan terribles que su combate se
escuchó en todo el yermo y más allá de los primeros árboles.
Mientras esta batalla se
sucedía, los elfos se encararon al Elemental.
—Koríntur, hay que distraerlo
—dijo Bélial dejando caer la flauta—. Telperion debe disparar la flecha.
El hechicero asintió y se colgó
la maza al cinto antes de que echaran a correr. Apenas se separaron, el clérigo
ya buscaba la flecha en su mochila; pero pronto vieron su intento frustrado. El
Elemental no había caído y se lanzó directamente contra Telperion que en apenas
un momento ya se encontraba envuelto por las llamas y sentía el impulso que
había hecho caer a Estrâik. Sin embargo el fuego no le dañó como a su
compañero, apenas lo tocó el brazo de la Flama errante, ese halo rojo e
imperceptible volvió a extenderse de su símbolo sagrado, protegiéndolo del
fuego como antes lo había hecho con el río de lava.
Koríntur intentó disparar sus
proyectiles mágicos, pero ya estaba demasiado agotado, por lo que sólo pudo
soltar una bola de nieve que no logró llamar la atención del Elemental.
Bélial, por su parte, gritaba
cerca de él y agitaba su espada, sin estar muy seguro de dónde había que
atacar. Intentó cortar el fuego con la espada y el Elemental reaccionó. Se
volvió lleno de ira y lanzó un golpe contra el bardo; este cayó de bruces aún
consciente. La Flama errante se volvió hacia él y cuando Bélial intentó
incorporarse, repitió el golpe. Bélial rodó hacia un lado para esquivarlo y el
Elemental sólo golpeó la capa que empezó a arder.
—¡Gira un poco más! —le gritó
Telperion.
—¡Hacia acá! —Koríntur le hizo
señas con los brazos.
El bardo entendió y siguió
girando en el suelo, mientras evitaba los golpes del elemental hasta que éste,
harto, barrió el suelo con su brazo. El cuerpo inmóvil de Bélial quedó cubierto
por su capa aún llameante. Había cumplido.
Cuando la Flama errante se
volvió a Telperion, éste ya tensaba la flecha de plata. Ambos quedaron
inmóviles. No había algo parecido a una cara en el Elemental, o al menos ojos
visibles, pero Telperion sintió su mirada.
La flecha salió con fuerza hacia
la Flama errante, cruzó su cuerpo incorpóreo, atravesó con su filo helado las
flamas y salió por su espalda, directamente hacia el Palacio del Fuego.
El valle quedó en silencio, los
druidas y los unicornios ya no peleaban, sus oponentes no se defendían.
La flecha se clavó en el Palacio
y estalló del mismo modo que con el azer. Elemental y Palacio empezaron a
congelarse extendiéndose desde el punto donde la flecha los había tocado y
cambiaron sus fulgores rojos por una tenue aura azulada. La Flama errante se
retorcía sobre sí misma, hasta que la escarcha llegaba a cubrir los miembros
que dejaba de mover.
Todos contemplaron cómo la
enorme flama que era el Palacio del Fuego empezaba a helarse. Los thoqqua
chillaron y se hundieron en la tierra, los méfits dejaron de volar y se
arrastraron y los azer corrían con gestos llenos de angustia; el portal se
cerraba y los confinaría a un mundo más frío que el suyo.
El río de lava se endureció, la
roca fundida perdió su brillo y se volvió gris y opaca. Los méfits que no
habían logrado salir a tiempo también se petrificaron. El calor empezó a bajar,
el rumor del fuego ceso y el humo se alzaba en el aire para dispersarse y perderse
en la memoria.
Cuando El Palacio del Fuego y la
Flama errante se vieron cubiertos enteramente de escarcha, se hizo un nuevo y
breve silencio en el yermo antes de que ambos reventaran en una explosión de
viento y nieve tan potente que fueron pocos los que no fueron derribados por el
aire, un amplio destello azul metálico que recorrió todo el bosque. Aún en
Farbonta sopló un viento inusitadamente frío que azotó puertas y ventanas.
Los monstruos que no habían
entrado al portal antes de que se congelara por completo ahora yacían en el
suelo debilitados por la explosión, mientras su fuego se extinguía lentamente.
Sólo un montón de nieve y
cenizas era lo que quedaba del Palacio del Fuego.
Koríntur empezó a reír y
Telperion cayó de rodillas, exhausto. Alzó los ojos al cielo para agradecer a
Ehlonna, pero antes de que pudiera decir algo, una gota le cayó en la frente.
—Llueve —dijo sonriente—. Para
curar el sufrimiento de los árboles.
Y sin perder la sonrisa, se
entregó al cansancio de quien ha pasado varias noches en diligencia y se
desmayó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario