Primera Historia - El Palacio del Fuego

"El Tirano Mestizo" es una narración dividida en varias novelas, o 'historias'.
Actualmente estás leyendo la Segunda Historia: el Reino de la Guerra.
Y así será mientras el castillo se vea en el fondo de pantalla.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

I. 9.- La canción del bardo



Aunque al principio la decisión de llevar a Bélial había acarreado sólo problemas, el músico demostró que su compañía podía ser más beneficiosa de lo que habían pensado. Incluso resultaba agradable.
La primera noche cayó rendido en la hierba y durmió a pierna suelta mientras Telperion reprimía todas sus quejas. A él le parecía que después de todo lo que habían pasado esa noche, lo menos que el hombre podía hacer era ofrecerse para la primera guardia.
—Al menos nos devolvió el dinero —dijo Koríntur tapándole la cara a Bélial con su propia capa para acallar sus ronquidos.
Pero a la mañana siguiente, cuando Hínodel despertó con el primer rayo de sol, se dio cuenta de que Bélial no estaba donde había dormido. Soltó una risa.
—Se escapó —murmuró negando con la cabeza.
—No —le dijo Estrâik—. Sólo fue a caminar.
La elfa se incorporó y vio al druida haciendo guardia con Baltho recostado a sus pies, durmiendo plácidamente. Estrâik sonrió y apuntó con la cabeza en dirección al amanecer. Bélial se acercaba a ellos con un par de cañas entre las manos.
—Qué mañana más fresca, hace tiempo no dormía así —dijo al sentarse en la hierba.
—Pudimos notar que estabas cansado —dijo Hínodel—. ¿Qué es eso?
—Perdí mi lira, necesito otro instrumento —Bélial sopló en el extremo de una de las cañas y le dio algunos golpes. Midió la caña, sacó su espada y cortó una parte de esta con un golpe diagonal.
—¿No podrías silbar? —Hínodel se esforzaba en que cada pregunta estuviera salpicada de acidez.
—Necesito algo que puedan oír con claridad. ¿Puedo? —dijo señalando el carcaj de Hínodel y antes de que ésta pudiera decir algo, Bélial había tomado una de sus saetas para limpiar el interior de la caña—. Además, puedes golpear con tu puño, pero prefieres usar una espada, ¿no?
—Gracias a ti, perdí mi espada —dijo molesta.
—Lo superarás, linda —dijo Bélial y sopló a la caña. La réplica de Hínodel fue callada por una nota fuerte y limpia. Estrâik sonrió mientras Baltho se despertaba y alzaba la cabeza.
Al poco tiempo, Telperion despertó y tras un pequeño esfuerzo, también Koríntur. Comieron algunas conservas de fruta seca antes de reiniciar el camino. Estrâik seguía dirigiendo al grupo, Telperion y Hínodel caminaban en silencio mientras Bélial le contaba a Koríntur anécdotas de sus viajes por los bosques y las montañas del norte. Algunas, al parecer de Telperion, difíciles de creer. Otras más demasiado fantásticas y atractivas como para querer ponerlas en duda.
—La música favorita de las ninfas sale de las cañas —dijo Bélial mientras medía las cañas en sus manos—. Lo aprendí en Levecäesin. Ahí los lagos son tan puros que por las noches brillan con un ligerísimo resplandor azul y el aire se llena de las luces de las hadas. Cuando la noche está más tranquila, la luna sonríe (como dicen en Levecäesin); entonces los duendes inician una musiquilla ligera, chasqueando los dientes o frotando sus patas como los grillos. Los sátiros salen a bailar y a beber el vino que logran robar del pueblo, tocan en flautas hechas con cañas como éstas y cantan en la lengua de las criaturas de los árboles. Si no te has perdido en medio de ese delirio, verás que del agua surgen figuras lumínicas y hermosas de larga cabellera, con los ojos más brillantes que hayas visto y los labios más dulces que alguna vez haya llevado alguna criatura. Las ninfas salen del agua a provocar a los sátiros, el bosque se llena de gritos de alegría y música de flautas y tambores.
Incluso Estrâik y Telperion que habían pasado toda su vida en un bosque escuchaban atentos los detalles que relataba Bélial.
Hínodel, muy seria, trataba de hacer reaccionar al grupo caminando más rápido.
Para esa noche, Bélial había terminado la flauta de cañas y ayudó a dormir a todos con varias melodías. La música era lo único que a Hínodel le había agradado del bardo y era suficiente para empezar a confiar en él. Incluso el carácter del músico se relajaba con la música. Ofreció hacer la primera guardia de esa noche, mientras a nadie le molestara que siguiera tocando la flauta; ocurrió todo lo contrario, pues elfos y animales lograron conciliar el sueño más rápido. Todos excepto Hínodel, quien sólo acertó a acostarse en la hierba y cerrar los ojos, mientras escuchaba la música de Bélial.
Las notas alegres y agitadas de la tarde se habían transformado, a esa hora, en largas, acompasadas y dulces. Era la primera vez que Hínodel escuchaba música como ésa, como si la canción hablara o contara una historia o sintiera algo en particular y quisiera transmitir todo eso a quien la escuchara. La música de esa flauta estaba viva. Era todo muy extraño. Incluso le pareció extraño que, cuando Bélial dejó de tocar, se sintiera ligeramente triste.

