Alguien golpeó tenuemente la puerta antes de abrirla. El
rumor de voces en el exterior fue más audible mientras el clérigo entraba a la habitación
y sonreía al muchacho sobre la cama antes de cerrar la puerta. Por la ventana
entraba el sol matutino y acariciaba con una luz tibia y refrescante el lecho
del herido. Éste respondió a la sonrisa con otra y un parpadeo lento, mitad
calma y mitad pereza.
El clérigo se sentó en la silla
que alguien había usado constantemente para velar al herido.
—Buenos días, Osfaut. ¿Cómo te
sientes?
—No recuerdo la última vez que
dormí tan bien.
—Valrya me contó lo que los
demás hicieron por ti.
—No voy a dejar de
agradecérselos, pero creo que ellos se sienten peor que yo —el joven sonrió
inclinando la cabeza para que el sol entibiara las cicatrices que le cubrían más
de la mitad de la cara.
—Nuestro poder es limitado.
—Eso me incluye, señor
Telperion.
Afuera, los habitantes de
Farbonta limpiaban los resabios de la celebración; los niños habían vuelto a
sus juegos y los ancianos a sus pláticas. Los clérigos trasplantaban árboles
jóvenes del jardín en el templo a pequeñas carretas de mano para llevarlas al
bosque.
—¿Qué tan grande fue el daño?
—El fuego consumió una buena
porción. Aunque los druidas insistían en que el bosque podría sanarse solo,
vamos a echarle una mano.
—¿Y cómo… cómo fue enfrentarse
a…? —el joven se encogió de hombros.
—Nosotros corrimos con suerte,
Osfaut. Eso no hace a alguien más fuerte o más débil. Ninguno de nosotros
sabíamos al inicio cómo reaccionar.
—La suerte no existe, señor. No
menosprecie su poder, por algo es el clérigo en jefe. No sé lo que hizo en el
tiempo que estuvo fuera, pero el Telperion que volvió no es el mismo.
—Me temo que no te entiendo —el
elfo escondió su intriga detrás de una mueca amable.
—Usted emprendió una aventura,
¿verdad? Mi padre decía que las aventuras fortalecen el cuerpo y el espíritu.
Algo de allá afuera lo hizo fuerte. Es por eso que yo quisiera emprender una aventura.
En el jardín posterior del
templo, Bélial y Hínodel repetían una y otra vez algunas de las canciones del
bardo para que quedaran grabadas en la memoria de la elfa. Aunque Hínodel había
entendido instintivamente cómo canalizar su magia a través de la música, el
coraje era sólo la primera de muchas emociones que se podían inspirar con la
voz. No podía recordar nada de su pasado y sin embargo sabía que la música
debía estar en su sangre, lo había comprobado la noche anterior, cuando celebró
de baile en baile casi sin descansar.
—Nunca es tarde para una
aventura —Telperion se miraba las manos—. Mírame a mí. No soy tan viejo como
aparento, pero ciento noventa y un años ya distan de la juventud, aún para un
elfo —hizo una pausa y luego miró al joven—. Yo me aseguraré de que puedas
tener tu aventura. En todos estos años, en todo este tiempo, nunca había hecho
un viaje tan largo. Nunca. Y no fue divertido pero… uno no debería esperar
tanto para conocer el mundo. Extrañé el pueblo, pero la aventura tiene mucho de
encantador.
—Y el pueblo lo extrañó a usted,
maestro. Aún aquí podía sentir que todo estaba ensombrecido por su ausencia.
Telperion bajó los ojos.
Koríntur dormitaba a la orilla
del estanque, mientras oía las canciones en voz de Hínodel y las ocurrencias de
Bélial. Descansaba la mano en el agua, jugando con los nenúfares mientras
Skrath, apoyado en una rama cercana y con la cabeza bajo el ala, graznaba en
algo muy similar a un ronquido. El hechicero quería descansar, contrario a
Estrâik, que junto a su lobo ayudaba a los clérigos con los primeros trabajos
de reforestación. Quería dejar todo en orden.
—Va a irse de nuevo, ¿verdad?
Telperion miró a Osfaut con
azoro. Aunque la pregunta lo tomó por sorpresa no hizo nada por negarlo.
—Me lo imaginé. Le hará bien.
Sus ojos brillaron cuando habló del mundo.
—No será una aventura gozosa. Es
algo que debo hacer, una misión por el bien de Farbonta.
—Tampoco tenía elección en el
otro viaje, ¿no? Creo que usted es sabio porque disfruta lo que debe hacer.
El elfo lo miró risueño y le dio
unas palmadas en la mano.
—Y no importa lo sabio que sea
uno, a veces puede recibir grandes lecciones de un muchacho de veinte años,
como tú. La verdad, no vine sólo para ver cómo estabas; quiero que tengas esto.
De su cuello descolgó el
medallón de plata que tenía grabado el símbolo sagrado de Ehlonna y lo dejó en
la mesita a lado de la cama, donde reposaba un medallón similar tallado en
madera.
—Se-señor…
—Y yo me llevaré el tuyo, como
un recuerdo. No todos los héroes son los que vencen. Esto me recordará lo que
puedo aprender de ti.
Y se levantó mientras se colgaba
el símbolo de madera.
—Señor Telperion… maestro,
gracias. Gracias.
—Ambos estamos agradecidos.
Ahora descansa, que cuando me haya ido necesitarán manos que trabajen y usted,
joven, ha demostrado que aún tiene mucho que hacer en este mundo.
Se despidieron con una sonrisa,
más en los ojos que en los labios; una inclinación de cabeza y Telperion salió
de la habitación, dejando a Osfaut en medio de sus oraciones, con el símbolo de
plata presionado fuertemente contra el pecho.
Después de cerrar la puerta,
Telperion apoyó la cabeza contra ésta. El templo era su hogar y conocía cada
esquina de éste, eran muchos los rincones de los que tendría que despedirse y
con tan poco tiempo. Cuando abrió los ojos, vio que al fondo del pasillo,
Valrya lo esperaba inmóvil. Telperion suspiró con tristeza y se acercó a él.
—No es tu costumbre espiar,
Valrya.
—No, señor.
—Sin embargo oíste.
—Para confirmar mis sospechas
—el joven hizo una pausa, ladeó la cabeza y continuó con cierta gracia—. Los
elfos siguen aquí, pero no se instalaron en ninguna habitación y usted no se ha
preocupado por lo que harán.
—Me conoces demasiado bien. Y te
has vuelto sabio y observador, lo suficiente para ser el clérigo en jefe del
Gran Roble —Telperion palmeó el hombro de su aprendiz, que aún tratando de
mantenerse sereno, no pudo evitar que el miedo aflorara por sus ojos.
—¿Cuándo, maestro? ¿Cuándo
tendré que… aceptar el honor que me está concediendo?
Telperion suspiró de nuevo.
—Mañana.
Certera prosa,
ResponderEliminarnos leemos.
Saludos.