Mientras caminaban, a Telperion le volvió el miedo por Faunera. No Era adentrarse en el bosque y enfrentar al causante de los incendios lo que lo asustaba, los compañeros que caminaban a su alrededor le daban valor y tenía la fe puesta en las flechas de plata que cargaba en la mochila. Lo que oscurecía sus pensamientos es que algo hubiera pasado en su ausencia, que los incendios hubieran causado algún daño irreparable al pueblo o, peor,  a un ser vivo. Por un breve segundo imaginó qué sentiría si al llegar encontraba que los incendios habían salido del bosque, hacia el pueblo.
Las ideas se dispersaron en su cabeza cuando escuchó la música. En medio del silencio en el que caminaban, Bélial tocó algunas notas en su flauta antes de empezar a cantar.

Esto a mí me lo dijeron,
lo contaron, no fui yo,
que es el canto de “La treta
del bandido y el Dragón”.
A la alejada montaña
se fue el valiente ladrón;
todo mundo le advertía,
“¡no te acerques!, ¡allá no!”,
pero sabía el bandido
que tiempo atrás, se enterró
un tesoro en la montaña
que a la tierra enriqueció.
“Me he de hacer con el tesoro,
o no me he de llamar Yo.”
Pero la gente sabía,
(cosa que el bandido no),
que la lejana montaña
era el hogar de un dragón.
Armado de cuatro cuerdas,
siete sacos, botas dos,
una lámpara y un pico,
a la caverna se entró
el bandido decidido
que se hacía llamar “Yo”.
En los túneles oscuros
su sombra lo acompañó,
avanzó, luego detuvo,
luz y otra vez avanzó.
Al llegar hasta el tesoro
le sorprendió (¡pobre Yo!),
que todo el oro y la plata
las protegía un dragón.
Y el dragón, tan mala suerte,
cuando el bandido llegó,
se encontraba bien despierto
para desgracia de “Yo”.
“¿Qué quieres en mi caverna?”,
bramó con furia el dragón,
“¡de esta caverna y tesoro
el dueño soy sólo yo!”
“¡Qué coincidencia!”, responde,
“pues así me llamo: Yo”.
“¿Cómo dices que te llamas?”
Le preguntó el dragón,
“Yo, me llamo”. Le responde.
“¿Cómo dices?” “Yo soy Yo”.
“¡Respóndeme!” “Respondí”
“Dime tu nombre” “Soy Yo”.
De tal suerte, que tres horas
les duró la discusión,
hasta que el ladrón astuto
dijo “pues si el dueño es Yo,
mío ha de ser el tesoro,
pues si es de Yo, yo soy Yo”.
Con esto, el bandido ingenuo
pensó engañar al dragón
para quedarse el tesoro,
y esto fue lo que pasó.
En la alejada montaña
se cuenta que hay un dragón
que se ha comido a sí mismo,
dice: “yo me comí a Yo”.
Del pobre Yo, no se sabe
aunque un hombre me contó,
que su tesoro ha engordado
el de un caníbal dragón.

—¿Dónde aprendiste eso? —preguntó Hínodel.
—¿La canción?
—Tu música.
—Ah —Bélial sonrió y miró con nostalgia el horizonte que dejaban atrás—. En Levecäesin. Mi maestro era un sátiro viejo como el bosque y alegre como la mañana. Él me enseñó el arte y la magia de la música.
—¿Magia? —Hínodel rió, pero Bélial le dirigió una mirada confiada.
—No te imaginas lo que la música puede lograr.
—Claro que sí. Te vi en Líbermond. Con tu primera canción el ánimo en la taberna subió y los hombres brindaron como si no tuvieran ningún problema. La alegría es la magia de la música.
—La alegría es una de las magias de la música —dijo Bélial con una sonrisa enigmática—. Así como una canción puede generar euforia, otra canción podría sumirlos en una horrible depresión.
—Depende de la canción —dijo Hínodel.
—No. Depende del músico —los ojos de Bélial brillaban de un modo extraño—. Un intérprete cualquiera, puede tañer una lira y sus espectadores le darán alguna moneda. Un músico profesional podría componer una canción que por un tiempo se cante en todas las tabernas de una ciudad y obtener cierta fama. Pero alguien como yo… no tiene límites con su música.
—¿A qué te refieres? —Hínodel preguntaba con un interés mayor que el resto de los elfos.
—Quien oiga mi música puede sentirse eufórico o podría deprimirse… o podría quedarse dormido, si yo quiero. Podría nublar su mente de manera que no se diera cuenta de lo que pasa a su alrededor. Podría sentir miedo de la nada, un temor inexplicable que lo hiciera huir. Podría dominar su mente con mi música o podría hacerle tener horribles pesadillas. Podría hacerlo sentir el combatiente más valiente o el más inútil. Eso, es la esencia de mi música. Eso es lo que enseñan los sátiros.
Bélial y Hínodel se sostuvieron la mirada un momento. Hínodel parpadeó confundida y vio el camino. Estrâik vio a Telperion y levantó una ceja, el clérigo se encogió de hombros.
—¿De verdad puedes hacer todo eso? —preguntó Koríntur con incredulidad burlona.
—La mayoría —dijo Bélial—. Sigo aprendiendo. Sólo debo encontrar la nota precisa y… —Bélial chasqueó los dedos. Koríntur rió y negó con la cabeza, pero Hínodel parecía ajena, como si la asaltara una duda que por alguna razón la hacía sonreír. El silencio duró unos segundos antes de que Hínodel hablara.
—Enséñame —dijo.
—¿Perdón?
—Enséñame —insistió a Bélial con resolución.
—¿Quieres aprender música?
—No. Quiero aprender tu música —dijo la elfa tomando por sorpresa a Bélial y al resto de los elfos. Éste se detuvo y el resto del grupo lo esperó. Miró a Hínodel a los ojos, como evaluándola y frunció el ceño. Al final se encogió de hombros, casi con indiferencia.
—Muy bien.
—¿De verdad?
—Sí. Empezaremos esta misma noche. Pero te advierto una cosa, linda: no va a ser nada fácil.
—Lo sé —dijo la elfa forzando su sonrisa y luego llevó la mano a la ballesta—. Y yo te advierto otra cosa: no vuelvas a llamarme linda.
Y encabezados por Hínodel, reanudaron la marcha.

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